HÉCTOR MANUEL RAMOS PRECIADO
El PRI tiene como todos los partidos muchas cosas que reconocerle y otras muchas que criticarle. Casi todas las cosas negativas que tiene como partido tienen su origen en lo que algunos llaman su ADN, es decir aquello que no cambia aún con el paso de generaciones, ni en los viejos, ni en los jóvenes priistas. Esas conductas a pesar de ser transpersonales, por razones inexplicables se heredan a las generaciones contemporáneas a pesar de que nuevas familias asumen los cacicazgos contemporáneos. A esos priistas antes les llamaron dinosaurios y ahora les llaman bebesaurios.
Es precisamente una de esas conductas la que en estos tiempos se sigue dando en el PRI y no se puede entender a la luz del interés partidista, me refiero a lo que los mismos priistas ufanamente llaman “disciplina partidista”, ser “institucional”, “lealtad” al partido y todo tipo de adjetivos que ellos mismos han inventado para llamarle a la dedocracia, es decir la facultad discrecional del dedo presidente y del gobernador en turno para designar (señalar a la militancia) con su dedo índice a su sucesor. O más bien dicho en los actuales tiempos de gran competitividad electoral, designar al candidato del partido al más alto cargo a nivel nacional y estatal, porque ahora se gana y se pierde con la misma facilidad.
Del año 2000 hacia atrás (en el siglo XX), cuando el PRI era el partido único y hegemónico en el poder y que le costó el mote de la dictadura perfecta, esa regla no escrita funcionó de maravilla, pues ningún partido político en el mundo logró conservar el poder por tanto tiempo y mantener lo que se llamó “la paz social”.
Pero lo que no se ha entendido en el PRI es que en la historia moderna de la incipiente democracia mexicana, la “disciplina partidista” ya no es una regla rentable. El viejo adagio “el que se mueve no sale en la foto” ha pasado más bien a ser un obstáculo que un factor de unidad partidista. Ahora como la regla de la locomoción electoral: ¡el que no se mueve, se atrofia!
Ejemplos tenemos muchos: Vicente Fox, asaltó al PAN y con 6 años por lo menos de antelación construyó su candidatura que lo llevó a la silla presidencial. Felipe Calderón se le reveló a Fox a medio sexenio y se fue a hacer campaña en todo el país, logrando también la silla presidencial. El actual presidente Peña Nieto – sin el PRI en la presidencia por supuesto – trabajó sus seis años en la Gubernatura del Edomex para construir su candidatura que lo tiene hoy en el pináculo del poder. La excepción – que todavía está por verse – podría ser López Obrador, pero…. La excepción confirma la regla.
Lo mismo sucede en Jalisco – con sus pequeñas variantes -. Desde Francisco Ramírez Acuña por el PAN, hasta el actual Gobernador Aristóteles Sandoval tejieron desde la presidencia de Guadalajara su proyecto para lograr la gubernatura y ahí viene Enrique Alfaro, con no pocos años en campaña encubierta.
Así las cosas, si el PRI se empeña en mantener la absurda regla de que nadie se mueve sin la voluntad de “Alá”, podría pagar un alto precio, pues en riesgo está perder la gubernatura y la presidencia de la República, posiciones que ni a corto ni a mediano plazo podría recuperar. Difícilmente el pueblo te da dos oportunidades en tan corto tiempo, como para desperdiciarlas.
Valdría la pena que en cada arena política “el fiel de la balanza” del PRI, analice la historia (siempre el que llega al poder, rompe con su antecesor), reflexione sobre la inoperancia del dedazo y mejor se abra a la posibilidad para que los más talentosos de su partido, comiencen a trabajar sus posibles candidaturas. Por que como dicen en mi pueblo ¡era para ayer! y sino ¿al tiempo?….