Por Iván Alatorre Orozco
Estas son las ropas que en apariencia me definen, mugrientas y rotas,
cubiertas por ese denso polvo que se acumula a lo largo de las décadas,
Proyectan ante todos la historia de mi pasado y su desventura,
con sus pasiones, risas y locuras.
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Para muchos, este traje mugriento es necesario para cubrir mis vergüenzas.
Es la indumentaria perfecta para esconderme de una sociedad a la que no debo pertenecer,
donde se justifican mis manos metidas en los bolsillos,
mi caminar pausado y mi rostro mirando al suelo para no ser visto,
convirtiéndome en una especie de fantasma o costal atiborrado de basura.
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No ha resultado sencillo deshacerme de este traje, pero es el único que tengo.
Sé que la gente quisiera arrojarlo por la ventana,
ver cómo se hunde bajo las aguas de un lago profundo,
o al menos, guardarlo al fondo de mi armario
y esperar que a la mañana siguiente desaparezca.
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Desde niño deseaba con fervor usar otras ropas, pero el traje creció al compás de mi cuerpo.
Es la única indumentaria que conozco, y temo a la invasión de una ajena.
Mi gastado traje suele esperar en un rincón.
Innumerables memorias aparecen cosidas sobre su desgastada tela.
Luz y sombra se entrelazan en sus fibras.
Y cada arruga conserva historias que el tiempo no es capaz de borrar.
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Tiene más dobleces que otros trajes, y cuenta secretos en absoluto silencio.
Su estructura lleva el peso de sueños y esperanzas.
Todos lo ven sucio y desgarrado, pero no conocen sus aventuras y la luz que irradia.
A pesar de su apariencia, en estas ropas encuentro mi refugio.
Nos conocemos demasiado.
Y a pesar de haber intentado deshacerme de él en tres ocasiones,
mi pasado y mi presente se asocian para negociar un futuro y conservarlo.
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Hoy visto casi con orgullo este deteriorado traje.
Mi historia palpita en cada hilo
Me cobija durante las frías y solitarias noches,
sin importar que las palabras de la gente deseen su desaparición.
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Hoy sé que lo defenderé de su exterminio.
Su fortaleza soportará los embates del futuro.
Y que puedo sentirme orgulloso
de aceptar la presencia, junto a la mía, de otra prenda,
Arropándose en el armario uno al otro.