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Recordando las vivencias de mi niñez, encuentro historias impregnadas de imágenes de ensueño que sobrevuelan sobre un paisaje tanto lejano como irreal

MI CREDO

Por Iván Alatorre Orozco

Recordando las vivencias de mi niñez, encuentro historias impregnadas de imágenes de ensueño que sobrevuelan sobre un paisaje tanto lejano como irreal, uno cuando el uso de los sentidos parecía ser una aventura ininterrumpida, donde el horizonte se extendía hacia el infinito, y las fantasías se potenciaban creando un estado de estupefacción que realmente me motivaba el abrir los ojos cada mañana con la emoción mínima necesaria para dar un paso delante del otro, otorgándome así, el privilegio de cerrarlos para dormir en la noche con la consciencia tranquila por haberme sido fiel en la búsqueda permanente de la felicidad.

Sin embargo, en el entendido de que nada en la vida del ser humano es eminentemente solo luz o solo sombra, mi infancia caminó con singular rareza. La percepción del universo que me acogía, era tan diferente a la de mis seres queridos más cercanos, con quienes nunca logré construir los vínculos que yo tanto añoraba, aquellos que mi alma reclamaba a través de un grito sin voz, ondeando una bandera invisible en el campo de una batalla cuerpo a cuerpo en la que no cargaba arma alguna. No obstante, pese a los inconvenientes y abundantes vacíos, encontraba la forma para que cada nueva mañana aportara los nutrientes motivacionales que requería mi andar, dándome el valor para poder comprender el cambiante ritmo en el que se movía mi mundo.

Mi desbordada sensibilidad representó un arma de doble filo, por un lado, fui capaz de poseer el alma abierta para poder transportarme gracias a la presencia de un atardecer, de llorar de alegría al ver una película o leer un poema, de dividir mis penas y multiplicar mis alegrías al lado de mi perro, Suki, de aligerar mi carga y mi falta de entendimiento con sopear un pan en una gran taza de leche con chocolate, o al observar, encontrar y hacer notar la belleza de las personas, quienes por alguna extraña razón, se aferraban en esconder a toda costa del resto de los mortales, sin saber que esa gran fortaleza, la barrían y ocultaban como el polvo que se suele colocar por debajo de un tapete para que el resto luzca según la apariencia deseada.

Pero el otro lado de la moneda, significó una batalla interminable entre mis ilusiones y los demonios que emergían para intentar destruirlas. La sensación de las cálidas lágrimas corriendo sobre mis mejillas durante muchas noches antes de dormir, se convirtió en una escena a la que nunca me logré acostumbrar. Mi mirada deseaba gritar con la furia del trueno, pero los silencios gobernaban mi andar, me sentía como un mar sin olas, como un pájaro sin alas, como un león que desconoce su estatus de rey de la selva estando sobre los dominios de su propio territorio.

Con el paso de los años mi personalidad se fue endureciendo, sin darme cuenta, cerré progresivamente mis ojos a muchas de las imágenes que con anterioridad me lograban sacar a flote. Comencé primero a moverme como un barco de papel a la deriva, sin rumbo fijo, dejándome llevar incluso por aquellas mareas que no solo resultaban infértiles, sino que incluso me hacían daño.

El deseo de pertenecer a algo o a alguien se apoderó en buena medida de mi voluntad, desorienté mi visión y mi sentido respecto a la presencia de la luz y la oscuridad, de lo que me hacía crecer como persona y lo que generaba mi progresiva autodestrucción.

Con la llegada de la primera etapa de mi adultez, más con ímpetu que con organización, me propuse corregir el camino, ya no navegaba a la deriva en un solo sentido sobre aguas carentes de transparencia, pero era evidente que aún me encontraba lejos de pisar los terrenos antes vividos, y todavía menos cerca de descubrir nuevos mundos, nuevos escenarios y nuevos personajes con quienes poder enriquecernos mutuamente.

Para no sentir que caminaba a ciegas, me di a la tarea de escribir mis propios mandamientos, un conjunto de principios que esperaba se adecuaran a mis necesidades para así ser capaz de tomar las riendas de mi propio destino:

Queda tajantemente prohibido culpar a terceros por mis acciones o mis omisiones.

No abandonaré el campo de batalla aun y cuando sienta que la guerra está perdida.

Me seré fiel a mí mismo, a mis ideales, a mis sueños y a mis responsabilidades.

Confiaré más en la gente, pero abriré más los ojos para lograr reconocer si me enfrento a una manipulación o una mentira.

El considerarme como el ente de mayor importancia en mi vida, no será visto como un acto de egocentrismo.

La oscuridad de la noche no será considerada como el final, ni la llegada del nuevo día como la solución automática de todos los problemas.

Lograré dimensionar la diferencia entre lo diminuto y lo inconmensurable, lo armónico de lo estático, lo compasivo y solidario de lo cruel y de lo insensible, lo agradecido de lo ingrato, lo fecundo de lo estéril, lo arrogante de lo humilde, lo perverso de lo benévolo, lo esperanzador de lo suicida.

Abrazaré los actos que me provean un enriquecimiento y una superación existencial.

Honraré a mi cuerpo.

Me defenderé ante los ataques que pretendan dañar mi mente, mi cuerpo o mi alma, ya sean repentinos o planeados, conscientes o inconscientes, individuales o multitudinarios, ínfimos o inmensos de origen consanguíneo o ajeno.

No pregonaré filosofías endebles, castigadas desde sus cimientos. Mis nuevos pasos pisarán un suelo firme, sin objetivos destructivos o extraviados de orientación. No podrán ni deberán adherirse nuevamente a la calidez de mi piel, a la profundidad de mi mirada, a la sensibilidad de mis manos, a la limpieza o a la transparencia de mis pensamientos.

Trabajaré para vivir, en lugar de vivir para trabajar.

Necesitaré a otra persona porque la amo, en lugar de amarla porque la necesito.

Tendré los ojos bien abiertos para detectar a aquellos quienes pretenden corromper a la verdad y a las acciones bien intencionadas.

Me alejaré de las rutas habitadas por personas que se alimentan del dolor ajeno, carentes de una entrega solidaria, de alma transparente y noble.

No pregonaré filosofías endebles, castigadas desde sus cimientos. Mis nuevos pasos pisarán un suelo firme, sin objetivos destructivos o extraviados de orientación. No podrán ni deberán adherirse nuevamente a la calidez de mi piel, a la profundidad de mi mirada, a la sensibilidad de mis manos, a la limpieza o a la transparencia de mis pensamientos.

Trabajaré para vivir, en lugar de vivir para trabajar.

Necesitaré a otra persona porque la amo, en lugar de amarla porque la necesito.

Tendré los ojos bien abiertos para detectar a aquellos quienes pretenden corromper a la verdad y a las acciones bien intencionadas.

Me alejaré de las rutas habitadas por personas que se alimentan del dolor ajeno, carentes de una entrega solidaria, de alma transparente y noble.

Seré el capitán y sujetaré con decisión el timonel de un navío en el que la cubierta, babor, estribor, casco, proa, popa, velas y timón, sean lo suficientemente rudos y resistentes, para enfrentar con vigor las mareas que se me avecinan. No permitiré que mi portentosa embarcación se hunda bajo las oscuras aguas de mi anterior falta de visión y confianza en mí mismo.

Por primera vez en mi vida, daré alas a mis sueños y deseos, sin permitir que ningún viento, cambie mi destino.

9-enero-2022

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2 comentarios

  1. Hermoso, me encantó.

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