Para leer el fin de semana
Por: Iván Alatorre Orozco
Durante décadas estuvo a mi lado sin estarlo.
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En mis sueños más dulces su sonrisa emergía como un navío
que abandona los abismos del océano para ser recibida en todo
su esplendor en la superficie por la mañana más soleada y transparente.
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Hoy encontré sus labios, y ella se anidó con confianza en los míos.
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Como un colibrí que encuentra el más dulce néctar en la flor nunca antes explorada, mis labios se embriagaron al contacto con los suyos.
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Sus pequeñas manos rozaron en un inicio las mías, no pude dejar pasar la oportunidad de sujetar con delicadeza las suyas. Mis manos sedientas, cuarteadas por la presencia de un desierto que parecía infinito, por fin se alimentaron con la bendición de su cálida piel.
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Entonces sus manos, durante 1800 segundos cobijaron mi gélido mundo, temblorosas se entregaron plenas sin miedo a perder la cordura.
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Un roce de su dorso sobre mi mejilla transformó mis percepciones del negro al blanco en segundos.
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Las humedades surgieron, sus labios se fusionaron con la pasión de los míos y las lenguas inquietas bailaron el armonioso vals del deseo.
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Al roce con sus labios, mi boca de llanto sosegó su angustia, durante esos 1800 segundos mis labios de tristeza se confabularon con la presencia de una felicidad anhelada.
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Como un caminante a punto de desfallecer bajo el implacable sol del mediodía que recorre las ardientes arenas de un interminable desierto, me anclo vigorosamente con mis dientes sobre sus labios, no puedo dejar que ella parta, me convierto en el caminante que encuentra la frescura del agua de un oasis que se viste de color esperanza, que sacia mi primigenia sed y que le otorga nuevamente a mi piel, a mi boca y a mi alma la certeza de que realmente existe la vida.
1-Abril-2021