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Mi hijo nació un 2 de noviembre, eran exactamente las 12:07 a.m. cuando escuché por primera vez el poderoso llanto que con contundencia me señalaba el nuevo curso de la ruta de mi barco que hasta esa época, surcaba las escasas tonalidades del azul de los mares de mi vida

PINCELADAS DE VIDA

Por Iván Alatorre Orozco

Mi hijo nació un 2 de noviembre, eran exactamente las 12:07 a.m. cuando escuché por primera vez el poderoso llanto que con contundencia me señalaba el nuevo curso de la ruta de mi barco que hasta esa época, surcaba las escasas tonalidades del azul de los mares de mi vida.

En el transcurso de las siguientes semanas, no hubo ninguna duda en cuanto al reconocimiento de que Gael ocupaba, la mayoría de las veces, el puesto de maestro, mientras que yo tomaba un curso intensivo como su alumno estrella.

Muchas fueron las enseñanzas que Gael me transmitió durante esas primeras semanas, siendo la más importante de ellas, la de luchar por recuperar mi capacidad de asombro ante los detalles enriquecedores de vida que siempre estuvieron visibles, pero que con el paso del tiempo me encargué de sustituir con obligaciones escolares, laborales y con el compromiso de tener que pagar las numerosas facturas que me hacían sentir que me ganaba el derecho de formar parte de una sociedad a la que detestaba.

Esa primera lección fue el inicio de mi segundo nacimiento. Como un rayo que ilumina la oscura noche e impacta sobre un árbol, destrozando muchas de sus ramas y quemando otras, aprendí que cada mañana aparece frente a mí un caballete, sobre él, hay un gran lienzo en blanco, a un costado emerge una colección de pinceles y una paleta de madera con los más hermosos colores a mi disposición.

Al yo ser testigo de cómo Gael dibujaba al despertar una sonrisa en su rostro, comprendí que mi visión del mundo debía cambiar, no quería seguir siendo como aquellas personas que mueren sin conocer el privilegio que poseen para enriquecer sus días a través del significado de los colores, no quería relacionarme con esos quienes esquivan la mirada cuando su niño interno les hace señas.

Comencé a dar mis primeras pinceladas de vida, creía que con dar un par de pinceladas por compromiso sería suficiente para justificar ante mí y los demás esa fidelidad virtual. Estaba acostumbrado a que sobre mi paleta solo existían el color negro y el blanco, con apariciones de un mediocre gris.

Cuando Gael alzaba sus manitas y se movía sonriendo de un lado a otro de su cuna al notar la presencia de su madre y la mía, comprendí cómo empezar a explotar ese virtuosismo a través del color, a colocar al negro y el blanco como meros elementos extremos de un universo de tonalidades que recorren a gran velocidad, de ida y vuelta, las diferentes etapas y circunstancias de mi vida.

Me volví un amante de los colores de la ciudad, del bosque, de la playa y la pradera, de los atardeceres y los primeros vestigios de luz en la mañana. De los colores que gotean sensibilidad y de aquellos que proyectan fiereza contenida, de los colores que rompieron mis cadenas y de los que con su presencia reconfortaron mi alma, de los colores que me dan ese sentido de pertenencia, que enaltecen esos valores que barrí y coloqué en mi pasado bajo el tapete de mi consciencia, del color que simplifica y le da profundidad a mi día a día, del color visto como materia prima para construir oportunidades, para derribar muros y edificar los más largos y anchos puentes que permitieron el tan ansiado reencuentro con mi vida.

Para dar pinceladas con los más hermosos colores que me sirvieron de brújula para pintar los cuadros que por fin conseguí mostrar con orgullo, a combinar para alcanzar las tonalidades que me transportan a un nuevo y mejorado mundo, donde las nubes están al alcance de mis manos, donde el azul del cielo me llama mostrando su mejor cara, donde la luna es más brillante, donde la luz del día me motiva a abrir la ventana para sentir el frío en mi rostro para que el aire ingrese sin bloqueos hacia mis desusados pulmones, donde logro distinguir la fuerza de la lluvia y salir a la intemperie sin importar que me moje de los pies a la cabeza.

Ahora puedo mover mi mano con naturalidad y fluidez, para que con cada mañana, las pinceladas sobre mi lienzo de vida, logren plasmar ese compromiso de búsqueda hacia la belleza, la gracia, la valentía y el amor que tanto extrañaba.

2-mayo-2020

1-mayo-2020

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4 comentarios

  1. Me encantó, cada día que pasa conozco algo nuevo que hace ver en ti a ese mejor hombre y gran padre, que Dios te siga bendiciendo cada día más con tus dones y talento

  2. Gloria Leticia Alatorre Rodríguez

    Muchas felicidades hermoso como todo lo que hasta ahora e leído gracias por transmitir ese amor tan extraordinario como papá que me identifico en el en mi experiencia también como mamá que Dios te bendiga y sigas teniendo mucho éxito ❤️

  3. Nancy uncafelector

    ¡Me encantó! Logras trasmitir el amor hacía tu hijo y a la vez, me puedo sentir identificada con mis propias hijas y ese sentimiento de redescubrimiento.

  4. Wow!!!! Se nota que lo escribiste desde tu corazón y con un cariño y magia muy especial y único.

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