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ÉL ME ENSEÑÓ VII

(A mi hijo Gael)

Por Iván Alatorre Orozco

Él me enseñó que era la montaña o era yo, el mar o era yo, que eran las nubes o era yo, que eran las estrellas o era yo, que era la lluvia de junio o era yo, que eran las hojas de los árboles o era yo, que era el viento de marzo o era yo, que era el estruendo del trueno o era yo . Pero con su llegada, ahora, finalmente, todos somos uno solo.
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Él me enseñó que por primera vez en mi vida, ser una persona de facetas indomesticables, no es un acto de soberbia, sino de supervivencia.
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Él me enseñó que no debo burlarme de la luz del día si no he aprendido a sonreírle a la llegada de la noche.
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Él me enseñó que en ocasiones me encontraré de frente con puertas a las que me acercaré, observaré la perilla, extenderé mi mano para girarla, y a pesar de tener la certeza de que no hallaré a nadie dentro, con la mirada en alto, entraré.
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Él me enseñó que no importa que durante la noche existan millones de estrellas, si tengo dos ojos para poder mirarlas.
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Él me enseñó que los más inalcanzables sueños suelen llegar solos, pero a veces, alguien les toma de la mano, y se van acompañados.
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Él me enseñó que existen dolencias que parecen no desaparecer nunca, pero en realidad, como las huellas plasmadas en la húmeda arena de la playa, desaparecen con el arribo de la primera ola, creando una pérdida de memoria hasta el grado de olvidar por qué existía originalmente ese dolor.
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Él me enseñó que mientras mis pies más transiten sobre el camino correcto, más serán aquellos quienes harán uso del dedo acusador para asegurar lo supuestamente torpe que soy.
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Él me enseñó la inutilidad de saber que tengo las más espléndidas alas, sino me sé ubicar si me encuentro surcando el cielo o de pie sobre la sólida tierra.
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Él me enseñó a darle sentido al haber caminado sobre las arenas de áridos desiertos, para comprender que pude llegar para perderme y encontrarme dentro de los dominios de mi propio oasis.
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Él me enseñó que mirándolo mientras me observa, mis emociones no tienen su cuerpo exclusivamente en mi cuerpo.
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Él me enseñó que para lograr amarme, como un marinero sobre una embarcación que soporta los embates de una tormenta, no solamente tuve que deshacerme de la mayor cantidad de lastre posible, debí despojarme de valiosos mástiles, cuerdas y velas, aferrarme al timón, respirar profundamente, cerrar los ojos, confiar en mí mismo como nunca antes lo había hecho en mi vida, abrir los ojos, y esperar lo mejor.
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Él me enseñó que cuando todo está hecho, que cuando todos los vacíos han sido llenados, que cuando todas las sillas han sido ocupadas, las mañanas pueden llegar a ser muy tristes.
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Él me enseñó que al permanecer bajo la intensa luz artificial, por periodos tan prolongados, sin importar lo brillante que esta sea, la luz no deja de ser irreal, y hasta mi sombra y oscuridad extraño.
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Él me enseñó que en ocasiones, con determinadas personas, mi silencio debe de ser total, tanto por dentro como por fuera.
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Él me enseñó que el dolor habita en las alturas, que durante casi medio siglo lo posicioné en el suelo, y que tal vez por ignorancia, tal vez por temor, tal vez por necedad, tal vez por cobardía, tal vez por todas las razones anteriores, lo único que deseaba, desesperadamente, era subir.
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Él me enseñó a no distraerme con el futuro, a no convertirme en rehén del pasado, y a convencerme de que solo al vivir el presente, lograré siempre ser un hombre nuevo.
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Él me enseñó que la vida no es un objeto dañado que debe ser reparado, es un inagotable misterio que debe de ser vivido.
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Él me enseñó que en los momentos importantes, la decisión que tome, si no la hago con amor, entonces mejor no debo hacer nada.
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Él me enseñó que nunca es tarde para empezar de nuevo; que en el instante que yo me lo proponga puedo dar el primer paso para alejarme de los vicios, pequeños y grandes, que me han impedido crecer, que puedo tomar la llave que abrirá la puerta de mi verdadera libertad, que puedo desconectarme de los numerosos medios de comunicación que solo siembran el miedo y la imbecilidad, y que debo defender con uñas y dientes la patria de mis reconquistadas pasiones, ante aquellos que quieren dirigir mi vida por el camino que solo me llevará al abismo.
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Él me enseñó que no debo proyectar en otros las carencias y las agresiones sufridas durante mi niñez, que debo entender cuándo y con quién sustituir el abandono con el compromiso, el abuso con la comprensión, el silencio con una auténtica voz, y a la violencia con el amor.

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Él me enseñó a convertirme en mi mejor amigo.
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Él me enseñó a construir alianzas, y a dimensionar la trascendencia de las palabras: hermandad, amistad y amor.
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Él me enseñó que debía dejar de alimentar en mi interior al fiscal, al juez, al jurado y al verdugo que siempre dictaminaban sentencia en contra mía.

21-marzo-2022

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