Recuerdo cuando era adolescente y hablaba con mis amigas sobre el amor, y cómo nos gustaría que fuera el hombre de nuestros sueños. Todas describíamos a un tipo alto, lindo, y que sea la envidia de todas. Lo queríamos perfecto en todos los sentidos, hasta que una a una nos fuimos enamorando y no precisamente del prototipo del que hablábamos, sino de aquel que con gestos y pequeños detalles nos fue robando el corazón.
Pero para algunas se fue apagando el amor, y de aquel grupo del colegio solo cinco continúan casadas con el mismo hombre. Otras se divorciaron y se han dado otra oportunidad. Otras están separadas y sin ganas de empezar otra relación, y cuando recordamos esas pláticas siempre nos reímos porque ninguna se casó con un adonis.
Solemos fantasear y en primer momento nos vamos por lo visual, pero en el fondo son otras cosas que nos llenan y que tienen más peso dentro de nuestro corazón. Esos gestos, esos detalles, esas preguntas cuando quieren saber cómo nos fue en el día, ese abrazo que también abraza tu alma. Pero cuando todo eso desaparece, el amor ya no tiene donde sustentarse. Flota y se va perdiendo en medio de una rutina donde la tele, el celular, los videojuegos, el internet; y cualquier cosa es una excusa para poner distancia de ese amor que un día fue la más grande ilusión.
Si ahora me preguntan cómo es el hombre de mis sueños, solo puedo decir que no busco que sea perfecto, tampoco que tenga la pinta de James Bond. Quiero a un hombre que sepa ser un compañero, que ría conmigo, que hable conmigo, que respete mis sueños y que tenga muchos proyectos en su vida, porque solo así buscará ser mejor y entenderá mis locuras, y el espacio que necesito para seguir escribiendo.
Alguien que sea tan hombre que no le importe que escriba novelas eróticas, que las lea y me las comente, y que disfrute conmigo de esta etapa de mi carrera. Quiero a un hombre que me ame bonito, sin críticas y con la verdad por delante, y a quien solo le baste yo, y no desee más aventura que la que viva conmigo.
Un hombre muy difícil de encontrar, por eso no lo busco, ni me desespero. Es el duende que duerme bajo mi almohada, no tiene un rostro, pero es una linda ilusión que me acompaña y que tal vez algún día se haga realidad, o termine siendo un espejismo en medio de mis noches largas y solitarias.
Pilar
“Soñar es solo el principio”
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