SIETE DÍAS CAMINANDO
Por Iván Alatorre Orozco
Mis párpados se abren con violencia, no sé dónde me encuentro, quiero gritar y pedir que alguien me ayude, pero mi boca está seca y mis labios sellados, respiro con dificultad a través de la nariz, un frío nunca antes experimentado estremece todo mi cuerpo.
Comienzo a mover los dedos de mis manos hasta lograr abrirlas, estiro las piernas, giro con lentitud mi cuello, hago un nuevo intento por levantarme pero mi cuerpo está entumecido, apoyó mis manos sobre el piso, me impulso con la exigua fuerza que permiten mis cansados brazos que tiemblan fuera de control, elevo mi pecho, retraigo las piernas y me arrodillo solo por un instante.
Una densa bruma apenas me permite ver donde me encuentro, en un destello de luz plateada que arroja la luna observo con terror la geometría de mi cuerpo desnudo, mi piel luce extraña, manchas negras, violáceas y azules se extienden en todas direcciones, mi imagen es como una pintura en cuyo lienzo se describen los matices y las formas de un cadáver, conozco esos colores, son la antesala de la muerte gélida.
Soy consciente de mi situación, navego como un barco de papel que arroja una pesada ancla de metal soldada a una eslabonada cadena hacia la suave superficie de las arenas de un revuelto mar que arrastra todo a su paso.
Temo el frío que me genera el horror hacia los monstruos creados en mi mente, el de los recuerdos que no logro conservar, y el de aquellos a los que con obstinación me encargo de reconstruir, pese a su clara toxicidad, temo al frío de invierno que cuartea mis labios, endurece mi lengua y oprime mi voz, al infierno frío que congela el flujo de mi cálida sangre, al frío que surge con la ausencia de palabras y caricias sinceras.
Habitan demasiados fríos esta noche, temo a la congelación definitiva del tiempo que me impida retomar el camino correcto, a las tormentas de nieve, que me sirvan de pretexto, para no arriesgarme a salir a la intemperie, o al deshielo que libere a los monstruos de mi niñez, pero el frío que más me hace temblar, es el frío que me coloque bajo los dominios de la muerte, que pudiera ya no temer.