Por Iván Alatorre Orozco
(A mi hijo Gael)
Él me enseñó que mis ojos, además de ser abismos, son también puentes.
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Él me enseñó a descifrar la fórmula que me separaba de los demás, para así, no sentirme jamás totalmente solo.
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Él me enseñó que en ocasiones, incluso los fantasmas son necesarios para no quedarse solo.
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Él me enseñó que para liberarme de mí mismo, comprender que lo lejano, lo muy remoto, lo realmente distante, lo encontré en mi sangre.
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Él me enseñó que el dramatismo y la crudeza de la vida debilitan mis ojos, pero no los ciega.
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Él me enseñó lo ridículo de haber pensado que yo era monopolizador del sufrimiento y el dolor.
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Él me enseñó que la mugre, alejándola de la mugre, sigue siendo mugre.
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Él me enseñó a no perder detalle de la aparición de esas sonrisas únicas que iluminan una habitación, un día y una vida. A tatuarla en mi alma y jurarme tener la vocación de promoverla hacia aquellos que deseen ser también testigos de su grandeza.
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Él me enseñó que la convivencia entre la felicidad y las lágrimas amargas no solo es posible, sino necesaria.
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Él me enseñó que caminar en línea recta puede reducir la distancia entre dos puntos, pero que al mismo tiempo, también acorta la posibilidad de enriquecer mi vida.
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Él me enseñó que para amar no se necesita un manual.
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Él me enseñó a volverme aliado de la noche, a evitar cavar más trincheras apuntaladas con el odio y el miedo que solo lograban desfigurar mi propio rostro.
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Él me enseñó que me fascina que me fascine tocar la perilla que abre las puertas de la felicidad.
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Él me enseñó que la mitad de la población espera con ansias el poder dar un abrazo, y la otra mitad está esperando por recibirlo.
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Él me enseñó a observar con paciencia el vuelo de las aves, a ser testigo de la extensión de sus alas, a incorporar en mi diccionario de vida su definición de libertad, y a comprender que en el cielo es imposible la construcción de muros y fronteras.
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Él me enseñó a perdonarme a mí mismo y a los demás, a caminar sin obligar a detenerme para mirar detrás de mi hombro. ¡Vaya sensación de libertad el saber que puedo vivir sin enemigos!
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Él me enseñó a recordar lo cómoda, blanda y acogedora que puede llegar a ser mi almohada.
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Él me enseñó a vivir de instante en instante, a través de los detalles más minúsculos, en el espacio existente entre cada inhalación y cada exhalación.
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Él me enseñó a no pedir aquello que yo mismo soy capaz de alcanzar.
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Él me enseñó que es un desperdicio nacer y perder la vocación de vivir con contundencia, a descubrir que el capital más trascendental con el que cuento es el tiempo, y a convencerme de que mi corazón posee la capacidad de generar y proyectar más amor del que nunca hubiera creído.
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Él me enseñó que uno de los objetivos por el que vine a este mundo, fue para mantener los ojos bien abiertos, para mirar la belleza y ser testigo de las diferentes formas que adquiere el amor; pero no menos importante, estoy aquí para dar constancia de las penurias, de las injusticias, de la destrucción que como una avalancha provoca el ego individual y colectivo; estoy aquí para observar con ojos desorbitados los grandes detalles impregnados de dolor, esos que evitamos ver de manera consciente, porque aprendí que caminar y caer está permitido, pero levantarse del suelo es una obligación.
13-marzo-2022