Para leer el fin de semana
Iván Alatorre Orozco
Muchas lunas atrás vivió un albatros mamá de nombre Tamar. Ella era un ave marina de largas y estrechas alas, tenía la cabeza grande y un fuerte pico color amarillo, que le era de gran utilidad cuando salía de caza con el propósito de llevar alimento a sus dos polluelos recién nacidos.
Tenían ubicado su nido en lo alto de un risco en la gran Bahía del Rey, en los mares del sur del Océano Pacífico. Los albatros bebé se llamaban Gerd (que significa precioso despertar) y Gisli (luz brillante).
Siendo todavía muy jóvenes, dependían del cuidado y las atenciones de mamá, quien salía muy temprano en busca del sustento que les permitiría a los tres sobrevivir.
Tanto Gerd como su hermana Gisli esperaban pacientemente, inventaban numerosos juegos, que además de divertirlos, les ayudaban a distraerse y engañar un poco la intensa hambre que padecían frecuentemente.
Tamar era un albatros de 67 años, tal vez haya sido el ave más anciana de la que se tenga memoria. Su visión era ya muy pobre, sus enormes alas blancas, semejantes a remos, no le permitían surcar los cielos con la velocidad y la altura del pasado, además, la poca potencia en su pico y garras le dificultaba obtener la tan anhelada presa.
Tamar se vio obligada a sustituir la vitalidad de su juventud con la inteligencia y sabiduría que acumuló durante su largo recorrido para así alcanzar mejores resultados. Cada mañana, se convirtió en una repetitiva lucha en contra de la naturaleza, motivada en la supervivencia de sus queridos retoños.
Gisli y Gerd crecieron y se fortalecieron lo suficiente, iniciaron el adiestramiento que los ayudaría por fin a elevar el vuelo, su mamá, les comenzó a transmitir sus conocimientos con el propósito de marcarles la ruta que les ayudaría en el futuro a valerse por sí mismos cuando ella no estuviera más.
Aprendieron rápidamente, y en pocas semanas, fueron capaces de elevarse y gozar de la formidable experiencia de saberse libres al expandir sus alas y volar. En un intervalo muy corto, también obtuvieron la habilidad para conseguir alimento, logrando con este éxito ayudar a su cansada madre que tantas muestras de amor les había regalado.
Una fría noche, la luna proyectó una luz tan intensa que iluminó todo a su alrededor, Gerd y Gisli despertaron con gran emoción, la oscuridad se transformó de repente en un resplandor que no olvidarían el resto de sus vidas. Acudieron apresurados hacia donde creían descansaba profundamente Tamar, deseaban que se uniera a su júbilo por el hermoso espectáculo.
Desafortunadamente, mamá no despertó, desapareció junto con el fuego que iluminaba el horizonte y jamás volvieron a tenerla.
Ambos hermanos, observaron fijamente como la luna se apagaba y aparecía la negra noche, para dar acceso, súbitamente, a un firmamento salpicado de estrellas que dibujaba un desfile de emociones. Gerd y Gisli, entendieron la necesidad de seguir, más que nunca, el legado que les dejó mamá, el de no darse por vencidos, enfrentar cara a cara las adversidades y buscar con valentía el vuelo hacia la grandeza.
Iniciaron sobre el mar un largo vuelo, la vida les otorgó la oportunidad, junto con las nubes, de emprender el más interminable de los bailes. Acompañaron a los navegantes, quienes desorientados, durante sus travesías, recibieron guía y consuelo.
Jugaron con la espuma de mar y chapotearon en sus saladas aguas. Se enriquecieron con el dulce consejo del viento, sintieron el aliento de una brisa con su ilusión dorada y continuaron, juntos hasta la puesta del sol, donde habitan los sueños más entrañables y donde siempre los observaba amorosamente su madre.
20-Febrero-2021