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Roy podía soportar las inclemencias de un clima y un tiempo tan desconcertante como extremo. Logró acostumbrarse a la idea de vivir en una ciudad perdida en la profundidad del desierto. Podía tolerar las gélidas madrugadas y las oleadas de calor con las que el sol hacía notar su dominio. Pero había algo a lo que Roy no podía renunciar: la oportunidad de cada noche ser testigo de un cielo plagado de estrellas.

LAS AVENTURAS DE ROY

Por Iván Alatorre Orozco

Roy podía soportar las inclemencias de un clima y un tiempo tan desconcertante como extremo. Logró acostumbrarse a la idea de vivir en una ciudad perdida en la profundidad del desierto. Podía tolerar las gélidas madrugadas y las oleadas de calor con las que el sol hacía notar su dominio. Pero había algo a lo que Roy no podía renunciar: la oportunidad de cada noche ser testigo de un cielo plagado de estrellas.

Desafortunadamente, las luces y la contaminación de una ciudad que nunca duerme, la mayor parte del año impedían que Roy gozara del maravilloso espectáculo que solamente la noche era capaz de ofrecer. Sin embargo, Roy no se desanimaba por ello.

Roy encontraba la manera de no faltar a su preciada cita ni una sola noche, previendo la imposibilidad de subir a la azotea y admirarlas directamente, acomodaba en el techo de su cuarto decenas de estrellas fosforescentes adheribles que brillaban en la oscuridad y comenzaba a soñar despierto con la posibilidad de viajar a cada una de ellas.

Solía observar de extremo a extremo la superficie del techo, tal como si fuera un mapa espacial, y antes de dormir acomodaba sus astros y cometas de manera que pudiera crear una ruta diferente de viaje cada noche, pudiendo así, una vez cerrados los ojos al mundo real, convertirse en el explorador más importante de todos los tiempos.

Con la mirada ilusionada en lo que traería el siguiente día, Roy se cepilló los dientes, se puso su ropa de dormir, se recostó en su cálida cama y, acomodando plácidamente su cabeza en la almohada, realizó un suave parpadear de pestañas, acompañado por el ronroneo de quien dulcemente se dispone a entrar al mundo de los sueños, siendo el sonido del “tic tac” de su reloj de mesa y el alegre cantar de los grillos afuera de su cuarto lo último que alcanzó a escuchar previamente de dibujar una sonrisa en su rostro y cerrar sus ojos.

Los primeros rayos de luz de la mañana se filtraron a través de la rendija de la ventana, proyectando una delgada línea color naranja que, al hacer contacto con la cabeza de Roy, logró confundirse con su desaliñada cabellera del mismo radiante color. El resplandor avanzó pocos centímetros y al llegar a los párpados de Roy, el brillo le obligó a entreabrir sus ojos. Roy sujetó la almohada y la llevó por instinto directo hacia su cara, tratando de impedir que la luz cumpliera su cometido, definitivamente quería dormir, pero al mismo tiempo, sabía que era momento de despertar.

Así pues, Roy tomó la almohada con sus dos manos, la alejó suavemente de su frente, se levantó a recorrer la cortina de su ventana y la luz cubrió con su hermosa presencia toda la recámara, Roy entonces abrió de par en par sus grandes ojos y recibió el nuevo día con una sonrisa de oreja a oreja.

El amanecer de ese naciente sábado venía acompañado por una motivación especial, Roy y su amigo Juan habían planeado pasar un día de campamento en el bosque. Roy llevaba los artículos básicos en su mochila: una lámpara, una brújula, una cuerda, un impermeable, una gorra, lentes de sol y un cambio de ropa, del resto se haría cargo el señor Gómez -el papá de Juan- con quien compartirían la tan esperada aventura al internarse en los dominios de la madre naturaleza.

Durante las horas transcurridas dentro de la camioneta del señor Gómez, las muestras de emoción no se hicieron esperar, risas, canciones y juegos amenizaron el recorrido. Al internarse en el sendero que los dirigiría al lugar de campamento, los ojos de Roy se desbordaron de alegría al ver la imagen de miles de árboles que se extendían hasta donde se perdía el horizonte, como un inmenso océano de color verde.

Roy dio los primeros pasos en el bosque, se inclinó para tomar un puño de tierra, la acarició mientras esta escurría entre sus dedos y se detuvo para dar un gran respiro. Hizo volar su imaginación cuando al levantar la mirada escuchó como la brisa provocaba en las hojas de los fresnos una especie de silbido, parecido al canto de una antigua melodía. Notó que los pinos bailaban perfectamente sincronizados por un viento orquestador que los mecía, proyectando una belleza artística en cada una de sus coreografías.

Roy contempló con gran ternura los movimientos que realizaban las ramas de los encinos cuando estas se entrelazaban de dos en dos, semejando un cálido abrazo entre hermanos. También fue testigo de como el cedro expresaba su felicidad al secretar su aromática savia, sumergiendo el ambiente con su olor característico, mientras que las secuoyas vigilaban desde lo más alto, haciendo notar su presencia.

