Por Iván Alatorre Orozco
En una fría mañana en la gélida Antártida, nació un pequeño ballenato macho orca al que llamaron Ciarán, que significa, pequeño negro. Su llegada fue celebrada con un intenso amor, como es costumbre en una familia unida, que se regocija ante la llegada de un nuevo miembro tan esperado. La familia estaba compuesta por su madre, Saoirse, cuyo nombre significa libertad; su padre, llamado Cian, que se traduce como antiguo o lejano; y su hermana Bríd, cuyo nombre denota gran fortaleza.
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Las orcas son muy organizadas y muestran un notable nivel de inteligencia, especialmente cuando se enfrentan a situaciones peligrosas y cuando se coordinan para obtener alimento. Durante los primeros meses de su vida, Ciarán dependió por completo de su madre tanto para alimentarse como para protegerse. Por lo general, pasan varios años antes de que una orca logre independizarse, por lo que es casi una regla el observar a los ballenatos cerca de sus madres.
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Las orcas emiten una variedad de sonidos para comunicarse, que van desde chirridos y silbidos hasta cantos repetitivos y extraños. Estos sonidos les permiten mantener comunicación entre ellas, especialmente cuando se encuentran separadas por largas distancias. Esta variedad de sonidos es motivo de orgullo en su sistema de organización social, pero para Ciarán, esto no siempre significaba algo que le agradara.
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Cuando Ciarán comenzó a desprenderse de su familia, abrazó la libertad y la aventura como sus principales compañeras. A su madre no le gustaba que tuviera pocas amistades y que pasara menos tiempo en familia, pero él era diferente al resto de las orcas. Disfrutaba de emprender largos viajes y su capacidad de asombro ante lo nuevo era conmovedora. A pesar de ser muy joven, mantenía intacta su alma de ballenato, curioso e impresionable ante los detalles más pequeños en muchos aspectos y niveles. Sin embargo, para Ciarán, el constante ruido generado por las numerosas comunidades de pingüinos, focas, leones marinos, albatros, gaviotas y otras ballenas no solo le causaba mal humor, sino que también empezó a afectar su salud y comportamiento natural. En ocasiones, incluso se volvía agresivo y con frecuencia abandonaba sus áreas de alimentación.
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El problema se agravó para Ciarán cuando, siendo todavía muy joven, se ocultó de su madre un día para investigar el intenso ruido de uno de los barcos que navegaban por su zona. Mientras nadaba alrededor del barco, alguien arrojó una pieza de metal que golpeó la cabeza al pequeño ballenato. A partir de ese ataque, su capacidad para escuchar y descifrar las ondas marinas que las orcas suelen emitir a través de sus cantos se limitó parcialmente. Desde ese día, Ciarán comenzó a referirse a los barcos como: “monstruos destructores de la tranquilidad” y a sus tripulantes como una manada de pingüinos inquietos y violentos, ya que, al igual que los pingüinos, caminaban en dos patas.
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Tanto el tumulto de manadas ruidosas como la invasiva y cada vez más frecuente presencia humana, con sus imponentes monstruos metálicos, plataformas y asentamientos cada vez más numerosos, llevaron a Ciarán a buscar desesperadamente un refugio del ruido que para otros era lo normal. Pero si algo definía a Ciarán, era su resistencia al ser considerado como “normal”. Aborrecía con todo su ser esa palabra y lo que representaba. Valoraba la oportunidad de destacar para ganarse la fama ser raro, el diferente, el desadaptado, y luchó incansablemente durante el resto de su vida para conservar esa reputación. Nunca permitiría que su pensamiento y su sentir se asemejaran a los de los demás, y no le importaron en absoluto las consecuencias que esto le acarreó.
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Ciarán tuvo la fortuna de encontrar un sitio ideal en el océano, donde pasaba largos periodos en la serena profundidad de las aguas, ahí la contaminación auditiva era casi inexistente. De alguna manera, este entorno se convirtió en su refugio, y ni la oscuridad ni la soledad lograron afectarle en absoluto. Todo lo contrario, se esforzó por mantener en secreto su lugar mágico el mayor tiempo posible.
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Cuando las diversas comunidades de animales disfrutaban de jugar el juego de la vida en la superficie, Ciarán contemplaba el mundo de manera completamente diferente. Cuanto más se sumergía en las profundidades de las aguas antárticas, más intensa se volvía su sensación de tranquilidad. Allí, el ruido era como un suave susurro que se entrelazaba con el movimiento del agua, como una caricia que le permitía pensar con claridad, algo que era imposible en la superficie.
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A medida que Ciarán exploraba distancias más profundas, su emoción crecía al descubrir la belleza en sus travesías submarinas. Las criaturas marinas que habitaban en esos apartados lugares eran únicas, como si provinieran de otro mundo. Había medusas traslúcidas que flotaban con elegancia, proyectando luces de colores que revelaban numerosas rarezas ocultas en la oscuridad, como los pulpos que cambiaban de color y criaturas enormes con cuerpos extraños. Incluso los temidos “monstruos destructores de la tranquilidad” que solían acechar en la superficie se volvían inofensivos y pasivos en las profundidades, como enormes fantasmas atrapados en una dimensión de la que sabían que jamás abandonarían.
