LAS PALABRAS CORRECTAS

Por Iván Alatorre Orozco

El lenguaje, es ese nutriente espiritual que alimenta y da sentido a la imperiosa necesidad por comunicar aquello que habita en mi interior. Emociones incrustadas en las paredes de mi mente, de mis recuerdos esperanzadores que sustentan la teoría de un pasado oscuro pero valeroso, con numerosas batallas ganadas a la oscuridad.
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De un futuro que no necesariamente debo seguir satanizando como el receptáculo de una cascada de dolor cuya espuma, no debe de ser el resultado de una reacción tóxica derivada de la fusión de mis angustias, ansiedades y decepciones virtuales, sino por el choque del torrente de ese caudaloso río existencial, que al impactarse con las afiladas rocas, creará esa consistencia blanca espumante, capaz de legitimar la pureza, así como el reconocimiento de mis esfuerzos y convicciones ganados con sudor y sangre.
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Sin embargo, descubrí que no sólo el lenguaje y sus inagotables virtudes, sino lo trascendental de la vida, se mueve sobre las hermosas, pero ardientes arenas del presente. Caminar sobre su superficie implica un compromiso, que impulsa a sentir sus suaves pero calcinantes granos desplazándose como una caricia entre los dedos, con la plena conciencia de apartarse, llegado el momento, antes de sufrir las dolorosas consecuencias de esas quemaduras cobardemente adjudicadas a terceros.
Soy un profesional del acomodo de las piezas exactas que forman la imagen del rompecabezas existencial de mi presente, de su indiscutible protagonismo. Sin embargo, la sumisión ante la practicidad del día a día seguirá representando uno de los más grandes retos para avanzar con paso firme y convertirme en el valeroso y propositivo ser humano que he vislumbrado desde hace tanto tiempo gracias a los sutiles mensajes que aparecen ocasionalmente en las entrañas de varios de mis sueños.
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Mi presente me grita, me regaña con un grado de rabia como nunca lo había manifestado. Esa voz históricamente apagada, ahora se ha convertido en un bramido con la determinación de exigir resultados. No deseo sentirme más como esa cazuela impregnada de cochambre que se resiste a despojarse de las capas de suciedad. Porque sé que, en su interior, no solo coexiste la acumulación durante décadas de esas capas insalubres con su característico color y destructivas intenciones.
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Dentro de esa plasta, también habitan los pasajeros luminosos atrapados deseosos por deslindarse de esa masa amorfa, para liberarse y lograr así emerger a la superficie de un universo donde recibirán el tan ganado reconocimiento, gracias a la valentía de realmente pretender mostrarse con orgullo tras la larga batalla, deseando esa reconciliación con lo bueno, lo bello y lo virtuoso, en un grado de proyección con el nuevo mundo que seguramente les recibirán con el grado que merecen.
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Necesito del encantamiento del lenguaje, y especialmente de la poesía, para lograr ponerle nombre y apellido, con las palabras correctas a lo que siento, a lo que temo, a lo que añoro y a lo que aspiro sea una vida con esos momentos mínimos de felicidad necesarios para encontrar la dimensión y el sentido de mi andar, en este mundo colapsado, al cual cada vez entiendo y me motiva menos.