Por Iván Alatorre Orozco
En el oscuro laberinto de la existencia humana, donde las sombras nublan nuestros pensamientos y las dudas se erigen como torres de angustia, me encuentro atrapado en un abismo de desilusiones.
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Aunque mi mente se debata en un torbellino de preguntas, hay una verdad sombría y desgarradora que emerge con fuerza inmutable: la naturaleza benévola del ser humano es solo una ilusión.
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En este tortuoso camino de desengaños, incluso aquellos que deberían ser mi refugio, mi propia familia, me han traicionado innumerables veces. Me han acuchillado la espalda sin piedad, dejando cicatrices invisibles que hieren mi alma con cada lágrima derramada en silencio.
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¿Cómo puede ser que aquellos que comparten mi sangre sean los mismos que siembran semillas de amargura en mi corazón? Mi patética obstinación se niega a abandonar la búsqueda de su cariño, como si una chispa de esperanza persistiera en el abismo de la desesperanza.
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Mendigo su afecto, persiguiendo sombras de amor en un mundo de indiferencia y traición. Pero ¿es acaso una falta mía el aferrarme a algo tan efímero y esquivo como el amor de aquellos que deberían brindarlo de forma incondicional?
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En cada dolorosa decepción se afianza la certeza de que tal vez el egoísmo y la crueldad son las esencias mismas de la humanidad. ¿Podemos acaso escapar de nuestra propia naturaleza y aspirar a la bondad sin tacha? ¿O será que la maldad acecha dentro de cada uno de nosotros, esperando el momento adecuado para mostrarse en todo su esplendor?
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La tristeza me arropa, me envuelve en un abrazo frío y despiadado que me susurra al oído palabras de desesperanza.
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¿Por qué insisto en buscar en aquellos que han demostrado su capacidad de herirme una razón para seguir adelante?
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¿Es mi búsqueda de afecto un acto de locura o simplemente la incapacidad de aceptar la cruda realidad que me rodea?
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Quizás, en el fondo de mi ser, deseo encontrar en mi familia la redención de la humanidad, creer que existe un destello de bondad genuina que supera las facetas más oscuras de nuestra existencia.
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Tal vez esta obstinación surge del anhelo de encontrar un sentido en medio de la desesperanza, una explicación a las cicatrices emocionales que marcan mi ser.
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En la ambigüedad del destino humano, me debato entre la desilusión y la ilusión, entre renunciar a esas migajas de afecto o seguir esperando en vano. Pero en mi lucha interna, no puedo evitar cuestionarme si el ser humano está verdaderamente inclinado hacia la benevolencia, o si en su esencia se esconde una sombra tan profunda y sombría que nos consume sin piedad.
