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Vivir con la Persona Equivocada y No Morir en el Intento

POR NANCY LIZETT CANO VELOZ

El otro día una persona me soltó una pregunta a quemarropa, me preguntó que cuándo me iba a casar. Como era de suponer, mi respuesta fue templada, después de dos o tres frases revueltas y evasivas, me deshice del incómodo cuestionamiento, cambié el tema, me despedí y me marché de ahí. Pero no me fui limpia. Su pregunta logró taladrar en mi cabeza insertando un montón de ideas, mismas que tenía que soltar de algún modo, porque a decir verdad, eso del matrimonio es algo que siempre ha tenido un efecto extraño sobre mí; me seduce lo romántico de la idea, pero por mi experiencia pasada, trato de mantener a raya a partir del strictu sensu de su objeto jurídico-social. Así pues, me puse a cavilar algunas ideas.

Siempre sucede que llegado a cierto nivel en la relación de pareja, se baja la emoción de las decisiones ante el reto del amor cotidiano, pues generalmente en este punto, nos damos cuenta que hemos tomado una de las decisiones más precipitadas y tal vez con consecuencias desastrosas; consecuencias que jamás se previeron durante el sueño rosa de la ilusión. Pudo haber sido porque se acabó el romance mientras la convivencia diaria y los años; o pudo ser el inesperado anuncio de un embarazo o tal vez simplemente porque se nos ocurrió de la manera más precipitada e inmadura, firmar una sociedad conyugal para simplemente jugar con alguien “a la casita”.

En algún momento de reflexión durante la crisis de pareja, es cuando nos damos cuenta que faltó algo por hacer en nuestra vida y compartir con uno mismo quizás en puro acto egoísta: viajar a otras ciudades, descubrir nuestros talentos ocultos, desarrollar otras ideas, descubrir otros besos.

Tal vez sólo hizo falta vibrar de emoción por algunas otras cosas simples que ofrece la vida y que difícilmente nuestra pareja entendería porque quizás a este nivel, la cosa ya se puso color de hormiga y no hay cabida ni a la negociación ante el dilema de quién usa el baño primero por las mañanas.

Luego así, ¿cómo vivir con la persona equivocada y no morir en el intento?

Tal vez lo primero por hacer es clarificar si efectivamente es la persona equivocada.

Lo sé, sé que es difícil enfrentarse con uno mismo y aceptar que de pronto nos enamoramos de un ideal que solamente existía en la mente, ideal que confundimos con “amor”. Pero ante este tipo de circunstancias, lo importante es dar cuenta con el corazón en la mano, de nuestras responsabilidades y omisiones.

Enseguida –sin quitar la mano del corazón-, habrá que hacer el reconocimiento y aceptación de que cada una de las partes que componen la pareja son seres individuales e independientes con sueños y objetivos propios. Y aquí cabe remarcar que las uniones en pareja actualmente, son distintas al paradigma de hace cien años, sabemos que ahora, existe un amplio margen de negociación para la convivencia.

Finalmente, se tendría que adoptar una postura que arriesgue por la mejora de la relación, para bien o para mal, para seguir o finalizar, desde la mejor disposición al uso de la razón en diálogo. Y con razón me refiero a la parte lógica del pensamiento, la negociación es la clave.

Hay que considerar que las relaciones de pareja, son mezclas energéticas complejas de universos infinitamente distintos –¡porque en realidad cada cabeza es un infinito!- y justamente por eso es que en la tolerancia y comprensión del diario vivir, del sólo por hoy, se insertan actividades, emociones, actitudes y disposiciones que ahondan estas coyunturales distancias o las acortan.

Lo único que nos salva para no morir en el intento de vivir en pareja es el amor verdadero, el amor de la compasión y del estímulo hacia uno mismo y hacia el otro, pero también el amor por comprender que hay cosas que nunca llegarán a ser como uno lo hubiera deseado.

Si durante este proceso de reconocimiento, el amor que uno creía verdadero se ve rebasado o de plano ni se llega a él, lo mejor será optar por vivir aquella libertad que se dejó atrás bajo los mejores términos, bajo el uso de la razón, insisto, pues no vale la pena ir a la guerra cuando de antemano se sabe que las bajas de los elementos van a ser considerables. Lo mejor será considerar la retirada.

Es cuestión de estrategia sí, pero también de una gran cantidad de auto estima y ganas de contar con salud mental, de lealtad con uno mismo, porque siempre, siempre hay alguien que entrega más que otro y por lo regular invariablemente es el que más sufre.

Ante la decisión de vivir bajo el mismo techo con alguien, lo mejor por hacer antes, es una evaluación de cuántas son nuestras ganas de compartir gustos, filias y aficiones, aquellas cosas que lo hacen a uno crecer y ser mejor persona, pero también hay que dar cuenta de aquellas cosas que nos hacen sacar nuestra peor parte. La sinceridad es parte del proceso de conocimiento del otro, pero antes que otra cosa, primero es la sinceridad con uno mismo.

Para concluir, solo puedo agregar que la vida en pareja ofrece muchas ventajas, siempre y cuando sea una relación en donde los consortes trabajen con denuedo durante la vida cotidiana, los puntos personales deficientes, pero sobre todo deben contar con la intención de superar a partir de la tolerancia, los peores episodios que están por vivirse. El trabajo en pareja en primera instancia, es un trabajo muy personal, es un trabajo de lealtades individuales: qué es lo que pido versus qué es lo que ofrezco; qué es lo quiero versus qué lo que quiere la otra persona.

Creo que solamente así, se podría zarpar en el barco rosa de la aventura en pareja. Habrá que ver en dónde andará aquel hombre valiente dispuesto a seguir trabajando en sus puntos de oportunidad personal, pero que también se encuentra medianamente preparado para compartir sus mejores momentos. Creo que mientras eso sucede, me siento a esperar y hago lo propio, pues a final de cuentas, es lo justo y lo justo es la lealtad a uno mismo.

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