Por Iván Alatorre Orozco
Nuestro barco de felicidad navega hacia puertos desconocidos, impulsado por el amor propio y la pasión por la vida. En cada logro y esfuerzo creativo, encontramos la alegría que habita en nuestros pensamientos, palabras y acciones en armonía.
Para encontrar la felicidad no debemos depender de otros, sino buscarla dentro de nosotros mismos. Aunque el término felicidad se ve compensado por la tristeza, es en la paz y en el perdón hacia uno mismo donde encontramos la verdadera dicha.
No importa qué vientos soplen, si desconocemos nuestro rumbo, pero recordemos que la calidad de nuestros pensamientos guiará la felicidad de nuestras vidas. No podemos buscar ser felices, sino perseguir una meta trascendental que nos haga encontrarla como una consecuencia inesperada.
La felicidad no es algo terminado, sino una manifestación de nuestras propias acciones. De vez en cuando, en la búsqueda eterna, debemos detenernos y simplemente ser felices. No debemos permitir que nuestra felicidad dependa de otros, ya que las personas pueden no ser como creemos.
La verdadera felicidad radica en la libertad de desear poco. Si la felicidad es costosa, no es auténtica. Aunque no siempre lo parezca, la felicidad se encuentra en el deber cumplido. La felicidad no está en hacer lo que queremos, sino en amar lo que hacemos.
Descubrimos que en la felicidad también se oculta la tristeza. La cordura y la felicidad pueden parecer incompatibles. La felicidad requiere coraje y trabajo, es una alquimia que transforma la realidad. Mientras que la alegría no está en las cosas, sino en nuestra propia existencia.
Para experimentarla, debemos compartirla. La alegría es el elixir mágico que transforma todo en oro. Cada minuto de enojo nos roba sesenta segundos de felicidad, recordemos esta lección vital y elijamos ser felices en cada instante.