El señor Gómez apresuró a los niños para instalar entre todos el campamento. Juan y su papá se encargaron de armar la tienda de campaña y Roy fue a recolectar la leña para la fogata. Restaban solo un par de horas para que la luz del día se perdiera, por lo que los tres se dieron a la tarea de terminar con sus labores.

Roy se colocó los lentes de sol y su gorra favorita, se introdujo no más de cien metros en el bosque de manera que pudiera explorar los alrededores. En verdad que resultaba muy divertido para Roy el hacer explotar su imaginación al observar con atención los más minúsculos detalles; desde el juego de las ardillas al saltar con gran habilidad de un árbol a otro, hasta encontrar infinidad de formas dibujadas por un desfile de blancas nubes que proyectaban espectaculares transformaciones en el cielo o distinguir movimientos de extraños animales que se deslizaban a gran velocidad entre la frondosidad del bosque.

Hubo en particular un sonido que atrajo poderosamente el interés de Roy: el de un arroyuelo, que con su caudal lo invitaba casi hipnóticamente a un encuentro, sin embargo no fue posible, ya que los gritos de Juan lo hicieron regresar con las ramas que había amontonado.

La noche se hizo presente justo en el instante en que afinaban los últimos detalles en el campamento. Roy y Juan hundían malvaviscos en la punta de varias ramas, se acomodaron alrededor de la fogata (ya encendida para entonces) y al acercar las golosinas en el fuego escucharon el escandaloso ruido que generaba una guitarra que el señor Gómez tocaba sin ton ni son. Los tres rieron y cantaron siendo partícipes de las desafinadas notas que los rasgueos sin control del señor Gómez producían en la guitarra.

Calentaron leche con chocolate y platicaron hasta bien entrada la noche. Cuando el señor Gómez y Juan se metieron a la tienda para descansar, Roy decidió no acompañarlos inmediatamente, se recostó en una manta y con mirada atenta en el cielo observó maravillado como la oscura noche era iluminada por miles de estrellas en el firmamento.

Roy admiró por más de una hora el horizonte cósmico que se mostraba ante sus ojos. Y no es difícil suponer que su rostro resplandecía de felicidad; alargaba el cuello como si quisiera salir volando para alcanzar así cada brillo y cada titilar de los astros que se exhibían ante él. Roy soñaba despierto, ni la conciencia o la falta de ella, ni la luz del día o la oscuridad de la noche le impedían soñar, soñar y seguir soñando.

Antes de ingresar a la tienda de campaña, durante solo unos segundos, Roy cerró los ojos, no quería dejar pasar la oportunidad de guardar en su memoria la posición de varias de las estrellas ahí vistas. Pretendía conservar un pedacito de ese cielo para recrearlo en el techo de su habitación, una vez que regresaran al día siguiente. Más cayó preso del susurro con el que el arroyuelo nuevamente hacía trastocar sus sentidos. No pudo evitar ser atraído por el murmullo del galopar de las aguas, que con su cauce invadía de fascinación el ambiente nocturno.

Roy se abrochó sus botas, se cubrió con su abrigo, buscó su lámpara, se colgó su mochila al hombro y comenzó a caminar abriéndose paso entre la frondosidad del bosque. Pensó que no demoraría en dar con el arroyuelo que desde horas atrás había llamado tanto su atención. El sonido del agua parecía indicarle que se ubicaba a unos metros de su destino, cuando en realidad, en su emoción por llegar, se alejaba cada vez más.

Roy observó su reloj y se percató que llevaba más de treinta minutos andando. Retrocedió nerviosamente y buscó alguna vereda que lo llevara de regreso al campamento, pero todo fue en vano, él lo sabía muy bien, estaba perdido.

Roy procuró mantener la calma, de lo contrario no podría pensar con serenidad y su situación iría de mal en peor. Sin embargo, no pudo evitar ser presa del nerviosismo al encontrarse tan solo en esa oscuridad. Gritó con todas sus fuerzas, esperando que el señor Gómez o Juan lo escucharan y salieran en su auxilio, pero todo resultó inútil, los sonidos del bosque, especialmente el resonar del arroyuelo, se convirtieron en su única compañía.

Con la respiración acelerada, Roy recordó que podía guiarse a través de la orientación de su brújula. La sacó de su mochila con la esperanza de encontrar el camino de vuelta al campamento, sin embargo, antes de que pudiera observar algo, un extraño gruñido, muy cercano a él, lo estremeció hasta los huesos, dejando caer la brújula.

Roy corrió espantado, sin rumbo fijo, hasta no poder dar un paso más. Extraño sentimiento de desolación el que vivió al cerciorarse de no tener la menor idea de donde estaba. Se introdujo en una zona tan tupida del bosque que no solamente los árboles le bloquearon gran parte de la luz que ofrecía la luna, sino también la posibilidad de orientarse a través de la posición de sus amadas estrellas.

El bosque -especialmente durante la noche- guarda secretos a los que muy pocas personas tienen acceso. El tiempo corre a una velocidad diferente, a veces, incluso pareciera detenerse. Se respira un oxígeno cargado de fantasía que resulta imposible separar de la realidad. No existe un norte o un sur, un este o un oeste, lo que creemos normal se confunde en un mundo sin tiempo o espacio definido.

