Uno esperaría que por tratarse del país más poderoso del mundo, que se asume como el policía mundial y que presume ser democrático, el debate entre sus dos contendientes rumbo a la presidencia fuera de gran altura e incluso que sirviera de referente mundial como formato deseable para un debate de ideas y de propuestas.
Pero no fue así. El pasado domingo millones de personas de Estados Unidos de Norteamérica (EUN) y del mundo presenciamos con gran decepción el segundo debate entre Hillary Clinton y Donald Trump. Fue el debate con la más alta audiencia mayor número de tuits en la historia. A pesar de ello los debatientes dieron un grotesco espectáculo que será recordado como uno de los episodios más sucios en la historia política de los EUN. Tanto que algunos analistas lo calificaron como la “noche más oscura” de la democracia estadounidense en la época moderna.
Después de haber perdido el primer debate, Donald Trump había anunciado que se valdría de todo lo permitido para enfrentar a Hillary Clinton en el segundo debate y así fue. La atacó por el uso de un servidor privado de correo electrónico durante su gestión como jefa de la diplomacia de EUN y amenazó con enviarla a la cárcel, ignorando que el Poder Judicial es un poder independiente del que pretende representar. También la acusó de hacer un “desastre” con las relaciones exteriores de su país. Pero quizás lo más indignante fueron los comentarios de Trump sobre el comportamiento sexual de Bill Clinton, esposo de Hillary; para lo cual invitó al debate a mujeres supuestamente agraviadas por el popular exmandatario. Este ataque fue el mayor de los yerros de Trump, pues el que Hillary Clinton haya tolerado las infidelidades de su marido nada tiene que ver con la campaña presidencial y tuvo como efecto enaltecer aún más la figura de Hillary con el sector femenino de la población votante, donde elevó aún más sus preferencias. Con este ataque, Trump se ahorcó con su propia lengua; pues su vida con las mujeres tiene un pasado igual o peor que el de Bill Clinton. Confundió el escenario del debate con el estudio del reality show que presentaba (El Aprendiz) en Nueva York y rebajó el debate a una explosión de obscenidades e insultos no aptos para menores.
Hillary ventiló también un pasado de infidelidades de Trump, en particular una grabación que dejó en evidencia el tono sexista, humillante y abusador con el que el multimillonario se refería (¿o refiere?) a las mujeres a quienes aspiraba a conquistar, pocos meses después de haberse casado con Melania, su actual esposa.
En temas de la agenda tradicional, como terrorismo, inmigración y economía, Hillary volvió a ganar a Trump, según los sondeos, con 58 a 41 por ciento.
Los efectos del nefasto segundo debate tienen en la lona a Trump pues Hillary le aventaja por 11 puntos en las encuestas y algunos miembros de su partido ya se están enfocando más a rescatar el Congreso ante la inminente derrota del magnate.
Falta menos de un mes para la elección presidencial y está pendiente otro debate (el próximo 19 de octubre) que será definitorio. Ese debate también es la última oportunidad para que emerja el estadista o la estadista que necesita Estados Unidos y que, sin exagerar, también le urge al mundo.