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La ausencia de los inquietos pingüinos de patas veloces y piel pálida que en su momento lastimaron a Ciarán, le ayudaba a conseguir serenidad. Abajo, los frecuentes gritos y comportamiento destructivo de los humanos, como si estuvieran enfrascados en una lucha permanente con todo y contra todos, no tenía cabida. Sus reacciones destructivas y su objetivo por asesinar a la mayor cantidad de animales ahí era inexistente. Solo quedaba la presencia de un esqueleto de metal que dormía eternamente en el lecho marino. La pequeña orca se dio cuenta que las grandes maravillas que podía admirar no se encontraban exclusivamente en la superficie brillante. Se sintió afortunado de ser testigo de ese tesoro escondido y decidió compartir su hallazgo con su familia para que todos pudieran apreciar ese esplendor raramente explorado. Sin embargo, no recibió la respuesta esperada.
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– ¿Cómo se te ocurre arriesgarte a visitar esos lugares lejanos? ¿No sabes que muchas ballenas que se aventuraron a esas aguas profundas nunca regresaron? Las que lo hicieron contaron historias terribles de monstruos asesinos mucho más grandes y feroces que nosotros. -gritaba Saoirse a su hijo, quien la miraba con extrañeza.
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– Te juro que eso no es así, mamá. Me he comunicado tanto con peces minúsculos como con gigantes marinos tan amigables como nunca había conocido. Tengo la suerte de contar con un maestro y amigo, un gran sabio de las profundidades llamado Simón. Es una esponja de cristal que solo puede sobrevivir en las profundidades. ¿Sabías que esa especie de esponjas marinas pueden vivir durante siglos? Imagina la cantidad de historias y aventuras de las que ha sido testigo y protagonista. Podría quedarme sin problema todo el día escuchando sus increíbles relatos.
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– Escucha a tu madre, ella sabe lo que dice. Yo mismo, cuando tenía más o menos tu edad, también me aventuré a recorrer las aguas profundas, y no encontré nada de lo que nos dices. Allí solo reina la oscuridad, el silencio y la inquietante sensación de que miles de ojos te observan, con el propósito de hacerte daño-dijo Cian, elevando su voz con autoridad. Su preocupación por proteger a su único hijo varón, enfatizando su papel de padre involucrado, lo llevaron a advertir a su hijo para que evitara descender nuevamente a esas profundidades.
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– Espero que tu madre y yo hayamos sido lo suficientemente claros. Tus excursiones a ese supuesto mundo de fantasía que has construido en tu cabeza, seguramente, es una especie de infierno con monstruos carroñeros decididos a devorar hasta tus huesos.
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– Vaya imaginación la que tienes, hermanito. Eso de hacerte amigo del supuesto maestro de cientos de años con forma de esponja, y contar con la ayuda de pulpos y otros peces que ayudaron a iluminar ese mundo fantástico solamente para que lo vieras y fueras parte de él, de plano al decir que suena raro, me quedo corta. ¿Qué tiene la superficie, tan luminosa y normal que tanto odias? – comentó su hermana Bríd de manera irónica ante la aparente historia ilusoria de su hermano.
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– Algún día te animarás a acompañarme, querida hermana, y quedarás boquiabierta cuando veas lo que hasta ahora me ha maravillado. Por primera vez en mi vida, esa incapacidad que no me permite escuchar como una orca normal, y de la que tanto me quejé desde el accidente, no me hace sentirme incompleto en absoluto. De hecho, te aseguro que incluso prefiero tener la oportunidad de estar en ese silencio casi total, porque finalmente he conseguido comprender muchas de las dudas que en la superficie eran imposibles de resolver debido al imparable alboroto y, sobre todo, a la indiferencia y falta de calidez entre la mayoría de las manadas.
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Ciarán desobedeció las advertencias de su familia y, con el paso de los días, exploró distancias cada vez más lejanas y profundas en las entrañas del océano. Sus emociones se volvieron un torbellino de sentimientos y sus motivaciones se clarificaron con cada nueva aventura submarina. Cada inmersión le proporcionó un respiro, una vía de escape de la monótona rutina que experimentaba en la superficie del mar. La calma reinante en las profundidades, junto con el aprendizaje adquirido durante las numerosas horas de conversaciones con Simón y otras amistades, le permitía conectarse consigo mismo y con la inmensidad y misticismo del océano que lo rodeaba.
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Sus pensamientos vagaban como peces curiosos en las profundidades. Reflexionaba sobre su familia y cómo su deseo de aventura y su resistencia a la conformidad habían creado tensiones en su relación. Anhelaba la comprensión de su madre y el apoyo de su padre, pero también sabía que su espíritu intrépido no podía ser sofocado por mucho tiempo.
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Sus pasiones eran igualmente complejas. Experimentaba una sensación de asombro constante ante la belleza que descubría en sus travesías submarinas. Las medusas traslúcidas que flotaban como lámparas y los pulpos que cambiaban de color desencadenaban en él una admiración por la variedad del mundo marino. Cada nueva criatura que encontraba era una prueba de la magia oculta bajo la superficie y una afirmación de su elección de vivir de manera diferente.
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Sus motivaciones se volvieron cada vez más claras a medida que exploraba más a fondo. Quería compartir estas maravillas con su familia, quería que ellos también experimentaran la serenidad y la maravilla que solo las profundidades podían ofrecer. La idea de ser el puente entre dos mundos, el tranquilo reino submarino y la superficie ruidosa y agitada, lo impulsaba a seguir explorando y descubriendo secretos submarinos.
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Cada vez que descendía en las profundidades, Ciarán se sentía más en sintonía con su verdadera naturaleza. Sabía que su viaje no era solo físico, sino también espiritual. A través de la quietud y la belleza de las profundidades, encontraba el significado y la paz que anhelaba en su corazón inquieto.