Por la Redacción
(A mi hijo Gael)
Él me enseñó que la acumulación de años de locura sentaron las bases para la consolidación de mi actual lucidez.
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Él me enseñó a ser consciente de esa llama interna que me recuerda cada mañana que realmente estoy vivo, y que junto a él, mi motivación por mantenerla cálida y brillante, es total.
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Él me enseñó a comprender que la libertad no significa la oportunidad de hacer lo que yo quiera, ahora sé que la libertad es ese privilegio de poder volar sin afectar el vuelo de los demás.
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Él me enseñó que la libertad no es algo que se pueda tocar, oler o ver, va más allá de eso. La libertad es el alma de cada persona, y siempre, invariablemente, está fuertemente sujeta de la mano con la felicidad.
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Él me enseñó que no debo alejarme más de la luz, a ubicarla como un sabueso que rastrea a su presa pese a sus niveles de intensidad y/o frecuencia, a relacionarla con la alegría de ser y estar.
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Él me enseñó a no enarbolar más la bandera de la miseria y el sufrimiento, para sustituirla con el estandarte del entusiasmo y colocarla en lo más alto del asta de mi naciente consciencia.
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Él me enseñó que la rutina de la angustia es mucho más desgastante que la angustia por sí misma.
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Él me enseñó que con su llegada, el cansancio crónico al cual me sometí voluntariamente, no tenía más razón de ser.
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Él me enseñó que ya no era necesario desgastarme en la construcción de los muros de la cárcel que aprisionaba mi derecho y obligación para llenar mi corazón con el material del cual está constituida la ternura.
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Él me enseñó a domar en buena medida a mi ego, a no priorizar la proyección de supuestos, a no aparentar felicidad, a no fanfarronear al afirmar que tengo lo que no tengo, a no presumir que sé lo que no entiendo, a no alardear que soy lo que no es mi esencia, a encontrar el camino que me permita aceptar con humildad mis numerosos límites, y a no traicionarme más al dominar mis vicios, para poder finalmente, sembrar en mí la semilla de la fidelidad.
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Él me enseñó que la vida es como un río, que corre con libertad exhalando vitalidad, que impacta su torrente en numerosas ocasiones sobre rocas que detienen por un instante su efervescente deseo se sobrevivir, a sabiendas, que al final del camino, accederá con orgullo a su inconmensurable destino.
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Él me enseñó a estructurar mis percepciones, a no confundir el frío con el calor, la motivación con el deseo; a evitar no lamentarme y permanecer estático al estar inmerso en los terrenos de mi infierno personal, y en contraparte, a no construir un monumento al sufrimiento cuando mi vida posee el potencial de mayor luminosidad, transparencia y cercanía hacia la ruta de la felicidad.
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6-Marzo-2022