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¿QUÉ HAGO CON TANTO AMOR ACUMULADO?

En los rincones más oscuros de la existencia, en los abismos más profundos del alma, la soledad se convierte en un espectro implacable que devora cada ápice de esperanza y consuelo. En medio de la vasta oscuridad que envuelve mi ser, me encuentro perdido, atrapado en un laberinto de desolación, donde cada susurro de la brisa parece un lamento lejano que resuena con mis propios miedos.

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Cada latido de mi corazón es un eco doloroso de la ausencia de un amor verdadero, un eco que resuena en los confines de mi ser con la angustia de saber que no hay consuelo en la cercanía de otro ser humano. Este vacío se amplifica en la quietud de la noche, cuando las sombras se alargan y la soledad se hace más palpable.

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En la inmensidad abrumadora de la soledad, el tiempo se estira como un elástico sin fin, y cada segundo se convierte en una eternidad de vacío y desamparo. En este abismo, anhelo con fervor la presencia de alguien que pueda comprender mi dolor, que pueda compartir mi carga y ofrecer un destello de luz en la oscuridad que me envuelve. Mientras tanto, la esperanza se cierne tímida en el horizonte, prometiendo un mañana donde el eco de la risa rompa el silencio sepulcral.

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La soledad, no es invencible; es solo una sombra que se disipa ante la luz de la perseverancia y la fortaleza interna. Con cada amanecer, renuevo mi compromiso de enfrentar el día con valentía, buscando en los pequeños momentos de alegría la fuerza para continuar.

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Sé que la sombra de mi angustia no puede ser la única compañía que me quede. Sin embargo, un eco siniestro resuena en mi mente, recordándome constantemente la crueldad de la soledad más profunda. En ese abismo, me enfrento a la dolorosa realidad: la única salida de este laberinto es encontrar el amor propio. Abrazar la esperanza de que, algún día, en algún lugar, pueda hallar la redención en los brazos de otro ser humano. Alguien que me comprenda y comparta mi anhelo por un amor verdadero.

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Y mientras busco esa luz en la oscuridad, comprendo que cada paso que doy me acerca más a la verdad que reside en mi corazón. El amor que busco en el exterior debe germinar primero en mi interior. Solo así, al cultivar la compasión y la aceptación hacia mí mismo, podré reconocer y valorar el amor en su forma más pura cuando se cruce en mi camino.

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Porque el amor verdadero no solo se encuentra, sino que se construye y se nutre en la reciprocidad de dos almas dispuestas a compartir un viaje común, lleno de retos, pero también de inmensas alegrías.

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Sin embargo, me hallo atormentado por un torrente de amor acumulado, una corriente tumultuosa que amenaza con arrastrarme hacia la locura. Cada fibra de mi ser arde con la necesidad de amar y ser amado, pero me hallo perdido, sin saber a dónde dirigir este caudal de emociones. Me veo atrapado en un torbellino de sentimientos contradictorios, incapaz de hallar consuelo en el vacío que me envuelve.

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Este amor, que se desborda como un río en época de lluvia, busca su cauce en la vastedad de la vida. Anhelo a un alma que pueda contener y comprender la magnitud de este sentimiento. Sueño con un encuentro fortuito que pueda dar sentido a este exceso de pasión, que transforme la locura en éxtasis y el vacío en plenitud.

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Mientras tanto, aprendo a navegar estas aguas revueltas, a no temerle a la intensidad de mi propio corazón. Acepto que este viaje es solitario hasta que las corrientes decidan unirse. Y en esa aceptación, encuentro una paz inesperada, un refugio temporal en la tormenta, sabiendo que el amor verdadero no es solo un destino, sino también un camino lleno de aprendizaje y autodescubrimiento.

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Así, en la quietud de mi introspección, descubro que cada sombra es el reverso de una luz aún no revelada. La soledad, esa maestra severa, me ha enseñado a escuchar el susurro silencioso del amor que aguarda en lo recóndito de mi ser. Aprendo que cada noche oscura del alma precede al alba de una comprensión más profunda, donde el amor propio se convierte en el faro que guía hacia la conexión con otro corazón.

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 En la danza eterna entre la luz y la oscuridad, reconozco que la redención no reside en la llegada, sino en el coraje de continuar el viaje, con la certeza de que, en el reflejo de mi propia alma, encontraré el amor que anhelo, un amor que resuena con la verdad universal de que no estamos solos en nuestra búsqueda. Porque en el desarrollo de la existencia, cada corazón solitario es un hilo que espera entrelazarse con otro, formando así el tapiz infinito del amor humano.

Iván Alatorre Orozco

15-marzo-2024

Acerca admin

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Un comentario

  1. Muy coherente, cierto y sincero, justamente en un mundo donde se nada a contra corriente, aprendemos a divisar la razón de por qué hay tanto para dar y por qué se debe esperar, que sana perspectiva y sobretodo muy humana. Felicidades.

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