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EL FARO QUE GUÍA MI CAMINO

Por Iván Alatorre Orozco

En días donde encontrar el equilibrio entre amar y ser amado se torna desafiante, entre suplicar por el amor externo y forjar una alianza con mi ser interior, me perdono por haber implorado regalos de amor, por haber buscado la validación en los ojos ajenos. Cada lágrima derramada en ese intento ahora se convierte en el tinte que da color a mi autorreconocimiento.

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El equilibrio, ese delicado arte de sostenerse mientras se abre al mundo, es la clave maestra para no permitir que nadie me quiera menos de lo que me quiero. Es como caminar por el filo de un abismo, donde mi amor propio es la red de seguridad más fuerte. Es en este preciso acto de equilibrio donde se encuentra la esencia de mi autoestima.

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En la sabiduría adquirida en la soledad, descubro que la ausencia de compañía no siempre es un vacío desolador, a veces es un lienzo en blanco donde pinto mis autorretratos de amor propio. Es en estos espacios de silencio donde las palabras que me digo adquieren el tono más dulce, resonando como un eco de aceptación.

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Cuando pronuncio las palabras “no quiero esto para mi vida”, un terremoto de cambio sacude mi existencia. La autodeterminación, renunciar a lo que se ha convertido en un lastre, es afirmar mi amor propio. Que no me haga falta lo que no me hace bien se convierte en mantra que me libera de las sombras.

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El amor propio, auténtico y arraigado, no clama por atención pública ni requiere validación externa. Es un estado interno, una fuerza que fluye como un río subterráneo de confianza y felicidad. Mi seguridad se convierte en mi brújula, guiándome a través de los desafíos y celebrando los triunfos silenciosos. En el acto de no convertirme en mi propio verdugo, y, muy al contrario, valorarme de manera auténtica, descubro un fenómeno fascinante: el mundo, de alguna manera misteriosa, también se enamora de lo que soy. Mi amor propio se irradia como un faro, atrayendo a aquellos que reconocen y valoran la autenticidad en su forma más pura.

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Querer ser otro niega mi esencia. Cada rasgo, cada cicatriz, victoria y derrota contribuye a la obra maestra que soy. No hay espacio para imitaciones de vida. La relación más poderosa que jamás sostendré no es con otra alma, sino con la mía. Es un vínculo que trasciende el tiempo y el espacio, una conexión que se nutre con cada elección, cada palabra y cada pensamiento. En este diálogo constante, descubro la fuerza transformadora del amor propio.

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Conscientemente elijo palabras que siembro en el jardín de mi mente, mi autorrespeto guía elecciones. Cada decisión, ya sea pequeña o monumental, está moldeada por el respeto que me atribuyo. En cada encrucijada, debo optar por el camino que honra mi integridad.

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Reconozco mi conocimiento profundo. No hay límites en el corazón de quien se ama, construyo puentes con amor propio. Mi esencia es única, una constelación que ilumina mi existencia. Vislumbrando un futuro donde la esperanza florece. Cada elección consciente es semilla para que, mañana, el amor propio sea el faro que guía nuestro camino. En ese futuro radiante, nos abrazamos con ternura, construyendo puentes hacia un mundo donde la comprensión mutua y el respeto propio son los más valiosos tesoros.

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