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QUERIDA ANSIEDAD

Por Iván Alatorre Orozco

Desde hace tiempo he querido escribirte una carta, no para evadir tu sombra o para suplicar por tu ausencia, sino para enfrentarte con la sinceridad de quien ya no tiene miedo. Durante años has aparecido en mi vida como un espectro, irrumpiendo de forma abrupta, empeñado en deshacer mi serenidad, mi paz, y toda esperanza que lograba construir. Al principio, quise enfrentarte con rabia, insultarte con todas las palabras que mi alma herida pudiera reunir. Soñaba con desatar sobre ti una erupción volcánica, que con su lava destructiva te aniquilara de la manera más brutal posible.

Sin embargo, con el tiempo, entendí algo más profundo. Esa furia y ese rencor que sentía hacia ti no hacían más que corroerme por dentro, ahogando la luz que siempre ha habitado en mí desde niño. Mi niño interior, esa parte esencial de mí que había estado perdida durante más de cuatro décadas, comenzó a hablarme, a guiarme hacia un entendimiento más sereno de nuestra relación. Y fue él, con su claridad y su inocencia, quien me mostró que responderte con odio era seguir perpetuando tu poder sobre mí.

Hoy, mi niño interior me ha dado las palabras que debo compartir contigo, no con amargura ni desesperación, sino con una paz que ha tardado mucho en florecer. Ya no te escribo para insultarte ni para exigirte que te alejes, porque finalmente he comprendido que tu presencia es inevitable. Hoy te escribo para expresar cómo me siento cada vez que decides aparecer sin previo aviso, invadiendo mi vida con tu oscuridad. Te miro a los ojos, sin miedo ni resentimiento, y busco un encuentro donde ya no exista espacio para la destrucción.

Cuando era solo un niño, tu presencia era un misterio que a veces se asomaba en mi vida. No sabía por qué me habías elegido, ni entendía tus intenciones. Mi única aspiración era ser visto y amado por los adultos que me rodeaban, pero la realidad fue que ni siquiera logré ser comprendido. Me convirtieron en un niño invisible, uno que, en su soledad, tuvo que aprender a construir un mundo de fantasía para sentirse visto y amado.

En ese mundo imaginado, el cariño fluía libremente y la felicidad era posible. Allí, no existía violencia, ni miedo, ni rastro de ti. Me escondía debajo de mi cama y en los rincones de mi mente, sabiendo que en esos espacios al menos estaba a salvo de tus garras. Fui un niño creativo, porque en mi imaginación creaba escenarios donde tú no podías alcanzarme. Pero la adolescencia, con su crudeza, me despojó de esa habilidad.

 De repente, ya no había mundos fantásticos donde refugiarme, y te encontré en cada esquina de mi vida. Tus garras me alcanzaban en cualquier sitio, y poco a poco, mi voluntad de ser libre se desvaneció como granos de arena arrastrados por el viento en el desierto.

Al principio de mi vida no sabía que existías, te sentía a veces, pero no sabía tu nombre. Aparecías cuando no encontraba consuelo en mi familia, cuando llegaba la oscuridad de la noche y me cubría con las sábanas para evitar que entrara un ejército de monstruos, cuando mi papá se quitaba el enorme cinturón de cuero para golpearme sistemáticamente en diez oportunidades, comenzando de nuevo si me quejaba o tenía la osadía de moverme.  

Ansiedad, te pregunto desde el fondo de mis días, ¿acaso eres la sombra del miedo o su reflejo distorsionado? ¿Es tu agitación la herencia de temores antiguos, un eco que insiste en desgarrar cada silencio? Me pregunto si, en el rincón más oscuro de tu existencia, también buscas alivio, una tregua de esa voz que te empuja sin cesar. Hoy, decido buscar la esperanza incluso en tus sacudidas, en cada latido acelerado; porque quizá, detrás de tu manto inquieto, puedas enseñarme a reconciliarme con la calma.

