La pérdida de la memoria de quiénes somos, de nuestros logros, así como del aprendizaje de nuestras numerosas caídas, significa un problema mayúsculo cuando al respirar el presente construimos un mundo virtual, inexacto y difuminado, del auténtico ser humano que hemos construido, con tanto ahínco, durante toda una vida.
Mi hermano Gabriel no es la excepción a este mal que todos padecemos. En mayor o menor grado, con formas y dimensiones propias de su contexto histórico, él es una víctima más de los efectos de esta pérdida de memoria, que más que una enfermedad de la mente o el cuerpo es una afección del alma que suele hacernos sentir como un endeble barco de papel, navegando sobre las aguas de una tormenta con intenciones de hundirnos hasta lo más profundo de sus oscuros dominios.
Considero un compromiso de amor, el convertirnos en el historiador que dé testimonio de aquellas memorias extraviadas o bloqueadas, que el protagonista de su propia vida, por el motivo que sea, no le permite gozar en el presente de las mieles trascendentales que él mismo se ha negado a saborear.
Podría escribir un extenso libro, explayándome con las inagotables memorias, luminosas y sombrías, que definen al maravilloso ser humano que desafortunadamente él ha olvidado. Por ese motivo estoy aquí. Mi objetivo es el de hacerle saber al mundo, que padece de esa maldita condición de la pérdida de memoria, que, con la proyección de unos cuantos ejemplos, todos somos capaces de reencontrarnos para lograr ver nuestro rostro reflejado en un espejo, sin la imperiosa necesidad de escapar de él, o atribuirle un cúmulo de defectos, cuando en realidad, son más las virtudes que en dicho reflejo habitan.
En Gabriel encontré a la primera persona que se apasionó hasta las lágrimas, con la lectura de un libro. Corazón, diario de un niño, del autor italiano, Edmondo De Amicis. Con su ejemplo, me convencí de que los libros agigantan los horizontes sensitivos del ser humano. Y hasta la fecha, la lectura sigue representando, para mí, ese salvavidas que me mantiene a flote durante las prolongadas noches de tormenta.
Gabriel me enseñó, de manera indirecta e involuntaria, que los besos, los abrazos, las caricias y las infinitas muestras de amor hacia los hijos, son un derecho y una entrañable obligación. Que ese desbordado amor hacia ellos, en muchas ocasiones, nos nubla la visión y solemos cometer errores al no poder contener nuestro cariño y ser víctimas de los hubiera fantasma, que nos espantan por lo que les pudiera ocasionar dolor, cuando ese dolor en ellos es forzosamente necesario, para que se conviertan en la mejor versión de ellos mismos, gracias al abanderamiento de su independencia, el crecimiento emocional y espiritual responsable, el respeto hacia los demás y el amor propio.
Gabriel me enseñó que el respeto hacia nuestros padres va mucho más allá de lo que las nuevas generaciones siquiera imaginan. Que ese vínculo adquiere la categoría de sagrado, pero que, al mismo tiempo, se debe evitar colocarlos en un pedestal y justificar todas y cada una de sus palabras, acciones y omisiones. Al fin y al cabo, como todos, no dejan de ser imperfectos.
El compromiso de Gabriel para trabajar es digno de aplauso. Sus esfuerzos, el tiempo invertido, las formas y conexiones que construye en su mundo laboral, contagian a todos los que hemos tenido la suerte de aprender de él. Sin embargo, la máxima del entendimiento de las frases, vivir para trabajar, y trabajar para vivir, como muchos de nosotros, no siempre la aplica en la dirección correcta.
A pesar de los silencios, diferencias y discusiones entre nosotros durante los últimos años, la percepción y el cariño que tengo del hermano mayor que se preocupaba por mí, quien estaba en el momento que más lo necesitaba, quien me fortalecía con sus consejos dada mi muy acentuada fragilidad, aún se conservan intactos.
Soy yo ahora, quién con estas palabras de agradecimiento, pretende fungir como el mensajero quien debe y quiere recordarte el excepcional ser humano, que, a través de los años, has sabido construir con los cimientos de la solidaridad, el respeto, la congruencia, la transparencia, el involucramiento y el amor.
Hoy, como nunca antes, la valoración de ti mismo, la identificación de aquellos que solo aparentan ser parte integral de tu vida, y principalmente, la renovación de la humildad para reconocer tus errores y observar con transparencia la trascendental presencia de quienes han transitado contigo, tanto los inframundos más oscuros, como los suaves terrenos de la felicidad mientras caminaban descalzos, serán las decisiones que te posicionarán nuevamente en el camino que te corresponde, y que le otorgarán el tan añorado sentido y motivación a los cuales aspiramos todos.
Tu hermano que siempre te amará incondicionalmente.
Iván