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SUEÑOS FUSIONADOS DE REALIDAD

Por Iván Alatorre Orozco

Santiago era un niño de diez años, cuya imaginación contrastaba con su enorme timidez e incapacidad para convivir con aquellos que no fueran sus padres y abuelos maternos, así como todos los animales que habitaban en la granja donde vivía, ubicada en el interior de la Sierra del Tigre, en Jalisco.
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A pesar de que tanto la casa como la superficie cultivable del rancho eran pequeños, eso no les impidió a los cinco encontrar la forma para mantenerse ocupados y disfrutar de sus días en interacción con su hermoso entorno, donde el lenguaje oculto de las aguas de ríos, lagos y cascadas otorgaba la oportunidad para aquellos que poseían la sensibilidad y el deseo de cerrar sus ojos y abrir sus oídos a un pequeño pedazo de paraíso en la tierra. Uno donde la presencia de las montañas, con su ejército de campos verdes, engalanados por un horizonte interminable a la vista de pinos, fungían su papel como los gigantes protectores de todos los habitantes de la Sierra.
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Lo que más amaba Santiago en el mundo era ayudar a sus padres y abuelos con las actividades diarias de la granja. Despertarse antes de la salida del sol nunca representaba un problema para él. Sin necesidad de que nadie lo despertara, solía estar bien abrigado y calzando con orgullo las botas que su abuelo le había regalado.
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A pesar de la belleza de la granja, del entorno con el olor a libertad que desprendían los pinos, y del cariño incondicional que recibía de sus padres y abuelos, Santiago era un niño extremadamente tímido cuando debía convivir con otras personas.

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Cada vez que alguien nuevo llegaba a la granja, solía esconderse detrás de su madre o su abuela. No eran pocas las ocasiones en las cuales su padre lo regañaba y lo alejaba de las enaguas de las mujeres de la casa, quienes eran más comprensivas con el pequeño Santiago cuando en una conversación se limitaba a responder exclusivamente con monosílabas.

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Tanto Santiago como sus padres eran hijos únicos, siendo ese el motivo principal por el cual el círculo social de la familia era tan reducido. Algunos vecinos de otras rancherías, familiares a los que veían con poca frecuencia y conocidos del pueblo cercano, al que acudían para reabastecerse o vender sus cosechas, formaba el panorama general de la vida de los cinco.
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Corría el año de 1895, y desafortunadamente para Santiago, en las zonas geográficas aisladas de México no existían escuelas. La más cercana se ubicaba en Mazamitla, una población demasiado lejana para que pudiera asistir, y con ello, aprender a leer, escribir y convivir con otros niños de su edad que lo ayudaran a superar su enorme timidez.
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A Santiago no le paraba la boca durante todo el día cuando hablaba, no tanto con sus padres y abuelos, sino con los animales de la granja. Los perros, gatos, vacas, becerros, gallinas, conejos, un caballo y algunos patos que habitaban en la granja, eran para él, sus grandes amigos y confidentes.

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Como una especie de San Francisco de Asís mexicano de diez años, la comunicación con ellos sorprendía a sus padres y abuelos, quienes se admiraban de que Santiago bautizara a cada animal con un nombre en particular, que recordaba con total claridad, así como del extraordinario entendimiento en la comunicación e interacción entre ellos.
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Un día, Santiago y su familia recibieron una visita especial. Un pequeño grupo de niños, provenientes de la escuela de Mazamitla, realizaron una excursión en la que los maestros les mostrarían la forma de vida en una granja. Santiago de inmediato se sintió inseguro; los nervios se apoderaron de él cuando varios niños de su edad gritaban y saltaban eufóricos al observar a los animales.
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La mamá de Santiago le encomendó la tarea de ser, junto a ella, los guías en el recorrido para los niños. Ella sabía de la dificultad que ello representaba para su hijo, y por ello lo animó a participar con confianza en las actividades. Le hizo saber que nadie como él podía compartir esa emoción por vivir en la naturaleza, rodeado de las maravillas que solo eran capaces de admirar los niños.
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En un principio, a Santiago le temblaban las piernas y se mantuvo en silencio, sin poder mencionar palabra alguna, y su rostro se tornó tan rojo como el de un jitomate. Con el paso de los minutos, al darse cuenta de la enorme emoción de los niños mientras recorrían la granja, así como de las dudas que les surgían a borbotones, Santiago comenzó a sentirse con mayor confianza. Era la primera vez que otros seres humanos se extasiaban como él ante la presencia de la naturaleza y los animales. Esto le hizo sentirse menos solo y lo animó a compartir con los niños su gran motivación en la vida.

