Por Iván Alatorre Orozco
Una voz habló desde lo más alto de la pirámide de sacrificios
con mano sacerdotal acercó la mano a su cintura
empuñó su cuchillo de obsidiana ceremonial
y con el filo de la desgarradora daga oscura
hizo valer su jerarquía al abrir un blando pecho.
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El Tlatoani esperó con impaciencia el solemne torrente líquido rojo
al igual que todos los ahí presentes
propios y extraños
quienes rugían como animales salvajes
ante la llegada del último borbotón de vida del sacrificado.
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Pero poca sangre habitaba el cuerpo del condenado a muerte
como una brillante lágrima carmesí
un hilo del vital líquido recorrió la geografía de sus extremidades inferiores
terminando su destino en la punta de su agrietado pie derecho.
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El sacerdote empuñó la oscura piedra
embistió con furia a todo órgano que desde su interior brindara
el asegurado espectáculo de la sangre
pero la lágrima carmesí que ahora caía a cuentagotas
solo formó sobre el piso un círculo perfecto.
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El color de la piel de la víctima no perdió su lozanía,
el lienzo de su desnudez jamás adquirió el azul mortecino
que tanto los dioses como los mortales daban por hecho
y pese a la estampida de insultos de la jauría enardecida
su corazón carente de sangre
inmune al más poderoso agravio de cualquier instrumento ceremonial
al igual que su rostro
palpitaba al ritmo de la vida
mientras sonreía.
Diciembre-2022