Roy se posó en cuclillas, no podía creer su mala suerte, bajó el semblante y una gota de agua cayó sobre su frente, esta resbaló poco a poco hasta anidarse en la comisura de sus labios para después ser jalada por su lengua. Fue en ese momento que reaccionó sobre la magnitud de su sed.

Debido a la precipitada huida había olvidado cargar su mochila, donde guardaba la cantimplora con el vital líquido. A esa primera gota caída del cielo le siguieron otras de mayor frecuencia e intensidad, hasta convertirse en una feroz tormenta que dejó a Roy desprotegido. De inmediato buscó refugio en una zona más alta, pero su movilidad se vio limitada por la falta de iluminación, por lo que tuvo que andar cuidadosamente, sujetándose de troncos, ramas o cualquier otra cosa que le brindara algo de seguridad.

Roy percibió extrañas sombras que lo vigilaban. Sombras de diferentes tamaños que se movían a gran velocidad. Sombras que progresivamente se acercaban más y más hacia él. Su corazón comenzó a latir fuera de control cuando esas sombras mostraron en la oscuridad el reflejo de innumerables ojos de diferentes colores que se dirigían hacia él. Roy emprendió nuevamente la huida a toda velocidad. El pavor se apoderó de él, y sin pensarlo siquiera, corrió hasta tropezar con la raíz de un árbol de secuoya, cayendo irremediablemente al piso, golpeándose accidentalmente la cabeza y perdiendo así la conciencia.

Una dulce voz repetía una y otra vez el nombre de Roy mientras este recobraba los sentidos. Era una tierna voz femenina que no cesaba de transmitir con cariño una evocación de tranquilidad, y a la vez, de fascinación.

Roy se levantó, se frotó la cabeza con el dorso de su mano izquierda y siguió la enigmática voz que lo llamaba sin descanso. El clamar del arroyuelo, que desde hacía tantas horas lo acompañaba, se unió junto a la voz en total armonía.

Pese a seguir siendo de madrugada, el bosque se llenó de luz. Roy olvidó completamente que se encontraba perdido, sediento, cansado, asustado y lastimado dentro de la inmensidad de un bosque a altas horas de la noche cuando sus ojos fueron testigos de cómo todos y cada uno de los árboles en su entorno comenzaron a irradiar en su copa un aura de color blanco tan intenso que cegaron por un instante la visión de Roy. También de los troncos y las raíces (cuál sangre corriendo entre las venas) emergió un arcoíris de luces en movimiento que se mezclaba entre hermosos colores violeta, verde, azul, rojo y amarillo.

Roy presenció boquiabierto la más extraordinaria de las lunas que su ser hubiera visto jamás. Su descomunal tamaño solo podía ser comparado por su belleza. Los rayos de luz que esta arrojaba se clavaban en los espacios libres que permitía el espeso follaje, y una vez dentro se lograba el efecto visual de una telaraña gigante que recorría hasta el último de los rincones del bosque. Pequeños seres de forma humana corrían o volaban de un extremo a otro de los miles de flores que brotaron juguetonas hasta donde alcanzaba la mirada de Roy.

Estos seres del bosque se confundían con mariposas que extendían sus enormes alas transparentes. Sus largas cabelleras doradas chocaban con los rayos de luna que al mezclarse con el aire y las flores, producían una fragancia única. Sus rostros eran juguetones y rara vez dejaban de sonreír.

La voz que atrajo a Roy se mostró ante él. Se trataba de un ser femenino que no sobrepasaba los 20 centímetros. Se presentó con el nombre de Sofía. Ella poseía un aura especial color blanco brillante que la diferenciaba de los demás seres. Su rostro poseía una luz propia que contagiaba a todos los que tenían la fortuna de ser testigo de su esplendor.

Sofía explicó a Roy que los seres se alimentaban del rocío de la noche, del contacto permanente con la tierra, de la reacción que en ellos generaba la luna, de la energía del sol, de la retroalimentación con otros seres y de la sabiduría de las aguas.

Entonces Sofía acarició con su pequeña mano la mejilla de Roy. Tomó del piso una hoja, con ella retiró la presencia de una lágrima que aún permanecía en el rostro del niño y comenzó a entonar un canto en un lenguaje extraño que introdujo a Roy dentro de un estado de total fascinación. Roy no se sentiría desamparado nunca más.

El sonido del arroyuelo nunca desapareció desde la primera ocasión en que Roy lo escuchó el día anterior. Incluso al perder la conciencia, provocado por el golpe, Roy seguía conectado a él. Cuando Sofía dejó de cantar, Roy percibió que sus pies se encontraban dentro de las aguas del pequeño río.

Roy fijó la vista atrás, observó que Sofía levantaba su mano en señal de despedida y comprendió que la realidad siempre responderá a nuestros anhelos y esperanzas, que no debemos dejar de soñar hasta romper esa frontera entre lo que podemos tocar y lo que podemos sentir, hasta descubrir que la felicidad siempre está ahí, deseosa de encontrarnos, a la vuelta de todas las esquinas.

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