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LA RIQUEZA DE AMAR PESE A NO SER AMADO

Por Iván Alatorre Orozco

Amar a alguien sin esperanza de reciprocidad es como bailar en un espacio estrecho, entre sombras que susurran tristezas y desilusiones. Pero, en medio de esa penumbra, florece algo exquisitamente hermoso, como la última flor que despierta antes de la llegada del invierno.

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Amar, incluso cuando el eco no regrese, es un ballet del alma. Embrujarse con la sinfonía mágica que es el amor implica entregarse a una melodía insondable, donde cada nota es un suspiro del alma y cada acorde, un eco eterno que resuena en el corazón, desatando un torbellino de emociones que danzan al compás de un sentimiento que desborda la percepción del tiempo.

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Cada latido, es un sentimiento que persiste, que se resiste a desprenderse a toda costa, a pesar de no hallar refugio en otro corazón. Pero, en ese desfile de emociones encontradas, hay un matiz de melancolía, un susurro lejano del dolor al no tener a ese ser especial a tu lado.

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Quizás el eco del amor no resuene de la misma manera en el otro, mas no desmerece la profundidad de lo que se siente. Abrir el corazón es un acto valiente, permitir que las emociones fluyan sin restricciones es desplegar las alas del alma en vuelo hacia lo más profundo. Pero, en este vuelo, a veces, el viento trae consigo el susurro de la añoranza, la dulce tristeza de no compartir ese entrañable espacio en compañía del ser amado.

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En esa entrega sin límites, descubres el amor propio, un tesoro oculto en los pliegues de tu ser. No buscas aprobación externa; te sumerges en la plenitud del amor que ya reside en ti. Pero no cualquiera asimila esa visión, ya que en ese escenario donde actúan personajes sin diálogos, es difícil de dimensionar y evitar la desesperanza de esa incertidumbre. El vacío, que al no poseer el equilibrio emocional y la grandeza para ubicar lo verdaderamente importante, puede transformarse, en una avalancha capaz de destruir la magnitud de la grandeza de saberse un ser capaz de amar.

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La falta de reciprocidad, aunque envuelta en el velo casi de tortura, se transforma en un logro monumental que eleva el amor a alturas inexploradas, como si fuera un faro que ilumina los cielos más oscuros. Este dolor, lejos de ser una carga, es un río caudaloso que se aventura más allá de los confines de una sola dirección. Trasciende, se despliega como un horizonte infinito, expandiéndose con la fuerza impetuosa de los ríos que desbordan su cauce y se funden con la vastedad del universo. Cada desengaño, cada lágrima derramada, es un tributo a la intensidad del sentir, un testimonio de la valentía de abrir el corazón sin reservas. Este amor, aunque no encuentre reciprocidad en el objeto deseado, se convierte en un manantial eterno que fluye, dejando una estela imperecedera de esencia amorosa en cada rincón del universo.

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Imagina este amor como una llamarada que, aunque pueda parecer consumida por la falta de respuesta, arde con una fuerza indestructible. Se expande como el eco de un susurro que reverbera en las estrellas. Este amor no correspondido se convierte en un himno silencioso que resuena en la vastedad del firmamento.

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Así, en medio de la adversidad, la capacidad consciente de amar se revela como una acto de resistencia, un éxtasis que va más allá del sufrimiento. Cada dolor se convierte en una pieza crucial del rompecabezas del crecimiento personal, un lienzo en el que se pinta la epopeya del alma que persiste en amar, a pesar de las tormentas. Este amor no correspondido, lejos de ser una derrota, se erige como un monumento de amor propio, una obra maestra que se eleva por encima de las tristezas para abrazar la grandeza de la propia existencia.

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Agradece a ese amor no correspondido, agradece a la persona que, de manera indirecta, te revela la grandeza del sentir. Cada desafío es una joya escondida, una oportunidad para crecer y vivir con un corazón sin barreras. Y, con cada joya, también se entrelaza la hebra de un dolor enriquecedor al aparecer la tristeza por no tener a esa persona especial para compartir cada experiencia, ilusión, añoranzas y sueños de lo que probablemente nunca será.

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Amar a alguien que no te corresponde es como escribir una desgarradora poesía en medio de un desafío, que no deja de ser una delicada fragancia que se desliza entre las brumas de la adversidad. En este entramado de sentimientos, recuerda siempre que eres un verso singular en el baile imparable de la existencia, donde cada latido de tu corazón resuena, vibra y se entrelaza con la esencia más pura del amor en cada instante de tu ser.

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Cada momento, sin embargo, lleva consigo la añoranza profunda de compartir ese amor con aquel que se convierte en el eco mismo de tu corazón. Como notas en un pentagrama, tus emociones danzan en la partitura de la vida, esperando el momento en que el destinatario de tu amor pueda reconocer la melodía única que compones. Este amor, aunque parezca un desafío en su no correspondencia, es un delicado bordado en el tapiz de tus experiencias. Es un recordatorio de que tu corazón es una obra maestra en sí mismo, capaz de crear belleza incluso en la ausencia de reciprocidad. En cada suspiro, hay una plegaria silenciosa por el día en que tus versos de amor encuentren eco en el corazón de aquel que has anhelado.

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No olvides que eres una sinfonía en constante evolución, donde cada nota, cada paleta de emociones, contribuye al arco iris de la existencia. En la espera paciente, tu amor se convierte en un tesoro guardado en el cofre de la esperanza, un regalo que anhelas compartir con el destinatario que aún no ha descifrado tu canción. Así, en cada compás de la vida, lleva contigo la dulzura de la fragancia de tu amor, mientras anhelas la armonía de la reciprocidad. En esta danza entre la realidad y el deseo, cada palabra no dicha, cada sentimiento no compartido, se convierte en un verso adicional, enriqueciendo la poesía que eres y que estás destinado a compartir con aquel cuyo corazón late en sincronía con el tuyo.

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