Héctor M. Ramos Preciado
El tapabocas se ha convertido en la prenda de moda. Es la más buscada y codiciada gracias al actual azote de la humanidad.
Esta prenda se quedará para la posteridad como el símbolo inédito de estos difíciles y desconcertantes tiempos. Tiempos que jamás pensamos que pasarían y que no sabemos cuándo ni cómo terminarán.
Al paso de los años, para los que salvemos la pandemia – espero que todos – contemplaremos físicamente o en la memoria, las imágenes de tantos millones de personas en todos los rincones del mundo usando como nunca antes, un cubrebocas, sin importar ninguna condición, más que la de ser persona enfrentando un riesgo sanitario.
En qué momento, repentinamente, esta prenda que antes solo la usaban los profesionales de la salud y algunos sectores de la industria y comercio, se volvió la prenda más buscada y más necesaria. Antes era ajena para la mayoría de las personas y ahora es parte esencial de nuestra cotidiana vida, hasta que la pandemia lo decida.
Ahora que vemos en la calle a la inmensa mayoría de personas con tapabocas, nos damos cuenta cómo esta prenda habla de cada quién, más de lo imaginado. Simplemente antes era impensable ligar el tapabocas a la mayoría de los mortales y ahora nos damos cuenta de que hasta refleja rasgos de la personalidad.
Veamos ejemplos:
Hay quienes los usan tan grandes, que casi les tapan los ojos. O sea, son temerosos. Otros, los muy aprensivos, en lugar de cubrebocas, usan mascarillas dignas de una guerra química – bacteriológica.
Tenemos a los relajados que agarran el primero que les ofrezcan en la calle, en la farmacia o en cualquier negocio, es decir – solo por cumplir- no importa si protege o no.
Están los desentendidos, que por mala fortuna son talvez mayoría. Los usan de cubre papadas o dejan la nariz al exterior, lo que de nada sirve.
Están también los típicos graciosos que nunca faltan, aquellos que decoran y personifican su cubrebocas con temas chuscos como pintarles dientes, bigotes, trompas o narices de animales u otras figuras, tanto como la imaginación – que es mucha- lo permita.
No pueden faltar los cubrebocas profesionales, esos certificados (con filtro y toda la cosa) que llevan todos aquellos con perfil técnico – profesional, siempre apegados las normas y deseosos de dar un buen ejemplo a la sociedad. Esos lamentablemente, son minoría.
Se verán, además, los infaltables tapabocas de los políticos, esos personajes que siempre nos tapan la boca con sus ocurrencias. En este caso buscarán un cubrebocas de sobrio a elegante, pero a la vez que proyecte seguridad y combinación con su vestir, porque tendrán reflectores. No faltará el político que quiera usar uno de marca italiana de moda, pero evitará usarlo para evitar críticas.
Aparecerán los materialistas enajenados buscando y exigiendo cubrebocas de marcas de ropa, para demostrar al mundo que ellos si tienen con queso las enchiladas, mientras tanto buscarán los que les parezcan de mejor diseño, aunque no protejan. ¡Primero muertos que sencillitos!
Y porque no decirlo, me imagino, con cierto dejo de certeza, que habrá cubrebocas como prenda o accesorio para fantasías sexuales de las personas más atrevidas; quienes con su basta imaginación y desenfrenada líbido harán del cubrebocas un objeto más de placer. ¡Bien por ellos! ….. ¿O no?
Quienes, por supuesto no faltarán hoy ni nunca, serán los oportunistas que producirán, importarán (de donde sea) y comercializarán la gran demanda de cubrebocas que existe, para buscar hacerse ricos ante la demanda y necesidad de la prenda.
El lado oscuro del tema será “Los Sin Cubrebocas”. Y no serán pocos. En un país sumido en la división, la inseguridad y la injusta distribución de la riqueza, un gran sector de la población preferirá arriesgar sus pulmones que gastar un poco, bajo la premisa de que a diario arriesga la vida o no tiene ni para comer. ¡Qué más da un problema más! En este lado también se situarán aquellos que creen firmemente que el COVID 19 es un mito, los rebeldes y tantas personas más que no encajan en los estereotipos que la sociedad nos ha impuesto.
En fin, en estos tiempos la mayoría estamos seguros de poder salir a la calle sin calzones, pero nunca sin tapabocas, porque las consecuencias van desde una arbitraria detención (o regaño) policial, hasta un riesgoso contagio que te mande al hospital e incluso te pueda costar la vida.
Sea como sea, el tapabocas habla hoy por nosotros. ¿Qué dice el tuyo?