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PANDEMIA Y SALUD MENTAL

*PULSO CRÍTICO

Héctor Manuel Ramos Preciado

El panorama ante la pandemia ocasionada por el Covid-19 seguirá incierto. Mientras algunos países – queriéndose autoproclamarse como los nuevos líderes mundiales en sustitución del alicaído y vapuleado imperio Yanqui –  gritan a los cuatro vientos haber creado la vacuna contra el virus que en 2020 cambió al mundo, la realidad es que falta mucho tiempo para cantar victoria o ver la luz al final del túnel. Expertos en el tema, reconocidos médicos ajenos al manejo político que se le ha dado a la pandemia, vaticinan por lo menos otros 18 meses más para que el mundo puedas estar tranquilo en su convivencia con el nanoscópico enemigo (solo visible al microscopio electrónico) de moda. Mientras tanto, problemas que siempre han existido en nuestro país y que permanecían inmersos en el statu quo nacional, comienzan a visibilizarse y a crecer, generando nuevos retos que el país deberá enfrentar.  

Me refiero a la salud mental, problema social que aún antes de la crisis ya era preocupante: Según los datos más recientes del INEGI, desde el año 2014, cada año se registran en el país más de 6,000 suicidios y en 2017, 32.5 de la población se ha sentido deprimido. Epilepsia, psicosis, trastornos limítrofes, trastornos obsesivos, esquizofrenia, manías, psicosis inespecífica y trastorno bipolar; son algunos de los problemas psiquiátricos más comunes que afectan a nuestra sociedad.

Los trastornos mentales tienen un costo social elevado: contribuyen al desempleo, al ausentismo laboral por enfermedad y a la pérdida de productividad en el trabajo. Los costos directos e indirectos de las enfermedades mentales son tan altos que pueden llegar al 4% del PIB en países de la OCDE. En México La carga para el sector salud de la enfermedad mental es del 8.3%. (muy alta). Un estudio del año 2017 realizado por el Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz, afirma que el 22.9% de todos los días vividos sin salud por la población mexicana, se deben a la presencia de trastornos mentales.  

A este preocupante panorama hay que agregar que solo uno de cada diez pacientes recibe atención adecuada y que las enfermedades mentales siguen siendo en lo laboral y lo familiar un tema tabú: tener un trastorno mental, generalmente equivale a padecer discriminación y consecuentemente un menoscabo de derechos humanos de quienes los padecen.   

El confinamiento ocasionado por el COVID 19, como era de esperarse, empeoró aún más el panorama en el tema: Según la Asociación Psiquiátrica Mexicana (APM), como consecuencia del COVID 19 el ciudadano promedio desarrollará insomnio y preocupación, actos discriminativos contra los infectados, sensación de inseguridad, conflictos familiares, aislamiento social, irritabilidad y agresión, deterioro laboral y/o académico, aumento en el consumo de alcohol, tabaco y drogas y aumento en la utilización de servicios de salud.     

Aunado a lo anterior, un estudio publicado en la revista científica holandesa Brain, Behavior, and Immunity (Elsevier) señala que de 402 adultos sobrevivientes al covid-19, 265 presentaron alteraciones mentales que sobrepasaban la media definida para estos casos. Cuarenta por ciento ha experimentado cuadros graves de ansiedad; otro 40 por ciento, insomnio; 28 por ciento, trastornos vinculados con estrés postraumático.

La contingencia sanitaria por el COVID 19, ha puesto además a prueba la salud mental de las personas, pues además de las consecuencias señaladas por la APM, hay que añadirle la sensación permanente de inseguridad, los cambios repentinos y drásticos en hábitos y rutinas, la interacción con un entorno de riesgo sanitario, la sensación vulnerabilidad evidenciada por las carencias del sistema de salud y la disminución o ausencia total de actividades deportivas y los trastornos alimentarios, más las que se vayan generando. 

Ante tan preocupante escenario, es necesario primeramente que la sociedad enfrente sus tabúes, dejando de estigmatizar a las enfermedades mentales, asumiéndolas con una actitud sincera, humilde y abierta. Por otro lado, que el sistema de salud garantice la continuidad de la atención de quienes ya cuentan con diagnóstico real o latente de alteraciones emocionales, facilitando la atención (incluso a través de familiares) de manera virtual, telefónica y presencial cuando sea necesario y aumente la cobertura de servicios de salud mental ante el inminente crecimiento de casos.

De no atender este creciente fenómeno médico – socio – económico, estaremos contribuyendo a que se convierta en otra nueva pandemia.

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