Desde el bachillerato aprendimos uno de los 14 principios de la administración de Henry Fayol. Se trata del principio del “orden”, vigente desde hace más de un sigloy que sentencia: “orden significa asignar un lugar para cada cosa y poner cada cosa en su lugar”. Esta sencilla regla es una valiosa herramienta que durante el sexenio anterior y lo que va de este ha sido rotundamente ignorada en materia de seguridad por los encargados nada más y nada menos del más alto cargo público administrativo del país: El expresidente Felipe Calderón y el actual presidente Enrique Peña Nieto. ¡Si, ambos olvidaron este principio!. Primero, Felipe Calderón al sacar hace 10 años al Ejército Mexicano de sus cuarteles para mandarlo a lo que erróneamente llamó la guerra contra el narco o crimen organizado.
Término que luego tuvo quere nombrar como “lucha” en lugar de “guerra”, ante la oleada de críticas tanto por el incorrecto uso del término, como también por el uso indebido del ejército en labores de seguridad pública a todas luces inconstitucionales.
En su necio proceder Calderón solo cambió de nombre a su “estrategia” anticrimen organizado, pero no sacó al Ejército de la lucha y posteriormente fue más allá al promover una reforma constitucional para legalizar la actividad del Ejército en esta batalla.
Peña Nieto secundó la fallida estrategia al sostener al Ejército en las calles para la labor encomendada por Calderón. Hoy, a diez años de esa fallida decisión el saldo ha sido de sobra negativo y además aterrador. Basta señalar que la tasa de homicidios dolosos en México se duplicó y a la fecha esa lucha ha costado alrededor de 150.000 muertos, 28.000 desaparecidos, más de 1.5 millones de desplazados, 3,916 agresiones de grupos criminales al ejército con un saldo de 246 soldados muertos y mil 403 heridos. Cifras similares o superiores a muchas guerras hemisféricas y nacionales.
Con el Ejército y sin el Ejército en las calles, el crimen organizado no ha disminuido su poder, más bien aumentó y si en cambio el Ejército ha sufrido un enorme e innecesario desgaste en su imagen que parece haber llegado a niveles de riesgo nacional. Finalmente los resultaros están poniendo en su lugar histórico la pifia de Calderón y Peña Nieto aún tiene oportunidad de zafarse a tiempo de la quema. La cama la ha tendido ya el secretario de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos Zepeda al declarar públicamente que el Ejército Mexicano está desgastado por su labor en las calles del país para garantizar la seguridad de la ciudadanía y pide una ley que regule la actuación del Ejército para fijar plazos de su regreso a los cuarteles.
Esta declaración es de enorme trascendencia e impacto, tanto que debemos dar por hecho que en poco tiempo se materializará la propuesta del secretario de la SEDENA, primero en el marco legal y luego en la práctica; lo que confirmaría la hipótesis de casi todos los expertos en seguridad que en su momento criticaron la decisión de Felipe Calderón de meter a más de 20,000 elementos del Ejército en labores que no le corresponden, cuando era y es de sobra conocido que la inseguridad es más que narcotráfico y crimen organizado; se trata de un fenómeno social, cultural, económico y de salud que ha crecido a niveles incontrolables y que permeado a todos los estratos sociales que no va a ceder a punta de cañonazos. Ante el escenario que se avecina se hace necesario un replanteamiento de las estrategias contra la inseguridad, empezando por restablecer el orden mandando al Ejército a su lugar: los cuarteles.