La democracia en el mundo está enfrentando un desafío de proyección futurista nunca antes visto, basado en el procesamiento masivo de datos, la inteligencia artificial y la mejor calculada manipulación psicológica de los electores de todos los tiempos. Antes nuestra ingenuidad o nuestra ignorancia podían ser engañadas mediante métodos que trataban de influir a las masas, en grupos de manifestantes convocados y enardecidos por hábiles oradores en una plaza pública. Las nuevas formas de manipulación le susurran al oído a cada uno de los votantes, y usan artilugios de propaganda (que no lo parecen y que fingen ser información) distribuidos por la inteligencia artificial, para usar las palabras, el mensaje y las imágenes que más pueden calar específicamente en cada persona. ¡Así de sofisticada esta la manipulación!
Mediante el análisis de datos se divide a los votantes según su personalidad, se usan algoritmos que los van clasificando por su historial de amigos, de “likes”, de páginas visitadas, de gustos y disgustos, compras, inclinación política, edad, clase social y otros rasgos que nosotros mismos revelamos según el uso que hacemos de internet, de las redes sociales y en especial de Facebook. Cada “clic” deja una huella, añade un trazo de nuestra personalidad, algún aspecto más de nuestra vida privada. Hay herramientas diseñadas para clasificar nuestra psicología según lo que hacemos en la red. Cuando paseamos por el mundo virtual algunos navegadores registran y graban nuestros movimientos. Se sabe que estos datos son usados con fines comerciales. Un ejemplo sencillo: uno busca un artículo en una página X de ventas por internet y al otro día entramos al consultar nuestro correo o algún periódico digital se nos despliega un aviso que, curiosamente, nos ofrece el artículo que antes buscábamos. Esto puede ser molesto o intolerable, pero a algunos les puede parecer útil.
Otra forma de manipulación es cuando rastrean como somos según lo que vemos, reenviamos, guardamos o borramos. Aunque uno ponga filtros para acceder a nuestros propios datos, basta que un conocido o amigo acepte (con pago o sin él), el acceso a sus propios datos, donde pueden estar los tuyos. Es decir, se meten en tu casa sin tener que abrir tu propia puerta, sino a través de la puerta abierta de alguien que te sigue, de alguna persona en la que confías.
Así funcionaba Cambridge Analytica, la empresa de propaganda y de asesorías electorales contratada por la extrema derecha de Estados Unidos para crear rupturas culturales, grietas en las verdades más consolidadas, para orientar, con máquinas, unas posiciones frente a la política que ni siquiera las mejores encuestadoras del mundo pudieron prever. Después de comprar el acceso a los datos de Facebook de unas 200.000 personas, pudieron entrar a hurgar en los datos de 50 millones más de electores: todos aquellos que eran seguidos por esos 200.000 quedaron expuestos a final de cuentas.
En Facebook la gente suele revelar tantas intimidades que a uno le da pudor seguir incluso a los parientes. Se siente uno mirando por el ojo de la cerradura y enterándose de asuntos tan personales que prefiere no ver. Quienes quieren manipular el voto y la opinión, en cambio, con ayuda de programas que clasifican los perfiles de Facebook según sus preferencias, quieren saberlo todo. Así podrán diseñar los mensajes específicos que llegaran de manera directa a determinado tipo de personalidad. No sabemos cuánta influencia tuvieron estos mensajes específicos para elegir al actual presidente de Estados Unidos, pero con el reciente escándalo del uso de datos de las redes sociales por Cambridge Analytica, quedó demostrado que millones de votantes estuvieron bajo una manipulación colosal perfectamente diseñada.