Por Iván Alatorre Orozco
(A mi hijo Gael)
Él me enseñó que al yo convertirme en una mejor persona, puedo y debo usar esas armas y herramientas que también lo convertirán a él en la mejor versión de sí mismo, y con ello, como una roca que es arrojada a un estanque, se crearán las ondas necesarias para progresivamente lograr tocar las orillas de una nueva consciencia.
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Él me enseñó a cuestionarme la autenticidad de la palabra drama dentro de mi contexto histórico social de vida.
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Él me enseñó a comprender la diferencia entre la fortaleza de una carrera de cien metros y la resistencia ante un largo maratón.
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Él me enseñó la fórmula para evitar al máximo el hacerme daño.
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Él me enseñó, que antes de su llegada, yo me interesaba tan poco en mí, que todo lo malo que hacían en mí, prácticamente no me interesaba.
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Él me enseñó que los seres humanos y las cosas materiales, en ocasiones se acercan y en otras se alejan, a veces una sube y otra baja. Todo es una pantomima de distancias y realidades.
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Él me enseñó que existen noches tan perfectas en las que no se debería mover ni una nube, una estrella, o una sola hoja de un árbol.
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Él me enseñó que los sueños se alcanzan solo con los pies.
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Él me enseñó que hay personas que solo me ven cuando me tocan, y que esas personas, bajo esas condiciones, no deberían verme.
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Él me enseñó que hay personas que me valoran en cuanto a lo que me necesitan, no en cuanto a lo que realmente soy.
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Él me enseñó que los niños muestran con orgullo sus juguetes, y que los adultos los escondemos al fondo del cajón más alejado de nuestras motivaciones.
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Él me enseñó que debo enorgullecerme de mis trofeos, pero que es ridículo construir una hermosa vitrina con el objetivo de que la mayor cantidad de personas posibles se detengan a mirarlos.
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Él me enseñó a querer a ciertas personas, tal y como son, sin que ellos me deban dirigir una sola palabra.
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Él me enseñó que a veces, con un poco de cariño, siempre y cuando este sea auténtico, una persona puede redireccionar mi vida hacia la luz.
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Él me enseñó que la intensa luz de la mañana, suele en muchas ocasiones deslumbrarme, obligándome a cerrar los ojos; mientras que durante la noche, con la ayuda de una pequeña vela, logro ser testigo del misticismo que los pequeños detalles me brindan como el más valioso de los regalos.
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Él me enseñó que todo en exceso es malo, incluso la más cristalina de las aguas y los más hermosos sueños.
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Él me enseñó que las palabras que no emergen a la superficie del mar de la voz, se acumulan como veneno en el torrente de las venas del alma, y que cuando estas se liberan y llegan a su destinatario, la sensación de libertad reaparece.
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Él me enseñó a desatarme de aquellos que nunca quisieron estar atados a mí.
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Él me enseñó a no ser más un pepenador de abrazos.
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Él me enseñó a ser capaz de recibir el reflejo del inmenso amor que ofrece un oso de peluche.
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Él me enseñó a no prolongar y potenciar el sufrimiento por una pérdida parcial.
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Él me enseñó que hay personajes y escenarios que no justifican una pizca de ilusión, para evitar así mis históricas oleadas de desilusión.
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Él me enseñó a redefinir la palabra problema, en lección; el perdón en libertad; la palabra en alas y al amor en objetivo.
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Él me enseñó lo irresponsable que es culpar a los demás por mis acciones u omisiones, por mis mal llamadas distracciones al ser yo mismo quien se ha tapado los ojos con mis manos cuando estos debieron haber estado más abiertos que nunca.
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Él me enseñó que el frío puede llegar a ser un buen maestro, pero no deja de calar los huesos.
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Él me enseñó que hay quienes aseguran haber encontrado calor donde yo solo padecí un inmenso frío.
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Él me enseñó a mirar con ojos de realidad al enfrentarme a la soledad.
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Él me enseñó que me avejentaba más con cada año en el que me gobernaba el miedo, que el propio tiempo. Me di cuenta de que los años marchitaban mi piel, pero el miedo marchitó por décadas mi alma.
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Él me enseñó a dejar de ser un autómata.
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Él me enseñó a recordar lo que significa ocuparme de mí.
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Él me enseñó a diferenciar el precio y el valor de las cosas. Solo lo de poco valor se puede adquirir con billetes y monedas.
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Él me enseñó que el no hacer uso de mis defectos, no significa que no los tenga.
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Él me enseñó que el tiempo para disfrutar lo hermoso de la vida es tan corto, que dedicarle tanta importancia al sufrimiento es una total pérdida de energía. Que en un solo año cuento con la oportunidad para gozar del florecer de la primavera, la majestuosidad de las nieves de invierno, ser testigo de la caída de las hojas de otoño y del verano que logra llenar mis venas con su luz y calor.
25-marzo-2022