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Los niños llegaron al estanque donde los patos graznaban alegremente, aleteando y salpicando el agua. Santiago les ofreció a los niños pedazos de pan para que alimentaran a los patos, haciendo de ese estanque todo un espectáculo de chapoteo, risas y graznidos. Sin embargo, Santiago observó con curiosidad y con deseos de poder unirse a ellos, pero aún no se atrevía a vencer su miedo.
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Fue entonces cuando Raquel, una niña delgada, con mejillas sonrosadas, cabello negro rizado y sonrisa encantadora, observó a lo lejos el semblante de Santiago. Decidió acercarse a él sin ninguna pena le preguntó:

  • ¿Por qué no vienes a divertirte con nosotros? Tú también puedes aventar migajas de pan a los patos- El rostro de Santiago se puso en su acostumbrado rojo jitomate, miró al suelo y nerviosamente movió su pie derecho sobre la tierra cuando se dio cuenta de la imposibilidad de pronunciar palabra alguna. Fue entonces cuando levantó la mirada y notó la sonrisa amable y la cálida presencia de Raquel. De repente, se quitó un peso de encima y no vio tanta complicación. Definitivamente se sintió más seguro.
    Con toda naturalidad, ella tomó la mano de Santiago y lo llevó hacia el estanque. Entonces él sacó de la bolsa de su pantalón un puñado de maíz, se lo entregó a Raquel en la mano y dijo:
    -A los patos también les encanta comer otras cosas, sobre todo a Patricio, Lulú y Pedro, que casi siempre le quitan la comida a Luna, Sara y Miguel.
  • ¿Te sabes el nombre de todos los patos?
  • No sólo de los patos, de todos los animales de la granja. Ellos, junto con mi papá y mis abuelitos, son de la familia. Yo les platico todo lo que pienso, lo que me pone contento y, pues, también esas cosas que me hacen sentir desesperado y triste.
  • ¿Cómo te pueden entender los animales? ellos hablan su idioma de vacas, perros, gatos y demás, pero estoy segura de que español no saben nadita-dijo Raquel mientras Santiago se ponía un poco nervioso pero listo para responder su duda.
  • Ya sé que no hablan como nosotros, pero, aunque no lo creas, ellos entienden casi todo lo que nos decimos. Una vez mi abuela me dijo que, para poder entender a los animales, primero te tienes que ganar su confianza, pues ellos pueden parecer que son tontos o que no sienten de la misma forma que nosotros, pero te juro que no es así. Ellos saben escuchar, entender y, sobre todo, ser muy agradecidos y amar a quienes les respetan y dan su amor verdadero.
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    A partir de ese día, Raquel se convirtió en la mejor amiga de Santiago. En esa ocasión, ella comprendió su timidez y no lo presionó para que cambiara. Junto a otros niños, recorrieron la granja; Santiago les presentó a cada uno de sus amigos animales, mencionando sus nombres y lo que cada uno aportaba a la granja. También le mostró al grupo un par de cascadas y un lago donde aprovecharon para lanzar piedras. Santiago comenzó a abrirse más y, aunque seguía siendo tímido, la presencia enriquecedora de Raquel le dio la confianza para lograr compartir su mundo con otras personas.
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    Con el tiempo, los niños de la ciudad se marcharon, pero Santiago dejó de ser el niño extremadamente nervioso que solía ser a partir de ese día. De vez en cuando, sus papás visitaban Mazamitla y aprovechaban para visitar a Raquel. Del mismo modo, ocasionalmente, Raquel y su familia acudían a la granja, formando fuertes vínculos entre ambas familias.
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    Santiago dejó de esconderse detrás de su madre cada vez que alguien llegaba a la granja, aunque seguía siendo un niño tímido, aprendió que podía encontrar amistad y felicidad, en los momentos y lugares menos esperados.
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    Con el paso de los años, Santiago aprendió a mezclar su prodigiosa imaginación con la realidad. De alguna manera, consiguió que sus sueños convivieran con los eventos de su vida cotidiana. Descubrió que el cariño que compartía con los animales también podía extenderse hacia las personas.
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    Santiago continuó creciendo rodeado de amor, naturaleza y unas pocas, pero genuinas amistades. Aunque con el tiempo la vida lo alejó de la granja, su corazón siempre estaría ligado a la Sierra del Tigre y su pedazo de paraíso en la tierra, donde sus sueños se fusionaban con la magia de la realidad.

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