Amelia avanzaba por el bosque la más oscura de las noches, decidida a enfrentar sus temores más profundos. Las ramas crujían bajo sus botas mientras se adentraba más y más en la oscuridad. La neblina espesa rodeaba su linterna, proyectando sombras retorcidas que parecían moverse por sí solas. El viento siseaba como un susurro maldito en sus oídos, y el aire estaba cargado de un olor metálico.
De repente, una risa siniestra resonó en la distancia, un sonido que no debería existir en medio de ese bosque. Amelia sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero siguió adelante, sabiendo que debía llegar al centro del bosque para enfrentar su miedo.
A medida que avanzaba, los susurros en la oscuridad se volvían más insistentes. Voces inhumanas le susurraban palabras que atacaban su cordura. La niebla se espesaba aún más, y los árboles se retorcían en formas grotescas que la acechaban.
Finalmente, Amelia llegó al corazón del bosque, donde una visión horrenda la esperaba. Un círculo de antorchas iluminaba el lugar, revelando figuras encapuchadas que llevaban a cabo un macabro ritual. En el centro, un cuerpo desangrado yacía en un altar de piedra. Era una escena de horror que ningún ser humano debería presenciar.
Los encapuchados se dieron cuenta de su presencia y se volvieron hacia ella, los rostros ocultos bajo las capuchas. Amelia retrocedió, pero algo en su interior la obligó a quedarse. Sabía que debía enfrentar lo que tenía delante.
Las figuras comenzaron a cantar en una lengua desconocida, y el cuerpo en el altar se movió. Se alzó con una risa demoníaca, sus ojos brillando con una luz maligna. Era un ser de pesadilla, una criatura que había vuelto de entre los muertos.
El ritual continuó, y las antorchas parpadearon con una luz aún más siniestra. Amelia estaba atrapada en medio de algo que no podía comprender. El cuerpo en el altar se lanzó hacia ella con ferocidad, y en un instante, la pesadilla se hizo realidad.
El Bosque había cobrado su sacrificio, y Amelia se unió a las sombras que acechaban en la oscuridad. La risa demoníaca resonó en todo el bosque mientras las figuras encapuchadas continuaban su ritual. Amelia, ahora parte de la pesadilla, se unió a ellos en su macabra danza.
A medida que avanzaban en su ritual, el cielo se oscureció aún más, como si el mismo infierno se hubiera desatado en la Tierra. Relámpagos retorcidos iluminaban el lugar, revelando rostros más allá del humano. Criaturas de pesadilla, deformes, se unieron al festín de sangre. Amelia se dio cuenta de que había caído en un abismo de locura y terror.
El líder de la ceremonia, un ser con cuernos retorcidos y ojos de fuego se acercó a Amelia. La sangre goteaba de sus garras mientras le ofrecía una sonrisa demoníaca. Sabía que Amelia nunca abandonaría el bosque. Su alma se había convertido en una posesión del inframundo, condenada a una eternidad de sufrimiento.
El bosque se sumió en la oscuridad, y los alaridos y lamentos resonaron en la noche. El ritual continuó hasta que no quedó nada más que silencio y oscuridad. El bosque se había cobrado su ofrenda, y Amelia se había convertido en parte de su leyenda maldita, una advertencia para todos aquellos que osaran entrar en la oscuridad del reino de la noche.
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