Entre líneas y suspiros, en la serenidad que precede a la confesión, las palabras se tornan ecos de un anhelo que ha resistido los embates del tiempo. Esta carta no es más que un espejismo de mi interior, un susurro íntimo dedicado a un amor idealizado que nunca tomó forma, que nunca respiró el aire denso de la realidad. Es la historia de sueños alimentados por la esperanza, de ilusiones cultivadas en el jardín más privado de mi imaginación, un lugar donde lo perfecto y lo imposible se entrelazan sin esfuerzo.
Mientras escribo, siento que cada palabra brota con el peso de una verdad que durante años ha estado velada. Hablo de un amor que nunca existió más allá de las paredes de mi mente, de una figura etérea que construí en los rincones oscuros de mi soledad. Fue un reflejo, un espejismo que cobró vida en los trazos de mi pluma, atando mi corazón a una quimera que jamás podría materializarse. Y, sin embargo, en esos sueños fugaces, encontré consuelo, una suerte de refugio ante la incertidumbre de un mundo que nunca parecía comprenderme.
Conozco el amor, o al menos creí conocerlo. La relación que compartí con la madre de mi hijo fue una danza desafinada, una composición que, aunque tenía notas de ternura, carecía de las melodías profundas que mi alma anhelaba. En mi búsqueda desesperada por llenar ese vacío, mi mente, como un artesano inexperto, esculpió una figura perfecta, una presencia que nunca habitó este mundo. Era mi alma engañándose a sí misma, entrelazando una narrativa que no pertenecía a la realidad, sino al vasto y solitario universo de mi imaginación.
Hoy, al escribir estas líneas, la culpa se presenta como un peso ineludible sobre mis hombros. Sé que fui yo quien edificó castillos en el aire, quien pintó un amor imposible sobre el lienzo de mis sueños. Fui yo quien confió en las corrientes engañosas de la ilusión, confundiendo lo que era con lo que deseaba que fuera. Y ahora, en esta revelación, me enfrento no solo a mis errores, sino a la necesidad de reconciliarme con la realidad y abrazar el amor tal como es, no como lo he idealizado.
Este momento de introspección no es sencillo. Es como mirar un espejo que devuelve no solo mi reflejo, sino también el de mis fallas, mis miedos y mis anhelos más profundos. En el silencio que sigue a esta confesión, me permito reconocer que el amor no vive en las sombras de la perfección, sino en la claridad de la aceptación. He aprendido que amar no es poseer, ni siquiera comprender por completo, sino aceptar con humildad y gratitud aquello que se nos ofrece.
Y mientras avanzo en esta revelación, algo dentro de mí cambia. Siento que el peso de la ilusión comienza a disiparse, como un velo que se levanta para dejar entrar la luz. Quizás este es el inicio de un nuevo camino, uno donde el amor se viva con los pies firmemente plantados en la tierra, sin dejar de mirar hacia el horizonte. Porque ahora sé que el verdadero amor, aunque imperfecto, es el único capaz de sostenernos en los momentos más oscuros, el único que realmente nos hace humanos.
Pero, en lo profundo de mi ser, algo se quiebra de forma irremediable. Es un vacío que se extiende como una grieta en la superficie de un cristal, silenciosa pero implacable, desgarrando lo poco que queda de mi certeza. La duda se enreda en mi pecho, sofocándome con preguntas que no tienen respuesta. ¿Es este ideal que persigo una mentira que he contado tantas veces que ya no sé distinguirla de la verdad? ¿Es acaso un espejismo que siempre se desvanecerá al intentar alcanzarlo, dejándome más perdido que antes?
Mis días transcurren como una proyección interminable de mi propio desconcierto. Cada sonrisa que veo parece incompleta, cada gesto de cariño se siente como un recordatorio cruel de lo que me falta. Me he convertido en un espectador de mi propia vida, atrapado entre el deseo desesperado de ser amado y el miedo paralizante de aceptar lo que no se ajusta a mi fantasía. Me derrumbo en soledad, mi alma desgastada por la espera, por el anhelo que nunca cesa pero que jamás se sacia.
No sé cuánto tiempo más podré sostener esta lucha invisible. Mis fuerzas flaquean, y mi esperanza, aunque aún tenue, es apenas un hilo que amenaza con romperse. Sin embargo, en el rincón más oscuro de mi mente, una sola frase resuena como un eco lejano, casi inaudible pero suficiente para mantenerme en pie: Quizás, algún día, el amor me encuentre cuando menos lo espere.
Iván Alatorre Orozco
21-diciembre-2024