Un cuento en tiempos de pandemia
POR IVÁN ALATORRE OROZCO
Frío, un intenso frío que me calaba hasta los huesos, fue la primera sensación que experimentó mi pequeño y húmedo cuerpo peludo al salir del vientre de mi madre una gélida madrugada de noviembre. Fui el penúltimo en nacer de siete hermanos en total, estábamos aturdidos, todos chillábamos en un concierto de improvisados y minúsculos aullidos que se interrumpían solo cuando mamá nos limpiaba y acariciaba, con amorosa paciencia, uno a uno, usando como herramienta su cálida lengua.El lugar donde nací, tiene un nombre largo y gracioso, le llaman Kangerlussuaq, se ubica en la gran isla de hielo de Groenlandia. Casi diez años después de esa madrugada, aún me cuesta definir con precisión a estas tierras, creo que la palabra que mejor engloba su naturaleza es la de inmensidad, donde un punto en el horizonte se hace eterno, donde el vértigo vertical siempre se encuentra presente, esa es la mejor imagen que puedo transmitirles, los copos de nieve, las gotas de agua, los hielos eternos, las palabras, los sonidos y los recuerdos se hunden a una profundidad tal que alcanzan a cubrir juntos, la distancia entre una mirada y una estrella.
En este universo blanco, colmado de abrazos entre la palidez que comparten el cielo y el suelo, los sonidos del silencio, fusionados con los gritos de luz, se mimetizan, creando un espectro ensordecedor. Esta tierra habla un lenguaje difícil de comprender, en ella, se complementan el idioma de la roca, del agua y del hielo, el ulular del búho, la respiración del oso polar, las auroras boreales y el aullido del lobo blanco al dirigirse a la madre luna.Todos dicen, que cuando nace un lobezno, sus ojos permanecen cerrados por varios días, pero les aseguro, que aunque con dificultad, pude abrir, de poquito a poco los míos, hasta desorbitados al máximo.
Mis ojos, de tonalidad ámbar brillante como los amaneceres, como solía referirse a ellos mamá, fueron testigo del resplandor plateado con el que una luna llena nos daba la bienvenida a los siete hermanos.El idílico fulgor, con el que la luna llena se presentó, especialmente ante mí, logró, con sus rayos plateados, que atravesaban todos y cada uno de los recovecos de la madriguera, que el calor, junto con el cuerpo de mi agotada madre, fueron suficientes para que me brindaran de manera inmediata el sentimiento de seguridad que yo tanto buscaba.
Desde ese instante, en mi interior, mi corazón pudo sentir que el lazo que me unía con mamá loba, al mirarla a los ojos, me transmitía la belleza de su alma pura, sus sentidos despiertos, su esencia de madre protectora, feroz y a la vez tierna, dispuesta a hacer lo que fuera necesario para cuidar y exponer, sin pensarlo, su propia vida en defensa de sus crías.
Ese no fue el único regalo que recibí esa noche, la guía y el cariño los obtuve por partida doble ya que mi alma también se vinculó con la presencia de la luna, ella se convirtió en la acompañante de mis noches más frías, en la brillante luz que iluminaba mi oscuridad, en el aliado que me sonreía como una flor en la inmensidad del firmamento, en la confidente que escuchaba con atención y respondía con sabiduría a mis aullidos desesperados, todo esto, y mucho más, bajo el cobijo incondicional de quien se convirtió en mi muy amada segunda madre, o como yo le llamaría desde entonces: mamá luna.
Mamá loba encontró en un lugar alejado de la alta montaña, el sitio perfecto para regalar el primero de muchos actos de amor hacia nosotros, escarbó durante varios soles y lunas, hasta terminar la madriguera, dentro de la cual, nos traería al mundo a mis hermanos y a mí.
Como es la costumbre en nuestra especie, mamá se apartó del resto de la manada, ella estaba sola cuando nacimos, nadie debía saber de su paradero, era importante que nos escondiera ya que éramos muy pequeños y vulnerables a que nos pudieran hacer daño.
Mamá loba nos alimentó durante un mes con un tibio líquido blanco que extraíamos de su cuerpo, ¡vaya sensación tan hermosa cuando me unía a ella!, no solo alimentaba mi cuerpo, me arropaba bajo su manto protector, consolaba mis momentos de vacío y echaba a volar mis motivaciones.
Al reconocer el olor de mamá loba, los movimientos de su pecho al respirar, y el incomparable palpitar de su corazón, yo sentía que nada podía salir mal. Las primeras treinta lunas que permanecí a su lado, así como los dos años posteriores antes de formar mi propia familia, junto a ella, la vida fluía como el eterno sonido de las aguas en un río, que a veces corren en silencio, y otras, con la fascinación por el estruendo de los corazones que laten.
