La noticia de la sorpresiva extradición Joaquín Loera Guzmán (el Chapo) a los Estados Unidos de Norteamérica (EUN) debió haber sido una noticia de primera plana en todos los diarios de América y en algunos del mundo, pero pasó casi inadvertida porque fue opacada por el preámbulo y la toma de posesión del no menos temible Donald Trump.
La extradición del Chapo es el colofón de una lucha sangrienta contra el temible cartel de Sinaloa y probablemente sea la señal de que la era de los grandes capos mexicanos ha llegado a su fin.
El criminal experto en fugas, logró burlar la justicia en varias ocasiones gracias a su poder económico y corruptor. Construyó uno de los imperios criminales más grandes de la historia, trascendiendo fronteras hasta situarse a la altura y al nivel de súper capos como Pablo Escobar y Al Capone.
Su negocio fue tan fructífero que su fortuna fue calculada en más de mil millones de dólares, lo que le valió le valió en 2011 estar en la lista de los hombres más ricos del mundo según la revista Forbes.
Gracias a su poder económico y paramilitar combinado con la corrupción gubernamental, logró dos fugas de penales de alta seguridad, que pusieron en evidencia la vulnerabilidad del sistema penitenciario mexicano para lidiar con un delincuente de su perfil. Ambas fugas indiscutiblemente son dignas de una película. Sus evasiones de la prisión de Puente Grande, en Jalisco, en el 2001, en un carro de ropa sucia, y en el 2015, de la del Altiplano, por un túnel; lo han convertido en una leyenda que será recordada siempre por la historia, pero principalmente por la criminología, pues ni la ciencia puede ser indiferente ante un personaje de sus características.
En su segunda y última captura en México, su vanidad fue finalmente el punto que lo hizo vulnerable. Detrás de su captura apareció el personaje vanidoso – como todos los que ostentan poder – obsesionado con hacer una película autobiográfica para inmortalizarse.
En los recién cumplidos 10 años de la lucha (o guerra como dijera Calderón) contra el crimen organizado, que ha dejado en México unos 150.000 muertos y casi 30.000 desaparecidos; el Chapo tuvo mucho, pero mucho que ver.
El que haya sido extraditado a los EUN garantiza de ahora en adelante una poca o casi nula influencia de su persona en el tablero criminal del país, pero no garantiza que dentro de su grupo emerja otro líder con igual o poco menos poder, pues se descabeza al cártel de Sinaloa, pero sus estructuras financieras y operativas siguen sólidas.
A nuestro país, sumido en una ola de violencia y corrupción asociada al crimen organizado y a la que no se le ve fin, no le quedó otra opción que extraditarlo al vecino país del norte. Ahora, ante un tribunal de Nueva York, deberá responder por 17 cargos de los que ya se declaró ‘no culpable’.
Más allá de la duda si la extradición del capo, un día antes de la posesión de Trump, fue un gesto de agradecimiento a Obama, o una bienvenida al magnate, ese acto constituye un hecho trascendente en la ahora compleja relación México – EUN. El Chapo se salvará de la pena de muerte, pero muy probablemente tendrá que pasar sus días en el mismo espacio donde estuvieron algunos de los más peligrosos terroristas, como los cómplices de Osama Bin Laden. De haber sido un criminal de alta peligrosidad pasará a ser un inofensivo reo atrapado y neutralizado por las redes del imperio todopoderoso.
Así termina la historia de crimen y violencia escrita por el ‘Chapo’, como la de otros que le antecedieron como Osiel Cárdenas Guillén, Édgar Valdez Villarreal La “Barbie”, Vicente Zambada Niebla El “Vicentillo” Sandra Ávila Beltrán La “Reina del Pacífico”, Luis Héctor Palma Salazar El “Güero” y José Quintero Payán. Así también terminará la vida de quienes los emulen. Con la caída del Chapo, se vuelve a demostrar que tarde que temprano la justicia triunfa.
En estos tiempos lo peor que le puede pasar a un Capo es que lo extraditen a los EUN, de donde bien les va, salen libres, pero reducidos a su mínima expresión.
