Por Iván Alatorre Orozco
No recuerdo el momento exacto en mi vida en el cual decidí convertirme en un palabrero. Y sí, después de mucho tiempo de escarbar en mi cabeza con el objetivo de encontrar la palabra correcta que definiera mi añeja pasión escondida en el fondo del baúl de mis vergüenzas, y actualmente, tan desesperadamente deseada para su proyección, sin exageración, como un acto de supervivencia.
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Pretender afirmar que mi oficio es el de escritor, poeta, novelista o ensayista, como algunas personas amablemente han osado al dirigirse a mí con la miel de sus palabras, es sin duda considerar mi capacidad y sensibilidad con una vara demasiada alta. Más para alguien que por su actividad profesional como Administrador de una empresa de autopartes, desde hace casi un tercio de siglo, estoy más acostumbrado a las grises actividades en que se han convertido la compra, venta y aplicación del proceso administrativo con protagonistas sin alma como lo son las luces de led, los tapetes, espejos, faros y miles de otros productos que superan estratosféricamente en apariciones a los personajes contenidos en la Guerra y la Paz de Tolstói. En los cuales la gente invierte sus recursos como prioridades más elevadas que su propia salud física, mental, emocional e intelectual. No me malentiendan, me gusta mi trabajo en las condiciones adecuadas, y soy muy bueno en lo que hago. Pero dar ese salto desde una avioneta sin paracaídas para transformarme de un palabrero, en un escritor, me convertirá en el ser humano que mi alma reclama.
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Pese a mi edad, creo haber alcanzado a descubrir lo que con tanta sabiduría decía Borges al afirmar que la lectura es una de las formas de la felicidad, y no se puede obligar a nadie a ser feliz. Les confieso que no he sido feliz desde hace ya más de seis meses. Tanto la lectura como la escritira, apenas durante los inicios del presente mes, me han perdonado y nuevamente me dan una oportunidad. Una oportunidad condicionada que no desperdiciaré.
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El poder de la palabra es esa semilla, que con mucha paciencia, cuidados y disciplina, se convierte en el material de construcción, que como un ladrillo, de uno en uno, edifica casas, metrópolis, mundos, y principalmente, se da a la tarea de enriquecer personas.
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Construí una barda perimetral durante las últimas décadas. Una cada vez más ancha, larga y alta que me permitió alejarme cada vez más de las desdeñadas vinculaciones con el género humano. Me fascina afirmar que estoy en un proceso en el cual poseo un poderoso martillo que se ha convertido en mi principal aliado para destruir de poco en poco a ese monumental muro.
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Y muy importante, ha significado no considerar el resultante escombro como mero desperdicio. Me motiva el deseo de utilizar esos mismos pedazos como un símbolo, uno con el cual poder levantar la mayor cantidad de puentes posibles.
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No soy Arquitecto o Ingeniero, pero pese a esa limitante, las vinculaciones humanas han sido sorprendentemente considerables tanto en su calidad como en su cantidad. Me han abierto puertas y ventanas hacia el color, la transparencia y el cariño de personas extraordinarias.
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Igual que en los libros, en la felicidad que arrastran al adentrarnos en ellos. Los escenarios que he tenido la fortuna de pisar, los personajes que han llegado a mi vida, las ambientaciones de las cuales nunca creí ser parte, y las entrañables emociones que circulan en medio de todo este nuevo maravilloso espectro, puede que sea nuevamente la llave que me de acceso al exterior que me brindará el aire fresco, la libertad y la visión que previamente saboreé con la escritura de mis dos libros publicados.
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Las palabras son en extremo importantes. Ser plenamente consciente de aquellas que nos definen y nos posicionan, para así enriquecernos gracias al conocimiento del suelo que pisamos, no solamente nos brinda seguridad, sino también la confianza para cerrar los ojos y fundirnos con la libertad.
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Me encuentro en medio de ese proceso. E insisto en que palabrero, por el momento, me viene bastante bien para lo que aspiro alcanzar en el inmediato, en el corto y mediano plazo.
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Palabrero, en mi presente lo dimensiono como ese antídoto para abrir poco a poco las llaves que contienen la sustancia de la motivación. El ánimo por despertarme cada mañana con ese sentimiento de satisfacción por haber cumplido con la labor prometida, y así ganarme el derecho a descansar y ganarle por fin, después de seis meses, la batalla al insomnio que me ha inhabilitado a esos momentos de felicidad con los que me conformo para funcionar y sentir que la vida tiene sentido nuevamente.
Añoro la cercanía del día en el cual, bajo el ejemplo de mi hijo y maestro Gael, cuyo contagio en su capacidad de asombro ante los detalles más minúsculos, me obliguen a prometerme a dejar de construir inframundos y demonios virtuales que solo logran debilitar mi mente y mi alma.
Me dejo reflexionando y me gusto como te expresaste ante lo que estás pasando. A veces a nos es difícil entender nuestros propios problemas.