Luego del éxtasis de la culminación de los juegos olímpicos Rio de Janeiro 2016, llega en los atletas la nostalgia y los sentimientos al tope. Los atletas son extremistas y por eso destacan. Cuando entrenan, entrenan al máximo. Cuando salen a beber, beben en exceso. Como los juegos olímpicos son una experiencia única, todos los participantes buscan las medallas y algo más, quieren tener muchos recuerdos, incluso sexuales, en las fiestas o en las competiciones.
El medallista olímpico colombiano Óscar Albeiro (levanta pesas) Figueroa confesó que para lograr el levantamiento de 318 kilogramos, puso la mente en blanco y pensó en algo de sexo porque eso le aumenta la testosterona. Fue confesión que desnuda la oculta relación apasionada entre el sexo y el deporte. Porque mientras el asunto se le iba al colombiano en pensamientos motivacionales, sus más de 10.000 compañeros de la Villa Olímpica en Río de Janeiro estaban bajo una influencia hormonal y sexual, que solamente se puede entender en el contexto de ese ambiente de tropical, tan exigente como tentador.
Los organizadores previeron los efectos de las hormonas y por eso el Comité Olímpico Internacional (COI) distribuyó 450.000 preservativos masculinos y femeninos, un regalito para atletas, entrenadores y miembros de las delegaciones. Eso significa un promedio de 40 condones disponibles para cada uno de ellos durante 19 días de competiciones. La cantidad triplicó los preservativos repartidos en Londres 2012.
Los encuentros sexuales entre los deportistas no son novedad, sin embargo hay razones para calcular las dimensiones de los que ya son llamados “los olímpicos sexuales” Rio 2016. Este fenómeno tiene que ver, por supuesto, con el calor de Río y una cultura de adoración al cuerpo, de consagración al hedonismo festejado con música y comida.
Esa multitud de ociosos enardecidos por el estímulo de sus bellos cuerpos tenía para regocijarse una Villa Olímpica con todas las comodidades (restaurantes, espacios al aire libre donde conocerse, barras con bebidas alcohólicas, música, fiesta y, por supuesto, espacios donde se puede tener sexo) y un mundo externo de playa y cachaza, ofrecido en bandeja sensual por las y los no menos atractivos moradores de Río.
Dicen que existe un acuerdo no escrito entre los deportistas para “tener sexo” después de las competencias, aunque no está científicamente demostrado que la previa actividad sexual normal afecte el rendimiento competitivo.
Hay quienes aseguran que el sexo en las competiciones deportivas para el hombre es muy malo pero para la mujer es muy bueno.
Estas Olimpíadas tuvieron un aliciente que es a la vez un verdugo: las comunicaciones digitales. A 25 años de haberse concebido la Internet, y con la potenciación de los celulares y las aplicaciones, los acercamientos digitales entre hombres y mujeres, en el mismo modo y en sentido contrario, son el pan de cada día.
Así que el mecanismo funcionaba adentro o afuera, para bien casi siempre. Pero el celular nos ha privado de la vida privada y de la intimidad, como lo demostró Usain Bolt quien en noches de copas, noches locas agregó a sus tres medallas de oro aventuras sexuales con tres diferentes chicas brasileñas.
Escándalos sexuales hubo muchos en Rio 2016, donde Los 31 edificios de 18 plantas de la Villa Olímpica, que albergaban 10.000 habitaciones para los asistentes de 200 delegaciones, terminaron en una suciedad de muladar, entre otras razones, por problemas con el servicio de limpieza, donde la sorpresa fue para los plomeros. Los condones desechados en los inodoros de los cuartos, se concentraron en el colector de objetos sólidos, tapando las canalizaciones de aguas residuales.
Dicen que los organizadores celebraron el atasco tubular de Río, simplemente porque eso demostraba la efectividad y la sanidad protectora de los casi medio millón de condones que pusieron a disposición de los atletas.
Así que las reflexiones finales no pueden estar destinadas a concluir que las villas olímpicas son una reproducción en miniatura de Sodoma y Gomorra. Las circunstancias expuestas aquí –hormonales, habitacionales, hedonistas, ambientales, emocionales, corporales, etc.–, han convertido esta lava volcánica y sexual en un hecho normal. Situación agravada por tratarse del trópico y por contar con los cómodos recursos digitales, en una era dedicada a la exposición desmedida del cuerpo y al cultivo febril del narcisismo.