Por Iván Alatorre Orozco
Sus objetivos al ingresar a una nueva aula eran numerosos y los tenía sistemáticamente establecidos desde sus primeros años como estudiante. Ya desde el jardín de niños comenzaba a descifrar que su participación y su presencia dentro de cualquier grupo debían de aproximarse lo más posible a la nada, es decir, a una especie de alma solitaria que encontraría con el tiempo los artilugios necesarios para convertirse en un estudiante invisible modelo.
Siempre sintió que tanto su familia como la sociedad a la que pertenecía, le obligaban a tener que congeniar de manera automática, sin filtros ni barreras, con todas aquellas personas que formaran parte de sus pequeños universos de interacción. Pero la verdad era que la mayoría de las veces, sus sentimientos ante esta forzada responsabilidad transitaban desde el miedo, el hartazgo, el aburrimiento y la desesperación por tener que cruzar siquiera palabra con compañeros, maestros e incluso la mayoría de los integrantes de su familia.
Observar el salón de clases, tal y como si tuviera un escáner integrado en los ojos, era la primera de sus estrategias. Encontrar el pupitre más alejado del escritorio del profesor, ubicar el ángulo más apropiado para que se mimetizara como un camaleón para evitar ser devorado dentro del salvaje territorio donde aseguraba situarse, seleccionar el pupitre más cercano a la puerta de salida que le permitiera planear un acto de escapismo que el mismo Harry Houdini envidiaría, sentarse atrás de algún compañero de alta estatura o regordeta figura que pudiera reducir el ángulo de visión del profesor hacia él, vestir ropa oscura para no llamar la atención y otras astucias formaban parte de su abanico de tácticas para salir a flote en su plan por lograr la invisibilidad.
Durante un año escolar completo, la cantidad de sus amigos cercanos se contaban con los dedos de solo una de sus manos, y aun así, le sobraban dedos. Su cerrazón al aceptar la menor cantidad de personas que entraran en su círculo de vida, no era producto de un capricho o de un asunto de ego inflado, era un profesional innato cuando se trataba de estudiar la personalidad y la calidad humana de aquellos que se movían a su entorno gracias a la información que le proporcionaban técnicas como las expresiones no verbales.
Él daba por hecho que no se salvaba un solo ser humano, en menor o mayor grado, de estar involucrado a lo que definía como una jauría de mentirosos carroñeros compulsivos, por ello es que consideraba una obligación el tomar medidas precautorias que tomarían la forma de un escudo protector frente a las interminables flechas envenenadas que se impactaban con estridencia ante su sofisticada arma de defensa.
Esa arma tomaba forma en su capacidad para sacar radiografías instantáneas de los rasgos de personalidad de los individuos que orbitaban de manera involuntaria alrededor suyo, contaba con un cerebro que revolucionaba su percepción del universo, virtud que más que una ventaja, representaba un suplicio ya que su nivel de cansancio le imposibilitaba mantener un equilibrio en su salud física y mental. Sin embargo, como un periodista que escribe a alta velocidad en su computadora sin mirar el teclado, desde muy joven aprendió a distinguir los pasos de sus hermanos y sus padres: la fuerza, longitud, el arrastre y el ritmo de las pisadas le indicaban con claridad quién se acercaba a su habitación o quién había ingresado a la casa sin tener que moverse de su cama.
Dentro de las aulas, desde el primer año de escuela primaria y hasta el último de su carrera universitaria, su arsenal de aparatos de rastreo de personalidad detectaba las intenciones y los estados de ánimo de sus compañeros. No importaba que tuviese que sacrificar la tan ansiada llegada de un amigo auténtico o de una pareja a su vida, la sensación de protegerse ante un ataque resultaba la máxima prioridad.
