IVÁN ALATORRE OROZCO
Durante la noche una tormenta estremeció hasta los cimientos del sauce al que pertenezco. Los poderosos vientos hicieron notar su presencia al arrancar y arrojar a sus dominios infinidad de objetos, incluyéndome a mí misma. Solo unos pocos minutos fueron necesarios para desprenderme violentamente de mi mundo conocido.
Las interminables pláticas, las risas fraternales, las discusiones acaloradas y el amor infinito que compartimos por tanto tiempo junto con las demás ramas, hojas, tronco y raíces en nuestro querido sauce no se darían nunca más. Mientras caía hacia las caudalosas aguas de un río que siempre murmuraba y contaba infinidad de historias que ninguno de nosotros entendíamos, comprendí que nada sería igual, mi tiempo de vida se reducía dramáticamente a tan solo unos pocos minutos.
Crecí con la idea de que la longevidad de un sauce, incluyendo la de muchas de sus ramas era más que envidiable, siempre estuve convencida de que mi tiempo y calidad de vida me regalarían el privilegio de experimentar miles de situaciones. Un gran pesar se apoderó de mí al sucumbir ante las aguas siendo yo la rama más joven de mi familia.
Por supuesto que pensé que no era justo, había tanto que aún deseaba observar y percibir, a maravillarme junto con mi gran familia a infinitas experiencias que acumularía en mi haber como un gran tesoro durante muchos años todavía.
Pero la suerte estaba echada, el pánico al caer a las aguas fue abrumador, una rama no posee capacidad de acción, inerte por naturaleza se limita a ser testigo de lo que ocurre a su alrededor, fiel observadora de un universo al cual trata de sacarle el mayor provecho gracias a amigos entrañables como las aves, las nubes o las estrellas que nos logran transmitir los ecos de tierras lejanas.
El terror de los primeros minutos a la deriva disminuyó progresivamente, acepté con resignación lo que me depararía el destino, entonces la tormenta desapareció súbitamente, los poderosos vientos se alejaron y la luna apareció iluminando con su plateado manto el transcurso de la última de mis noches, y por primera vez en mi vida, aquellos interminables murmullos de las aguas a los que nunca había logrado descifrar, se transformaron en la voz que me guiaría el resto de mi camino.
Desafortunadamente, el camino restante era corto y la voz se apagó progresivamente junto con los rayos de luna que colapsaron ante la intromisión de la noche eterna.