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Prohibir la Fiesta de los Toros…Por Supuesto que No!

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HÉCTOR MANUEL RAMOS PRECIADO

El reciente fallecimiento en el ruedo de la ciudad de Teruel, España, del torero segoviano de 29 años de edad Víctor Barrio a causa de una brutal cornada en el pecho que le infirió el toro “Lorenzo” de la ganadería Los Maños, lanza al ruedo por enésima ocasión el debate de la prohibición – o no – de la fiesta de los toros.

Y por supuesto que por todos lados surgen los apasionados a favor y en contra de la llamada “fiesta brava”.

Quienes la defienden argumentan con gran fervor que la “fiesta brava” es una tradición heredada como la religión y el idioma; que es parte nuestra cultura, que refleja la lucha entre la vida y la muerte; la lucha de la razón, el hombre, contra las pasiones, el toro; que la actividad empresarial alrededor de los toros genera miles de millones de dólares al año en el mundo; que nuestra patria ha dado extraordinarios toreros como Silverio Pérez, Eloy Cavazos, Luis Procuna, Curro Rivera, Manolo Martínez, etc.

Qué bueno que los taurófilos defiendan su derecho a disfrutar ese espectáculo, pero también con ese mismo fervor deben defender el derecho a disentir de las demás personas y de los grupos defensores de los animales y que se oponen a las corridas de toros.

Ahora que – según se dice – está de moda legislar para las minorías, la fiesta de los toros parece la excepción. ¿Porque el tema no se ha tocado ni se toca en las Legislaturas? ¿Será porque se trata de un espectáculo elitista y en este país solo las elites tienen la capacidad para modificar Leyes?

Hoy – al amparo de mi derecho a disentir – me declaro “anti-taurino” y aprovecho la ocasión de la tragedia de Víctor Barrio para sostener que el buen juicio inclina la balanza hacia los argumentos contra las corridas de toros: Que no son un deporte, que la pelea no es equilibrada, que el toro no muere (ni decide) con honor, que las corridas de toros no son arte, que los toros no son cultura, que es una demostración de la arrogancia humana, que las tradiciones basadas en la crueldad no se deben permitir en una sociedad que busca civilizarse, que no se debe promover el sufrimiento de los animales.

Confieso haber asistido a varias corridas de toros hace más de 20 años y toda la parafernalia alrededor de la fiesta brava no terminó por convencerme; hoy me es indiferente. Aunque traté, ni siquiera puede soportar ver completo el video de las imágenes del torero Víctor Barrio, herido de muerte por las cornadas de “Lorenzo”.

Tampoco estoy de acuerdo en que el debate del espectáculo de los toros sea un tema de mayorías o minorías que hoy se sienten superiores moralmente y con el derecho a imponer su visión sobre los otros. A cada quien sus gustos y sus aficiones.

Lo que es inobjetable, es que el espectáculo de “los toros” cada día tiene menos adeptos en nuestro país. Basta darse una vuelta a las plazas de toros y ver las flojas entradas, cuando en el siglo pasado se registraban “llenazos”. En los medios de comunicación y entretenimiento se les dedica poca cobertura y ya no hay – como antaño – “figurones” del toreo que puedan elevarse a la categoría de ídolos, tan necesarios para reforzar a la afición.

La “fiesta brava” si ha de morir, será por sí sola. No es necesario legislar para prohibirla, ni encender el debate sobre el tema o hacer más mártires sociales. Las actuales generaciones de jóvenes están enfocadas en otro tipo manifestaciones sociales y tecnológicas muy diferentes y equidistantes a este tipo de espectáculos. El tiempo y la evolución social se encargarán de dar la estocada final al toreo, solo es cuestión de tiempo.

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