Para Leerse en Domingo
POR IVÁN ALATORRE OROZCO
Un abrir y cerrar de ojos fue suficiente para manifestarme por primera ocasión. Durante una noche lluviosa de junio, las luces artificiales motivaron mis incipientes movimientos involuntarios. Con pausa en un inicio y copiosamente después, irrumpí con desespero ante el conjunto de imágenes y sonidos fuera de mi entendimiento o control.
¡Vaya mundo extraño al que me estaban forzando a emerger!
Con el paso del tiempo comprendí que mi sencilla exteriorización podía revolucionar el comportamiento y las acciones de todos aquellos quienes notaran mi presencia. Como se han de imaginar, no dejé pasar la oportunidad de aprovecharme de ello. Saberme poseedora de semejante poder me transformó en un ente caprichoso y a la vez dependiente de esa atención con la cual yo me nutría.
El dolor (en cualquiera de sus modalidades) era, es y seguirá siendo un excelente detonante para yo poder entrar a escena. Aunque debo de confesar que mi accionar se proyecta con mayor frecuencia en situaciones, tiempos y lugares en donde el protagonismo no reside necesariamente en el dolor.
Estoy convencida de poseer una naturaleza sensible, mas con el paso de los años he procurado dosificar mis apariciones frente a circunstancias que realmente lo justifiquen. No soportaría caer en una zona de sensiblería.
Puedo aflorar motivada por la resonancia de una melodía que arrastre consigo una historia importante de mi pasado; asomar mi esencia cristalina al ser testigo de una injusticia, un abuso o una agresión; exhibirme abundantemente al comprender la crudeza de una pérdida parcial o total; ser la compañera fiel cuando la pasión y el enamoramiento ejercen su hegemonía.
Pero sobre todas las cosas, me enorgullezco de ser partícipe y formar parte del universo emotivo del ser humano.