PARA LEER EN FIN DE SEMANA…
Por Iván Alatorre Orozco
A Joel le gustaba escuchar música antes de dormir, principalmente clásica. Era difícil para él conciliar el sueño si el silencio que se adueñaba de su habitación. Tampoco le agradaba la infiltración de luz a través de las ventanas, por ello se encargó de instalar unas gruesas y largas cortinas negras que servían de escudo protector para lograr así facilitar la desconexión con el exterior, apagar las luces le significaba una mayor motivación que el encenderlas.
Requería necesariamente de tres almohadas para sentirse cómodo, una grande y dura para acomodar su cabeza, una mediana para colocarla entre sus piernas y otra pequeña a la cual poder abrazar. Desde niño solía llamarlas sus tres nubes debido a que representan su vehículo inicial al mundo de los sueños.
El control de su respiración entraba a continuación como elemento fundamental del proceso de relajación, profundas inhalaciones y exhalaciones, acompañadas de una respiración rítmica, exclusivamente a través de la nariz, solía ser la llave que le daba acceso a las tan deseadas imágenes y vivencias oníricas.
Desde muy joven, supo darle el protagonismo que se merecían los sueños en su vida, entendía que la información que emanaba durante sus estados inconscientes resultaba trascendental para comprender de manera más amplia el acomodo que pretendía con toda seriedad otorgarle a su día a día.
Solía desde niño tener lápiz y papel cerca de su cama con el propósito de llevar un registro de los sueños que merecieran ser tomados en cuenta. Accedía a esos mundos oníricos e interactuaba de manera protagónica en las historias que ahí se desarrollaban a todo color, y es que los rostros, las imágenes, los sonidos y hasta los olores traían consigo una carga emotiva a la que pocas personas solían experimentar.
Aborrecía tanto las noches infértiles, esas en las que no existía la esperada conexión, así como los sueños repetitivos que no lo llevaban a ningún sitio. Pese a sus deseos, solo podía registrar un sueño por semana que en realidad valiera la pena, sin embargo, era suficiente para que pudiera conformar un elaborado mapa de conexiones que lo motivarían a escribir las historias más fantásticas gracias a la materia prima que de él florecía.
El sueño que Joel más disfrutaba, era aquel en el cual extendía sus brazos, cerraba los ojos, acariciaba al viento como un ave que aletea cadenciosamente con sus alas extendidas, para después, de manera apenas perceptible, lograr elevarse, primero unos centímetros sobre el nivel del piso, posteriormente, al abrir los ojos, podía sin miedo mirar hacia abajo, levitando a varios metros de altura, gozando de una sensación de libertad absoluta, como un ángel con las alas abiertas que surca los aires con autoridad en un firmamento inexplorado.
Como era de esperarse, las pesadillas aparecían ocasionalmente, y resultaban de una crudeza tal que no cualquiera podría tolerarlas con la entereza y practicidad con que Joel lo hacía. Él entendía que sus escritos se nutrían a partir de la luz, pero necesitaba también de las sombras que se presentaban en su vida para lograr una congruencia existencial y onírica. Para Joel, el baile de los claroscuros era como la vida y la muerte, conviviendo como lo harían dos amantes.
-Vives en las nubes, Joel- se burlaba de él uno de sus amigos.
-Tienes toda la razón, no existe mejor sitio al cual acudir.
-Pero no puedes desconectarte de tal forma y caminar fantaseando, tienes que poner los pies en la tierra, como toda la gente.
Joel, sentado bajo la sombra de un árbol, miró a su amigo y respondió.
-¡Cómo quisiera que pudieras experimentar lo que yo al juntar esos dos mundos! En mis registros plasmo las calles empedradas de un pueblo en la montaña bajo la luz de la luna, el sonido de las olas en una tormenta al reventar contra las rocas, la risa de niños poniendo todo su fervor en jugar con su perro, la sonrisa de una anciana acariciando a un gato, o incluso conversar con claridad con ese ser querido que ya no está con nosotros, tomando su mano sabiendo que todo estará bien, porque es seguro el reencuentro.
El lograr escabullirme dentro de esos escenarios me permite acceder un poco al paraíso, gracias al misticismo de los sueños, un lápiz y un papel.