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EL ECO DE TU AUSENCIA

Por Iván Alatorre Orozco

En este vasto mundo, donde las calles se multiplican y se entrecruzan como laberintos, tu ausencia se convierte en un eco persistente en cada esquina. En cada paso que doy, la sombra de las noches agiganta la distancia que separa nuestros destinos. Las estrellas brillan, pero su luz se ve eclipsada por la inmensidad del espacio que nos divide.

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Sin ti, el atardecer se desvanece en insignificancia, sus colores se vuelven pinceladas desgastadas en un lienzo que anhela la vitalidad que solo tu existencia puede otorgar. Los niños ríen, pero su risa carece de la chispa de alegría que solo tu complicidad puede encender. Mi vida, sin tu cercanía, se encuentra atrapada en un perpetuo invierno de soledad, donde el frío se vuelve insoportable, y las estaciones pasan sin llevar consigo la promesa de tu calor.

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En la noche perpetua de mi soledad invernal, tus recuerdos se convierten en la llama que ilumina el camino de mis pensamientos. Insisto en la presencia del faro que representas en medio de mi oscuridad, guiándome con la luz sanadora de tu compañía.

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Eres el calor que disuelve el frío insoportable, la esperanza que florece en medio del invierno emocional. En los momentos de oscuridad, cuando los vientos de la vida nos azotan con dudas y tristezas, recuerdo que eres un universo en expansión, una constelación de experiencias y emociones únicas. Aunque las nubes de la duda puedan oscurecer temporalmente mi cielo, sé que detrás de ellas, tu luz interior brilla con intensidad.

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La confianza en ti misma no es un destino fijo, sino un viaje interno que se nutre de caídas y resurgimientos. Cada lágrima, cada cicatriz, son testimonios de tu fortaleza, y tú eres la obra maestra de una vida en constante crecimiento. Eres digna de admiración.  La autoestima se construye como un castillo, ladrillo a ladrillo, y tú eres la arquitecta de tu propio valor y extrema belleza.

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Te amo, aunque no estés a mi lado físicamente. Te vi partir, pero tu esencia perdura en mí como la danza eterna de la luna en el cielo, guiando mis pensamientos en cada rincón de esta vastedad que es mi corazón. Ya he perdido la cuenta de cuántas veces te he abrazado con el pensamiento, sin que lo sepas, sin que el largo horizonte o el tiempo se atrevan a prohibirlo.

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Hoy, por circunstancias de la vida, no estás aquí conmigo, pero persistes en acompañarme involuntaria e inconscientemente de ello, hasta el último día de mi existencia. No puedo dejarte ir, porque, aunque la distancia física intente separarnos, un vínculo indeleble une nuestras almas.

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Pese a tu desaparición, me obligo a pensar que hay un cielo que nos une, un lazo invisible que conecta nuestras almas con la fuerza indestructible del amor. Las flores, vestidas con sus mejores atuendos, esperan por ti, por tu regreso, anhelando el día en que tus pasos vuelvan a llenar el vacío que dejaste. Estás ausente de mi lado, pero tu presencia perdura en mi mente y en mi alma, como una melodía que se repite incesantemente.

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Te fuiste físicamente, pero dejaste aquí un pedacito tuyo que late en mis pensamientos y suspiros. La tarde se tiñe de melancolía al recordar que no estás, y parece que el sol se burla de mi tristeza, sin comprender la magnitud de la imborrable huella que dejas.

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Los días transcurren entre la añoranza y la esperanza, entre la tristeza de tu ausencia y la promesa de un reencuentro. La noche, con su manto de estrellas, susurra secretos que resuenan en los confines de mi ser. En la quietud de la oscuridad, el mundo se sume en un dulce reposo, y los sueños, como luciérnagas titilantes, guían mis pensamientos hacia ti. Su lobreguez actual es un compás suave de la vida, recordándome que, incluso en la penumbra, hay belleza y promesas flotando en el aire.

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Escribirte es un beso que viaja a través del tiempo y el espacio, atravesando la barrera física que nos separa. El protagonismo de las letras proyecta mi añoranza, y la certeza de que, aunque no estés aquí, sigues siendo parte esencial de mi ser.

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Cierro los ojos y desaparecen los kilómetros que nos separan, transportándome a un lugar donde tu presencia es tan real como el palpitar de mi corazón. En mi mente, te siento aquí, a mi lado, como un susurro reconfortante que disipa la soledad y la tristeza. Así de fácil, así de triste, la ilusión de tenerte cerca me envuelve, creando un refugio donde la realidad se desvanece ante la fuerza de la imaginación.

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Siempre hay un cielo que nos une, una conexión que desafía las barreras terrenales. Las rosas, que antes te llevaba, ahora preguntan por ti, como si la esencia de tu ser se hubiera impregnado en la superficie de los pétalos y en su fragancia. Estás presente en la superficie de mis pasos, como una brújula que me ubica gracias al recuerdo de tus delgados dedos que al contacto con mi cabello bañaba mis días de sentido.

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Escribirte se convierte en un acto de amor y resistencia, una manera de abrazarte a través de las palabras. Cuando muere el día y no te he tenido, el día parece vacío, como si el sol no hubiera salido para mí. Las noches se visten con melancolía, pero en mi mente, la luz de tus entrañables muestras de cariño aún ilumina mi oscuridad.

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No hay nada que me llene de mayor orgullo al tener la absoluta seguridad de haber tomado la mejor decisión de mi vida: amarte.

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Aprendí que te extraño tanto porque un día contigo es una lección de felicidad, una experiencia que se graba en la memoria de lo que considero trascendental. Esos instantes contigo se convierten en un tesoro que guardo en la bóveda de mis recuerdos, y la añoranza se transforma en la melodía que resuena en el silencio.

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Parece que no estás aquí físicamente, pero te siento muy dentro de mí, susurrándome al oído los “te quiero” que resuenan en cada latido de mi corazón. No es locura, es la manifestación de un deseo profundo de estar allí, donde tú estés, de abrazarte en la realidad y no solo en los confines de mi imaginación. Te extraño con una intensidad que convierte mi pensamiento en una danza melancólica, una sinfonía de sentimientos que se conectan con la esperanza de nuestro improbable reencuentro.

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Mi día se viste de melancolía cuando no estás aquí a mi lado, pero sé que el sol brilla con la esperanza para mí de que, en algún momento, volveremos a encontrarnos. Eres tú lo único que necesito para ser feliz, lo único que sueño y lo único que espero en este vasto universo de posibilidades.

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No es un capricho, te quiero aquí conmigo, porque en tu existencia encuentro la plenitud de mi ser. La simpleza de tenerte a ti supera cualquier lujo material. Me haces mucha falta hoy, te lo confieso, pero la promesa de un mañana juntos ilumina mis ilusiones con la esperanza de un nuevo amanecer.

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Mi día se torna monótono sin la alegría, la ilusión y la felicidad que tu presencia aporta. Faltas tú, así de fácil y de imposible. Todo lo valioso de mi vida se vuelve opaco. Pero la tristeza, por momentos, se disuelve en el horizonte de la esperanza.

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Hoy no te tengo aquí a mi lado, y duele, pero esa ausencia se convierte para mí en un recordatorio de la intensidad de nuestra conexión. No sé si es el corazón, no sé si son los recuerdos, solo sé que me haces falta para darle calidad y calidez a mi vida. La añoranza se transforma en un eco resonante, una melodía que me impulsa a seguir esperando con la certeza de que, aunque no estés aquí físicamente, siempre te llevo conmigo.

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