DE ACTUARIO A FISCAL GENERAL
(Segunda Parte)
RODOLFO CHÁVEZ CALDERÓN
La historia de Luis Carlos Nájera Gutiérrez de Velasco es larga de contar, al menos por lo que respecta a lo que a algunos reporteros trascendió, puesto que indudablemente la verdadera historia tiene otros tintes, tal vez buenos, porque debe tenerlos, tal vez malos, porque claramente entendemos que los hay.
Primero que todo Luis Carlos Nájera, y eso es lo más triste de la historia, no salió de su cargo porque hiciera las cosas mal. Digamos que aunque las hiciera mal, no lo cesaron por eso, no “lo renunciaron” por eso. Luis Carlos Nájera fue víctima, en parte del divorcio entre la Federación y el gobierno de Aristóteles, en parte por la protección que le achacan a grupos de narcos que permanecen en la intentona por posesionarse de Guadalajara, y en parte por la traición, por voltearles la espalda a quienes lo llevaron hasta donde llegó.
Un abogado experimentado, conocedor del tema, hace quince años, o más, cada vez que veía a este columnista reía a carcajada abierta y le decía: ¿fiscalía?, ja, ja, ni sabes lo que es un fiscal. Y es que en mis columnas Juicios y Juzgados, publicadas en El Occidental, el suscrito llamaba “fiscal” al agente del Ministerio Público, y al Procurador lo denominaba como “primer Fiscal”, del Estado. Eso le causaba hilaridad.
De alguna forma el nacimiento a la vida de la función pública del hoy exfiscal General, estuvo ligada con las publicaciones de esa columna. Algunas veces adversas, algunas ocasiones dedicadas a acciones destacables. Se le dio seguimiento a su carrera desde que era Actuario, y que el periodista Víctor Manuel Chávez Ogazón, lo mencionaba en sus notas como el actuario que había tomado conocimiento de un asunto relevante. Así el mismo reportero, entonces imberbe aún, lo llevó a ser conocido y prácticamente de la mano lo condujo a conocer personalidades de la política a las que un periodista habitualmente tiene acceso.
Luego lo recuerdo, a Carlos Nájera como jefe de vigilancia externa del Penal de Puente Grande, donde tuvo la oportunidad de conocer a muchos delincuentes, algunos de los cuales se dijeron torturados. Donde Nájera fue señalado por sus subalternos, como un hombre que se divertía con matar perros a balazos desde las zonas de vigilancia externa. Alguna vez le correspondió liberarme luego de ser “aprehendido” por custodios que me sorprendieron cuando tomaba fotografías para El Occidental, de las torres de vigilancia del Penal Preventivo. Hoy procuro tomarlas con cámara escondida, para evitar cualquier problema.
Después apareció como director de Inspección y Vigilancia del Ayuntamiento de Guadalajara, donde se le señaló como protector de “los brincos” (casas de juego clandestinas que pertenecían a la delincuencia organizada y que pagaban protección a policías, inspectores e incluso periodistas), ahora se han convertido en casinos “decentes”, que no requieren de mayor cuidado, puesto que al conseguir su permiso para “restaurante bar con máquinas de juegos”, ya nadie puede meterse con ellos y si lo hace, pues se llevará su correspondiente cuota y se acabó el problema.
Recuerdo también que se desempeñó como comandante en la Policía de Guadalajara y la Policía de Zapopan, en diferentes fechas. Luego ascendió a la jefatura de la Policía de Guadalajara, apoyado fuertemente por la hoy regidora Cristina Solórzano, que fue parte de ese grupo de personas que lo cultivaron y lo apoyaron para estudiar en otros países y prepararse como un especialista internacional en seguridad.
Se desempeñó como jefe de la Policía de Guadalajara durante la administración que presidió Fernando Garza. Posteriormente a Luis Carlos Nájera le correspondió, como jefe de la Policía de Guadalajara, ya con Emilio González como alcalde, el 28 de mayo de 2004 reprimir a aquellos muchachos que, provenientes de otros estados de la República en su mayoría, autonombrados “globalifóbicos”, llegaron para hacerse presentes en la Cumbre de Mandatarios de la Unión Europea, América Latina y el Caribe. Se manifestaron de manera que fue considerada violenta y provocadora contra la policía. Aunque los uniformados eran los menos culpables de lo que pasaba, terminaron por responder a las llamaradas que les lanzaban contra sus cascos y escudos de acrílico, a los golpes contra las vallas metálicas, a los garrotazos contra los escudos. Cuando recibieron la orden de reprimir, reprimieron. Los resultados fueron bestiales, porque todo el que caminaba, que no fuera uniformado, era detenido y revisado, la mayoría golpeado y luego arrastrado, literalmente hasta los vehículos oficiales, para encarcelarlos.
Ya en los separos de la Policía del Estado mujeres fueron vejadas, jóvenes varones humillados y violentados, para obtener las declaraciones que los inculparan. Se trataba de saber quién los había traído, quien les pagaba y cuáles eran sus fines. Luis Carlos Nájera, al frente de la Policía de Guadalajara y Alfonso Gutiérrez Santillán, al frente de la Policía del Estado, fueron señalados responsables, por diferentes organizaciones no gubernamentales, que reclamaban la libertad de los detenidos, 45 en total, que poco a poco pudieron abandonar la cárcel.
Personas supuestamente enteradas del funcionamiento interno de las corporaciones dirían posteriormente que Nájera y Santillán habían infiltrado provocadores para dimensionar el desorden que se ocasionó y facilitar la represión que habría de darles la imagen de mano dura ante la opinión pública y el mundo político, puesto que al final de cuentas la finalidad principal se logró, que el rumor de la discordia no llegara hasta los mandatarios que se reunían con toda comodidad en el primer cuadro de la ciudad.
El entonces presidente municipal de Guadalajara, Emilio González Márquez, jefe superior de Nájera, agradeció infinitamente los resultados de la Cumbre, en materia de seguridad, y desde luego que ese pasaje sirvió para que se entendieran él y su jefe policiaco de tal forma que años después Nájera, siempre avalado por Cristina Solórzano, ascendió a Secretario de Seguridad, cuando Emilio González, con el voto de los ciudadanos, llegó a la gubernatura.
Las ligas y los nexos de Nájera le sirvieron para abatir cada uno de los escollos que se encontraba a su paso. Cuentan quienes se dicen enterados, que una temporada en que los intereses del jefe policiaco eran antagónicos con los de personal importante del Ejército Mexicano, de tal modo que en más de una ocasión estuvieron a punto de detenerlo en retenes carreteros a los que ignoraba al pasar con toda su comitiva, pero de repente el acoso cesó. Una familiar cercana, muy cercana, de un general que tenía gran poder en una gran parte de la República, fue secuestrada y Nájera se encargó de que la joven fuera entregada sana y salva a su familia. Palabras mayores, indiscutiblemente. Y es indudable que ante una gran prueba de vida de tal magnitud, nadie se resiste.