Observar la dirección de los ojos de sus compañeros después de una pregunta, la gran variedad de posiciones al cruzar los brazos y las piernas, la existencia de tics como tocarse el cabello, torcer la boca, arrugar la nariz, hacer muecas involuntarias, levantar o bajar los hombros, dar pasos cortos hacia adelante o atrás, mover con rapidez los dedos, golpear sus muslos con las palmas de sus manos, mirar fijamente, morderse sutilmente los labios y muchos otros ejemplos le permitían, según su percepción, identificar a enemigos reales y potenciales.
Pese a su poder de observación, resultaba imposible evitar exponerse ante la jauría. Los trabajos y asignaciones grupales, la conformación de equipos deportivos, las preguntas directas de los profesores, y más que cualquier otra actividad, la exposición de un tema oral de manera individual, frente a las miradas inquisidoras de todos los ahí presentes, significaba para él un verdadero suplicio.
En términos generales, sabía que había cumplido su cometido cuando descubría al final de cada año escolar que varios de sus compañeros no conocían ni siquiera su nombre, esa era la señal para enorgullecerse, tal como lo hace un mago al finalizar su presentación frente a su público por haber desempeñado satisfactoriamente su acto de invisibilidad durante la sumatoria de miles de horas, tanto en horario matutino como vespertino, usando uniforme o sin él, existiendo sin existir, ya fuera dibujando un animal de granja, realizando un escrito sobre el impacto de los reyes mexicas durante el siglo XV en la sociedad del valle de México o batallando los mil demonios para pasar de panzazo cualquier materia relacionada con las matemáticas.
Sin embargo, el haber perfeccionado con los años la habilidad de la semi-invisibilidad social, el sentimiento de vacío se mantuvo presente. Solía imaginar que todos a su alrededor flotaban por encima de las nubes, que se movían con naturalidad e incluso bailaban en perfecta sincronía escuchando música mientras él sobrevivía en el subsuelo, tratando de inhalar el oxígeno, de seguir los hilos de luz que ocasionalmente se abrían en la tierra que le permitían escuchar el rastro de esa música, que ni siquiera era de su agrado.
La vida para él se convirtió en una especie de radio portátil antiguo, en el cual debía permanentemente girar la perilla que le facultara sintonizar con la mayor fidelidad posible la canción que lo entusiasmara. El problema aparecía cuando en un mal día o una mala racha de días, sin importar cuánto girara la perilla de la radio, el único sonido que aparecía era el de la interferencia o la estática cuyo zumbido taladraba su cerebro. Como si se tratara de un cazador de leones en una sabana africana, se dedicó a perseguir rastros de señales que le ayudaran a juntar las piezas para identificar una voz o una canción a la cual conectarse. Con el tiempo aprendió que su falta de pericia con el uso de la perilla de volumen de la radio, había significado el factor determinante para que no disfrutara del placer por una buena señal, ya que cuando una voz o un instrumento musical emergían con tibieza o con estruendo, la perilla para sintonizar era la única de la cual se encargaba de maniobrar.
Su infancia, su juventud y sus años de escuela dieron paso a la adultez y a la vejez. Nunca dejó de hacer uso de sus habilidades de escapismo e invisibilidad cuando lo consideraba necesario. Aprendió que al bajar totalmente el volumen de la radio y no escuchar las tan ansiadas voces e instrumentos musicales, no significaba más un motivo de desesperanza. Acordó una alianza con el silencio y el sonido de los cañones del campo de batalla se escuchó cada vez con menos frecuencia.
El éxito de su invisibilidad ocultaba un defecto, una herida que debía ser cubierta, una que por la profundidad de su arraigo lo llevó a desistir en su lucha durante numerosas ocasiones debido a un extremo cansancio. Pero incluso el cansancio se cansa de sí mismo y de repente decide marcharse, dando lugar a que la luz se filtre hacia los terrenos de cualquier subsuelo, donde se logran escuchar las melodías que sanan y salvan, donde a pesar de vestir mal olientes harapos y estar cubierto de una densa capa de tierra, sin necesidad del uso de una radio o de un megáfono, las personas realmente trascendentales en su vida, pudieron escuchar incluso el sonido de sus suspiros.
Julio 10, 2022