Antes se les llamaba braceros, luego paisanos (cuando retornan provisional o definitivamente al país) y ahora “Dreamers” (soñadores en inglés). Esa es, ahora la moderna forma de llamarle a aquellos mexicanos que, al no encontrar en su propio país expectativas de vida digna, prefirieron emigrar a los Estados Unidos de Norteamérica (EEUU).
La migración mexicana hacia EEUU comenzó en los años 1846-47, cuando México fue despojado del 45 por ciento de su territorio original. Luego entre los años 1850 y 1880, 55 mil trabajadores mexicanos emigraron a la EEUU para concentrarse en localidades que poco antes habían pertenecido a México: 63 por ciento en Texas, 13.7 en California, 7.6 en Nuevo México y un 3.1 por ciento se concentró en otros estados norteamericanos.
Hoy en día, según cifras del Foro Económico Mundial hay 12.3 millones de mexicanos migrantes en otros países, la mayoría en EE UU. México es el segundo país del mundo (después de India), con mayor número de personas viviendo fuera su país.
Paradójicamente quienes se van de nuestro país porque este no les da oportunidades, envían remesas (dólares) que dan al país (ingrato con ellos) estabilidad económica para el desarrollo.
Para darnos una idea de la importancia económica que estos segregados tienen para nuestro país, en 2015 enviaron, procedentes de EEUU, remesas por 25 mil millones de dólares; más de lo que México obtuvo por las exportaciones petroleras.
Así como nuestros ilustres gobernantes no supieron administrar la “abundancia” del boom petrolero anunciada en los años 70’s, tampoco el actual gobierno mexicano ha sabido aprovechar el boom de las remesas de dólares enviadas por los “dreamers” para generar infraestructura que pueda en lo futuro crear condiciones de desarrollo que frenen la salida de nuestros connacionales hacia el norte.
En lugar de eso, se hoy les dan una “aspirina legislativa” con la cacareada reforma a la Ley General de Educación en las que se apoyará a los dreamers con 6 acciones inmediatas como: Eliminación y simplificación de trámites, integración e inclusión de migrantes a instituciones de educación básica y media superior, certificación de competencias y capacitación laboral, certificación y capacitación para repatriados que estén interesados en fungir como docentes de inglés en escuelas normales, difusión de la oferta educativa para adultos por parte del INEA e Implementación de módulos educativos en puntos de repatriación.
En su libro “Latinoamericanos en Texas, Pauline R. Kibbe describe en términos generales al bracero como el trabajador migrante latinoamericano que llega al oeste de Texas es considerado como un mal necesario, nada más ni nada menos que un inevitable colega para la temporada de cosecha. Juzgando por el trato que se le da en esa parte del estado, uno puede asumir que no es un ser humano del todo, sino una especie de implemento agrícola que misteriosa y espontáneamente llega por coincidencia en el momento mismo de la maduración del algodón, que además no requiere mantenimiento o consideración especial durante su período de utilidad, que no necesita protección de los elementos del tiempo y que cuando la cosecha ha sido levantada, desaparece en el limbo de las cosas olvidadas hasta que la próxima temporada de cosecha regresa. Él no tiene pasado, ni futuro, solamente un presente pasajero y anónimo.
Quienes seguimos viviendo en México, indudablemente tenemos una deuda con los “dreamers” (o como se les quiera llamar) que va más allá de re-nombrarlos suavemente en inglés y de algunas reformas educativas; medidas que de nada servirán si no se mejoran las condiciones generales de vida en las comunidades rurales de origen y no se evita que cada año (que visitan el país) sufran de violaciones a sus derechos humanos por parte del crimen organizado y las autoridades policiales.
¡Como si no tuvieran bastante con andarse escondiendo y cuidando de los sabuesos de Donald Trump!