Pues lo dicho, que te he odiado con todas mis ganas. En los primeros exámenes y pruebas de la vida te he notado como una bomba de relojería en mi pecho. Luego en diferentes ocasiones, he luchado muy duro para que no salieras a luz, para que los demás no te notaran. Parecía que a veces todo te sabía poco, cada vez estabas más presente. Y es que, de verdad, me hacías sentir tan mal… pensaba que esa bomba en cualquier momento explotaría.

Así es como un día decidí que quería echarte de mi vida. Sin embargo, no hubo forma. No había nada que mágicamente, te hiciera desaparecer. Seguías siendo como el aire seco del desierto que seca la boca y con el que se hace tan difícil respirar.

Luego crecí, y aunque seguía luchando contra ti, me acostumbré a tenerte. hasta que un día me di cuenta de que sí quería crecer de verdad, con letras mayúsculas, tendría que aprender a convivir contigo, a hacerte hueco. Necesitaba una solución a esto. Te hacías grande como yo, y yo contigo muy muy chiquitito. A veces eras tan pesada como una losa.

Y entonces, empecé a mirarte a los ojos, a intentar comprenderte un poco, a hablar de mí, e irremediablemente de ti. De cómo nos habíamos conocido. Yo que tantas veces había querido esconderte, pude ponerte nombre en todas las ocasiones que recordaba, en las que habías estado presente, y también en algunas nuevas.

Y de pronto, mi querida Ansiedad, empecé a entenderte un poquito mejor. Estabas ahí porque necesito sentir miedo (¡ahora veo la relación!), para protegerme, para no cruzar en rojo en los semáforos, para saber qué es bueno para mí y qué no. Me ayudaste a encontrar el camino de las cosas importantes para mí y me enseñaste (y me enseñas cada día) qué quiero para mí y de qué me debo alejar.

Ansiedad, he aprendido a mirarte sin tanto temblor en las manos, sin el mismo frío en los huesos. Ya no te temo como antes, pues descubrí que eres más viento pasajero que tormenta sin final. Hoy, eres un reflejo que se desvanece lentamente, pero con seguridad mientras camino hacia mi propia calma. Al menos eso es de lo que intento convencerme.

Y ahora en mi día a día, te llevo aquí dentro. He aprendido a reconocerte en todas tus formas. Ya no me atenazas tan a menudo, desde que te miro de frente. Desde que sé que tú apareces cuanto más fiera me pongo contigo. Si llegas para quedarte, algo bueno me ronda, significa que tengo algo nuevo que aprender.

Ya no te odio, mi querida ansiedad, ahora que lleno mi pecho de aire y dejo que mis pensamientos negativos simplemente pasen, ahora que ya no lucho contra ti. Ahora que sé que te necesito para estar vivo, para ver mi miedo y aprender. Solo te haces grande si te niego.

Así que ahora puedo decirte que juntos, caminaremos este sendero, yo te dejo el espacio justo para que me muestres cuál es el camino, para no perderme yéndome de aquellos sitios en los que tú antes te hacías enorme, cuando aún te negaba. Para darme la oportunidad de crecer y seguir viendo qué es lo importante de verdad.

Me gustaría afirmar que me despido de ti, mi querida ansiedad, pero no es un adiós, es un hasta luego, porque inevitablemente siempre nos reencontramos. Ya no te veo enorme, sino mucho más pequeña y manejable. Ya no hay por qué tenerte tanto miedo.

Hoy, he decidido que nuestra relación debe cambiar. No quiero vivir más como prisionero de tu sombra. Te reconozco, pero ya no te temo. He aprendido que, aunque me acompañes, no tienes por qué definir cada uno de mis pasos. La paz que he reencontrado en mi niño interior es más poderosa que cualquier oscuridad que puedas traer, y desde ahora caminaré junto a ella, no para escapar de ti, sino para recordarme que, aunque estés presente, mi luz siempre prevalecerá.

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