Hace unos días el periódico El Occidental publicó una nota lamentable donde se leía “Fallece menor tras agresión directa en Tonalá” En la escena se contabilizaron 49 casquillos de calibre .223 de AR-15 y de .45.
No queda menos que reflexionar sobre la saña con que se perpetró este crimen contra una persona que apenas comenzaba a consolidar su personalidad. ¿Eran necesarios tantos disparos?, ¿que pudo haber hecho el adolescente, para que sujetos sin respeto por la vida humana decidieran quitarle la vida de esta manera? ¿Quién era el adolescente y a que se dedicaba? A lo que se haya dedicado y lo que haya hecho realmente es lo de menos, porque a tan corta edad es evidente que el menos culpable de su situación era el adolescente porque solo es el resultado del olvido y abandono de la juventud por parte de su familia y de nuestras instituciones. Cada día más adolescentes, unos por la fuerza, otros por necesidad y otros por ambición son incorporados al crimen organizado ante un Estado que solo atina a contemplar el fenómeno, mientras nuestros funcionarios se preocupan – eso sí mucho – por llenar con dinero del erario público sus arcas privadas. Actualmente los adolescentes son la semilla que nutre al crimen organizado, de ahí que no es raro encontrar que la mayoría de las personas detenidas en delito flagrante sean jóvenes entre los 18 y 25 años de edad; lo más aterrador es que muchos sicarios son jóvenes que no han alcanzado la mayoría de edad y ya disponen de la vida de otros.
Según las cifras del INEGI (2017) en México contamos actualmente con poco más de 10 millones de adolescentes que van de los 15 a los 19 años de edad y de acuerdo con la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM), de las 37 mil personas que permanecen desparecidas, 6,467 son menores de edad. Cada día que pasa, desaparecen en México cuatro niños o adolescentes, muchos de los cuales son asesinados.
El problema de los adolescentes a la deriva en primer término es el resultado de familias desintegradas o disfuncionales. En este tercer milenio los adolescentes viven sacudidos por los cambios hormonales abruptos de su cuerpo, tienen la necesidad de ser aprobados por sus pares (casi siempre perdidos), enfrentan una lucha de poder con sus mayores, tienen amores no correspondidos y sufren de ansiedad respecto al futuro que les espera; algo muy natural en esta etapa de su vida. Generalmente, la adolescencia “per se” nos parece a todos la peor etapa de nuestras vidas y está considerada una etapa natural de crisis emocional.
Además de los problemas tradicionales de la adolescencia, ahora padecen además la angustia que les produce darse cuenta de que las generaciones que les inmaduros, inestables y confundidos igual que ellos; por eso no es raro escucharles afirmar: “los adultos no saben qué hacer con nosotros”.
Es muy duro para un adolescente ver a sus padres perdidos o sin rumbo, porque se sienten presos de ellos y de su necesidad de aprobación. Además, ver a sus padres comportarse a veces como ellos, les hace perder la fe. Al cabo de unos años habrán superado sus inseguridades y sabrán quienes son y para dónde van. A pesar de que los adolescentes tienen hoy una visión muy distinta del mundo que hace que su interpretación de la vida sea totalmente diferente a la nuestra, ellos nos necesitan más que nunca. Si bien no quieren padres que los dominen a la fuerza como en el pasado, sí buscan unos que los guíen, los protejan de sí mismos, de su descontrol, de su impulsividad, de sus fantasías de inmortalidad, es decir, adultos que tengan el poder para ayudarlos a contenerse.
Lo que nos dará la autoridad para ser los guías de nuestros hijos a lo largo de su adolescencia será la admiración que les inspire nuestra sabiduría y madurez porque somos para ellos personas dignas de respeto. Esto significa que lo que les urge a los hijos en este momento de transición tan confuso para ellos es tener unos padres cuyo compromiso con la paternidad les garantice la estabilidad que tanto precisan. ¿Será esto lo que les estamos ofreciendo?
Al día de hoy, no tenemos más que pedir perdón por tanto adolescente olvidado y abandonado y comenzar a generar conciencia de que debemos para hacer algo urgente y diferente para evitar que tanto niño y adolescente siga tomando en solitario el camino equivocado. Si penalmente no son sujetos de responsabilidad, ¡socialmente menos!