El líder histórico del Movimiento Tupamaros y referente global por su estilo austero falleció tras una larga batalla contra el cáncer
José ‘Pepe’ Mujica, expresidente de Uruguay y símbolo de la política austera y rebelde de América Latina, falleció este martes a los 89 años, según confirmó el actual mandatario uruguayo, Yamandú Orsi. La noticia marca el final de una vida marcada por la resistencia, la cárcel, la presidencia y una filosofía de vida que lo convirtió en referente mundial.
“Hasta acá llegué”, había declarado Mujica a comienzos de año, tras iniciar tratamientos de radioterapia por un cáncer que le afectó primero el esófago y luego el hígado. A pesar de la enfermedad, mantuvo su lucidez hasta el final, incluso participando en la campaña electoral que llevó al poder a su delfín político, el propio Orsi, en noviembre pasado.
El exguerrillero y mandatario, que gobernó Uruguay entre 2010 y 2015, fue una figura atípica en la política global. Vivió en su chacra, condujo un viejo Volkswagen y predicó con el ejemplo: “Cuanto más tenés, menos feliz sos”, repetía. Con esa sencillez, Mujica conquistó titulares en todo el mundo, no por escándalos ni ostentaciones, sino por su coherencia de vida.
Nacido en 1935 en Paso de la Arena, en la periferia rural de Montevideo, Mujica creció en un hogar humilde. A los 14 años ya se manifestaba en las calles por mejoras laborales. En 1964 se unió a la guerrilla urbana del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, lo que lo llevó a ser perseguido, encarcelado y torturado por el régimen militar.
Durante la dictadura uruguaya, fue uno de los “nueve rehenes” del ejército: líderes tupamaros que serían ejecutados si sus compañeros retomaban las armas. Pasó más de una década preso, gran parte en condiciones de aislamiento extremo. Fue sometido a confinamiento en celdas de menos de un metro cuadrado, donde combatió la locura recreando mentalmente lecturas de su juventud. “Me puse a recordar cosas que había leído. Eso me rescató”, relató en su última entrevista con el diario El País.
Pese a las secuelas físicas y emocionales —perdió un riñón y enfermó de la vejiga— nunca se victimizó. En cambio, transformó la adversidad en aprendizaje. “No usé el poder para condenar a los milicos”, afirmaba, explicando su decisión de no promover juicios contra los responsables de la represión militar. “Hay heridas que no tienen cura y hay que aprender a seguir viviendo”.
Tras el regreso de la democracia, Mujica se reintegró a la política institucional: fue electo diputado en 1994, senador en 1999 y presidente en 2010. Desde el Ejecutivo promovió políticas sociales, legalizó el matrimonio igualitario y el consumo de marihuana, y consolidó el sistema educativo público.
Su paso por la presidencia no estuvo exento de críticas. Algunos sectores le reprocharon no haber impulsado con más fuerza el castigo a los responsables de violaciones de derechos humanos durante la dictadura. Pero su figura, más allá de la política partidaria, trascendió por su honestidad, sencillez y cercanía con la gente.
En sus últimos meses, Mujica enfrentó el cáncer con la misma templanza con la que enfrentó la cárcel. “Me cagaron a palos y todo lo demás. No importa, no tengo cuentas para cobrar”, dijo en octubre pasado. Su legado, aseguró, es haber encontrado sentido en la lucha. “Gasté soñando, peleando, luchando. Moriré feliz”.
Con su partida, Uruguay pierde a uno de sus líderes más emblemáticos, y América Latina a una voz crítica, reflexiva y profundamente humana.