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ENTRE LOS ESCOMBROS DEL AMOR

Por Iván Alatorre Orozco

En el reflejo de tus ojos, descubro un universo donde las estrellas se disfrazan de historias no contadas. Cada parpadeo es un suspiro de la noche, un secreto compartido en la vastedad de tu mirada. Tu voz, como brisa acariciando el alma, entona melodías que resuenan en los confines del silencio, preguntas que bailan en el aire como hojas danzantes en el viento.

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Y cuando tus brazos me envuelven, es como si el mundo entero se disolviera en la suavidad de tu abrazo. Las palabras se deslizan entre nosotros como versos escritos por el destino, y el tiempo se vuelve un testigo mudo de nuestro encuentro. ¿Qué acontecerá en el alba siguiente, cuando el adiós se haga presente? ¿A quién confiaré la melodía de tu ausencia, cuando la distancia sea un océano entre susurros?

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Mañana, el amor reposará, guardando sus rosas en mi memoria como promesas que aguardan el resplandor del sol, escondiendo sus colores en el jardín secreto de los recuerdos que agrietarán mi alma al no ser más testigo de su belleza.

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Despierto al resplandor de tu sonrisa, un amanecer que pinta de luz cada rincón de mi ser. Tus labios encuentran los míos, y tus manos, como palomas mensajeras, acarician mi piel con el suave vuelo de sus caricias. En tus preguntas, se esconde el eco de la incertidumbre, una sinfonía de dudas que danzan en la penumbra de la noche.

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¿Qué nos deparará el mañana, cuando el adiós se vuelva inevitable? ¿A quién confiaré el susurro de tu lejanía, cuando el silencio nocturno sea el único confidente? Mañana, el amor reposará, guardando sus rosas para el día en que el sol, como un poeta del cielo, derrame su luz dorada sobre nuestras esperanzas. ¡Tengo miedo! De hecho: ¡Siento un profundo terror!

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En el reloj implacable del tiempo, pronunciaré con voz temblorosa las palabras que anhelamos, como versos entrelazados que forman la poesía de nuestro destino. Apaga la luz, la noche se desvanece, pero la promesa de ese instante especial persiste, como un verso que se repite en el susurro del viento.

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El tiempo avanza como un río incesante, pero cada latido, cada suspiro, es un capítulo que escribimos juntos en el libro de nuestras vidas. La oscuridad de la noche hace notar su presencia, pero aún tengo la esperanza de un resplandecimiento como luceros en el cielo, testigos silentes de nuestras confesiones. Construimos el edificio de nuestros sueños compartidos, como arquitectos de un amor eterno, erigiendo puentes entre el ayer y el mañana. Sin embargo, la dinamita acumulada en sus cimientos no ofrece espacio para ninguna esperanza.

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La penumbra eterna de un nosotros se acerca.  En el misterio del amor, caminamos hacia el mañana que no nos verá juntos, como navegantes audaces que desafían las olas del destino. En esta danza interminable de encuentros y despedidas, cada página escrita con nuestras vivencias es una obra maestra que añade profundidad a nuestra historia. Entre suspiros y abrazos, sigo estúpidamente deseando un amor que desafía las leyes del tiempo y del espacio. Apaga la luz, la noche se desvanece, pero en la penumbra de lo desconocido, hallamos la luz que guía nuestro camino, la luz que revela la belleza de cada instante compartido.

. En el reflejo de tus ojos, se desvanece el universo que alguna vez compartimos, donde las estrellas, ahora mudas, guardan el lamento de historias inconclusas. Cada parpadeo es un eco de despedida, un suspiro que se pierde en la vastedad de tu mirada distante. La brisa de tu voz, que antaño acariciaba mi alma, ahora es un murmullo lejano, un eco de melodías que se desvanecen en el silencio abrumador. En este abrazo que solía ser refugio, siento el frío de la inevitabilidad, y las palabras, antes poesía entre nosotros, caen como lágrimas en la oscura noche del adiós. Mañana, el amor reposará en la tumba de lo que fuimos, sus rosas marchitas en el jardín de recuerdos que se desvanecen. El sol, como un testigo mudo, no derramará su luz sobre nuestras esperanzas rotas. El terror se adueña de mi ser, una sombra implacable que se proyecta sobre el paisaje desolado de lo que alguna vez llamamos “nosotros”. Sin embargo, en este ocaso de emociones, entre los escombros de nuestro amor, vislumbro un débil destello de esperanza. Tal vez, en la penumbra de lo desconocido, donde la tristeza se entrelaza con la memoria, pueda encontrar la luz que guíe hacia un mañana donde la belleza de nuestro amor, aunque marchito, persista como un suave resplandor en la eternidad de los recuerdos compartidos. En la despedida definitiva, quizás haya espacio para un renacer, una posibilidad de encontrar la esperanza entre las ruinas de lo que fue nuestra historia.

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