Inicio / El Resbalón / EL GATO, LA ANCIANA Y EL BALCÓN

EL GATO, LA ANCIANA Y EL BALCÓN

Por Iván Alatorre Orozco

Desde un balcón de hierros forjados y geranios en flor, una anciana sonríe con la serenidad de quien ya no teme al tiempo. Su cabello, una cascada de plata desordenada por el viento, parece danzar al ritmo de las hojas que susurran secretos entre sí. Allí, en su pequeño mirador, parece estar suspendida entre dos mundos: el bullicio de la calle que late abajo y la calma de su propio universo, donde las palabras no necesitan ser dichas para ser entendidas.

A su lado, un gato de pelaje blanco con café, como la ceniza la observa con ojos que parecen contener galaxias. Es un maestro del silencio, un sabio de las sombras, que se sienta con la dignidad de quien sabe que no tiene dueño, pero que ha elegido compañía. La anciana inclina ligeramente la cabeza hacia él, como si estuvieran sumergidos en una conversación que solo ellos comprenden.

—¿Recuerdas, pequeño, cuando el mundo era más joven? —susurra ella, aunque su voz apenas rompe el aire. El gato, inmóvil, cierra los ojos lentamente, como si asintiera, como si él también guardara recuerdos de días más brillantes y noches menos solitarias.

El sol de la tarde, dorado y tibio, acaricia sus rostros con la ternura de un amigo que visita poco, pero nunca se olvida. Los dedos arrugados de la mujer se extienden hacia el gato, que responde con un ligero roce de su cabeza contra la palma abierta. En ese gesto sencillo, se contiene todo un lenguaje: el de la compañía silenciosa, el de los corazones que laten al unísono sin necesidad de palabras.

—La vida es un suspiro, ¿no crees? —prosigue ella, mirando al horizonte donde el cielo parece derretirse en un lienzo de tonos cálidos. El gato, ahora enroscado junto a su silla, emite un ronroneo que vibra como una melodía secreta. La anciana sonríe, y en esa sonrisa hay algo que trasciende el tiempo, algo que habla de amor por las pequeñas cosas: el sol que se pone, el viento que canta entre las plantas, el calor de un ser que no juzga ni exige nada.

Las personas que pasan por la calle miran hacia arriba, algunos con curiosidad, otros con una breve sonrisa al ver la estampa de esa mujer que conversa con su gato como si hablara con el universo mismo. Pero ella no nota las miradas; está perdida en su mundo, un mundo donde los días grises encuentran su color en la suavidad de un ronroneo y donde el balcón es el límite de un reino tranquilo, vasto e inviolable.

—Gracias por estar aquí —dice finalmente, con la voz apenas quebrada por un susurro de emoción. El gato levanta la cabeza, sus ojos brillando como dos pequeñas lunas. Quizás entiende, quizás no, pero en el lenguaje de las almas que saben acompañarse, eso no importa.

El viento sopla más fuerte, y las hojas de los geranios susurran algo que se pierde en el aire. La anciana, con las manos juntas y el corazón lleno, cierra los ojos por un momento, como si quisiera congelar esa escena para siempre en su memoria. Y en ese balcón, bajo un cielo que comienza a vestirse de estrellas, dos corazones laten al compás de una tarde que sabe a eternidad.

Acerca admin

Le puede interesar:

Fortalece Puerto Vallarta conectividad aérea con nueva ruta de Alaska Airlines directa a Nueva York

En un esfuerzo por ampliar la conectividad aérea de Puerto Vallarta, Alaska Airlines inauguró una ...

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Discover more from Minerva Multimedios

Subscribe now to keep reading and get access to the full archive.

Continue reading