Por Iván Alatorre Orozco
¡Qué raras son las personas grandes! Siempre están ocupadas haciendo tantas cosas que solo ellos saben para que sirven. Mis papás son buenos conmigo, bueno, la verdad no tanto ni todo el tiempo, pero me imagino que por eso son grandes. A veces pienso que a lo mejor hay un librito que les dice como le tienen que hacer para ser tan raros.
Mis papás pueden estar tranquilos y de un momento a otro ponerse a discutir por tonterías, o por el otro lado, ponerse bien contentos de la nada en un segundo tan fácil como si solo apretaran un botón de un juguete con pilas.
No me gusta que se me queden viendo tanto, parece que piensan que en cualquier momento voy a romper lo que tenga a mi lado, o que voy a decir algo que no les va a gustar, o que de la nada voy a tratar de escaparme del lugar de la casa donde ellos me obligan a estar.
Pero ni para qué le muevo, por más que haga lo que haga, siempre quedo mal. Lo que si me enoja un montón es que se me queden viendo como si yo fuera un bicho raro, como si fuera un marciano con antenitas en la cabezota al que tienen que esconder de las demás personas porque para ellos yo soy al que no entienden. Mi abuelita me dice a escondidas que eso es como si los patos les tiraran a las escopetas, yo no le entiendo muchas veces a sus dichos pero casi siempre me hacen reír por la forma como los dice.
Mi abuelita nos visita muy seguido, yo la quiero más que a nadie en el mundo. Aunque ella es la persona más grande que conozco, no se parece en nada a mis papás o a las demás personas que dejaron de ser niños. Nunca me regaña, pero a veces si se pone seria conmigo, me pide que me siente a su lado, traga saliva, me ve directito a los ojos, y me explica muchas cosas que me ayudan a entender cuando yo digo o hago algo que no es lo correcto.
Cuando es de noche y mis papás están encerrados en su cuarto, a mí me gusta caminar de puntitas en la casa, soy muy bueno para no hacer nadita de ruido incluso cuando bajo las escaleras de madera. Me siento como si fuera Sherlock Holmes en una de sus muchas aventuras.
Muchas veces, cuando regreso a mi habitación y paso de puntitas a un lado de la puerta de la de mis papás, los escucho discutir, no me gusta nadita, a veces se levantan un poco la voz y otras incluso se ponen a llorar de a quedito, mucho más mi mamá pues en las mañanas se le ponen los ojos hinchados como zapo.
Mi papá es diferente, él casi no chilla, solo tuerce la boca como si le doliera la panza o algo, se la pasa agarrando o rascando su cabezota, también se jala las greñas como loquito, en una de esas por eso se está quedando pelón.
No entiendo a las personas grandes, con sus barbas y bigotes ridículos ellos, con sus caras, uñas y cabellos pintarrajeados ellas. ¿Por qué se la pasan dando órdenes todo el tiempo? La mayoría de las veces yo hago las cosas con gusto, bueno, cuando me conviene, pero de todas formas casi siempre quedo mal haga lo que haga.
Yo quisiera salir y divertirme fuera de la casa, pero mis papás dicen que hay mucha contaminación, o que me pueden robar en la calle y que hay gente muy mala que me puede hacer algo; pero yo me aburro pasando todo el día dentro. Le digo a mi mamá que más que casa yo me siento como si me tuvieran metido en una de esas cárceles que salen en las películas. La puerta de salida, la del patio, la que lleva a la azotea y la del cuarto de mis papás están casi siempre cerradas con sus cerraduras y candados.
La señora que nos ayuda a limpiar la casa dice que ese montón de llaves que carga mi mamá hacen que se parezca a un señor que yo ni conozco y aun así me cae mal, creo que le dicen San Pedro.
De todas formas encuentro cosas para divertirme, desde hace dos años lo que más me gusta hacer es leer, la mayoría de los libros que leo no tienen ningún dibujo, puras letras, cuando me ven otros niños se burlan de mí porque dicen que sin ilustraciones no tiene ningún chiste, pero yo me quedo calladito y me burlo por dentro de ellos.
Me hubiera gustado tener un hermanito o hermanita. Quiero mucho a mis papás, y las veces que se queda mi abuelita la pasamos muy bien, pero no dejan de ser todos ellos grandes. Si tuviera un hermano podría hacer muchas cosas divertidas, platicaríamos de un montón de cosas antes de dormir y de seguro tendríamos muchas otras cosas que hacer juntos y así no me sentiría tan solo y desesperado cuando mi enfermedad no me deja salir de la cama o me obliga a pasar muchos días en el hospital.
No entiendo a las personas grandes, cuando vienen visitas, mi mamá les prepara de comer cosas tan ricas, mi papá saca del fondo de la alacena su mejor botella de vino, se ponen muy guapos y bien sonrientes los reciben con un abrazo; yo escucho y veo desde arriba, asomándome por la escalera, las carcajadas y lo felices que están unos con otros, pero cuando los invitados se van, otra vez me voy de puntitas, pego mis orejotas en la puerta de su cuarto y solo oigo palabrotas y quejas por haber atendido a las mismas personas que apenas hacía una hora eran supuestamente las más queridas.
No entiendo a las personas grandes, prometen muchas cosas y amenazan todavía más, eso es muy difícil de entender para mí porque ni me cumplen todos los castigos cuando me porto mal ni me dan los premios que tanto esperaba al haberme portado como nunca.
No entiendo a la gente grande cuando los veo preocupados porque le deben dinero a muchas personas, se gritan entre ellos y se la pasan de mal humor hasta que no les prestan más dinero para pagar las deudas más urgentes. Lo extraño es que las cosas que compran, casi siempre, ni siquiera las necesitan.
No entiendo a la gente grande, porque cuando más necesito que me expliquen eso que entiendo, están ocupados para hablar conmigo y cuando me siento triste y lloro despacito, escondido en un rincón, los abrazos y los te quiero, se quedan guardados dentro de su habitación.
27-Junio-2021
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