Mamá loba decidió darme el nombre de Inhar, que significa: rayo de luz. Ella me diría meses después de mi nacimiento, que también había sido testigo del ritual que se produjo entre la luna y yo, me confesó que en un principio sintió celos de ella, que incluso le aulló con rencor para que se alejara, pero con el paso de los días, al presenciar el inmenso amor que ella proyectaba hacia mí fue cuando comprendió que mi relación con mamá luna había sido moldeada con los materiales con los que está formado el amor.
Fue entonces que su corazón se inundó de orgullo, ella sabía que muy pocos lobos podían ser merecedores, de manera tan directa, a la atención y al cariño de la reverenciada madre luna.
Pronto los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses, cada mañana, mis hermanos y yo despertábamos con un hambre atroz, en un principio mamá loba nos alimentaba, luego papá se encargaría de enseñarnos a conseguir la comida y a compartirla con el resto de la manada.
Después de comer no existía nada más importante para nosotros que jugar, mamá loba nos dejaba salir de la madriguera solo cuando alguien estaba presente para cuidarnos. Brincábamos, nos perseguíamos unos a otros, nos disputábamos trozos de madera, nos mordíamos, chocábamos, aullábamos y principalmente corríamos, podíamos correr durante todo el día sin cansarnos en absoluto.Esa sensación con el roce de la hierba fresca nos recordaba, paso a paso, que si éramos libres nada más importaba.
Tenía la costumbre de separarme con frecuencia tanto de mis hermanos como de mis padres, acción que se traducía en constantes regaños provenientes de todo el grupo. Laverdad es que me resultaba poco menos que imposible el dejar de hacerlo dado miespíritu aventurero. Mientras el resto jugaba o buscaba alguna presa para comer, yo me concentraba enexplorar lo que pasaba a mi alrededor, procuraba que nadie notara mi ausencia, encontadas ocasiones compartía mis hallazgos con algún integrante de la camada ya queno compartíamos la misma visión del mundo, en lo concerniente a los detalles más finos.Pero si contaba con ese alguien, con quien podía compartir tanto mis emociones comomis inquietudes, mis descubrimientos y mis aventuras, esa era mamá luna.
No importaba el tamaño que mamá luna tuviera cada noche, a veces es delgadita como una rama, otras veces es gorda como una gran roca y otras de plano es invisible, pero aun en las noches que no la veo, su paciencia para escucharme y su voz que todo lo sabe, siempre ha aclarado todas mis dudas, yo solía comentar y preguntar cosas como:-¡Mamá luna, mamá luna, hoy vi volar a un hermoso ser!, tenía pequeñas alas doradas como el sol y manchas verdes como los pastos en primavera, ¿podré yo también volar como ella si agito con velocidad mis patas?-a lo que la luna respondió dibujando en su rostro una tierna sonrisa.-Ese hermoso ser del cual me hablas se llama mariposa, debes saber que ellas viven menos de un mes, por eso es que pueden volar, pues al tener tan poco tiempo de vida sus alas les permiten recorrer largas distancias; admirar desde arriba la belleza de las cascadas; el movimiento de los árboles que danzan movidos por el viento; la fortaleza del oso polar deslizándose sobre el hielo; conmoverse por la nobleza de las focas que se apoyan unas con otras en un acto de hermandad o vislumbrar la inmensidad de los glaciares que se pierden en el horizonte.
Las mariposas no cuenten su vida en horas, días o semanas, sino en momentos, y a pesar de que su permanencia sea tan breve, ellas siempre tendrán el tiempo suficiente para alcanzar apalpar todos y cada uno de sus destinos, y tú, al igual que ellas, también tendrás ese tiempo necesario para sumergirte dentro de las profundidades de un mundo que te espera, y para acceder a él, no requerirás de alas doradas, o de altos vuelos, o de cubrir grandes distanciasen un solo día, lo único que debes hacer es recordar, como el primer día, a no dejar de abrir al máximo tanto tus ojos como tu alma y a disfrutar del calor porque conoces lo que es sentir el frío.
Inhar gozó de las mieles de una vida larga, el puente invisible que construyó, junto con mamá luna, le permitió, una fría mañana de diciembre, recorrer el trayecto que por fin lo llevaría directo a ella.
Las generaciones venideras de lobos blancos recordarían con cariño la historia de Inhar, aprenderían que la distancia entre ellos y la luna solo se puede medir en lenguaje de sueños, y que durante las noches de luna llena, serían los lobos quienes permanecerían en silencio, mientras que la luna, sería ahora quien aúlla.